En esta vida todos aspiramos a mejorar laboralmente, sobre todo si estás en una empresa en la que sientes que no te valoran, que apartan la vista de ti cuando llega la hora de promocionar y encima ves que promocionan a pelotas, a incompetentes o a gente que ¡he formado yo y que sabe menos que yo! Decides no perder más el tiempo y te buscas la vida (porque yo nunca he tenido padrinos). Por fin, encuentras una oferta que te encaja, te lo pintan todo de color de rosa y decides emprender el cambio.
Tengo muchos defectos. Debo confesarlos para que esta historia tenga sentido. Cuando estoy de mala ostia, se me nota; ni me gusta disimular ni quiero hacerlo. Voy al trabajo a ganarme el sueldo, no a hacer amistades ni a ganar un concurso de popularidad. No he hecho nunca el pelota, me resulta una actitud vomitiva contraria a mis principios vitales. Cuando uno tiene cierta edad resulta difícil cambiar; es más, resulta imposible cambiar. Sí, me gusta echar unas risas de vez en cuando en el curro, pero el trabajo es una cosa y el patio de un colegio es otra. Y, para completar mi filosofía laboral, he aprendido (a base de recibir ostias) a no fiarme de nadie. Todo ese bagaje no me convierte en la persona más simpática ni en la más querida del planeta. Para redondearlo, todo lo anterior me importa un pepino y lo que piensen los demás de mí también (pues eso, que ya soy mayor y estoy de vuelta de un montón de cosas).
Empiezas con ilusión. Tienes más responsabilidad (y más autoridad) que antes. Cuando intentas aplicarla, creyendo que así ayudas a mejorar el rendimiento del equipo grupo, se ponen de uñas conmigo. Encima, tu jefe le da la razón a los otros. Es decir, lo que en la empresa anterior era lo correcto, aquí es papel mojado. Acabo de descubrir que esto es Can Pixa. ¿Decisión? Vale, mi equipo soy yo. Estoy acostumbrado a ser un lobo solitario, a tirar de mi carro yo solo. Amigo, decisión incorrecta, la manada nunca lo aceptará de buen grado. Al final de la película te enterarás de que eres un inadaptado, no haces piña, no te implicas con el equipo. Como siempre, descubrirás todo esto cuando ya sea demasiado tarde. Lo gracioso es que nunca tuvieron redaños de decirte las cosas a la cara, de intentar arreglar los problemas (sus problemas) conmigo.
Es malo tener orgullo. Mucho. Y yo tengo, un lujo que no deberíamos permitirnos los pobres. Tanto el primer como el segundo año eres el que mejores resultados obtienes en la oficina. Añadamos a ello que no quieres bailarle el agua a tu jefe, y este (cenutrio) cree -aún no sé por qué- que intentas hacerle la cama a sus espaldas. Para redondearlo, en el país de la envidia, tus presuntos compañeros cuchichean de ti a tus espaldas con el jefe (sí, de esto te enteras también al final). Es lo que suele suceder cuando uno insiste en comportarse como un adulto y como un profesional en un ambiente infantiloide que ama los cotilleos, cuando uno va a su bola y se dedica solo a lo que le pagan: a trabajar. Curiosamente, trabajar bien (entendiendo por ello obtener los mejores resultados de la oficina, no juzgo la profesionalidad de los demás) se convierte en un grave problema. Te conviertes en un prepotente.
Lógicamente esto acaba como solo puede terminar: como el rosario de la aurora. Y la cuerda siempre se rompe por el lado más débil. Todos contra uno, uno pierde. Uno se larga, nuevamente asqueado. Esta edificante historia tuvo lugar hace unos cuantos años y está basada en hechos absolutamente reales. Todo lo relatado es cierto.
Fernando Alonso es un profesional joven, multimillonario, si deja su empresa actual encontrará otro empleo generosamente retribuido. Por tanto, no me da pena. Tampoco la necesita. No le sigo tampoco por chauvinismo. Admiro su capacidad de aguante, de abstraerse de un entorno hostil para continuar siendo competitivo, de sobreponerse a todas las zancadillas que le han puesto y seguir adelante, luchando hasta el final. Hay que tener un carácter y una voluntad muy fuertes para conseguirlo.
Después de lo que he relatado alguien puede pensar que soy un borde, un chulo, que tengo menos empatía que una piedra y carezco de inteligencia emocional. Es muy fácil juzgar a los demás desde fuera, pero lo acepto. Espero, de la misma manera, que se piense de mí que no soy un trepa, no estoy dispuesto a hacer lo que sea y pisar a quien sea con tal de conseguir mis objetivos, y que no pienso prostituir mis principios ni mi sentido de la profesionalidad para dar una satisfacción banal a nadie, aunque ello suponga ser mal visto.
Dicho lo cual, que os den a todos los Hamiltons y Rondennis del mundo, a todos los tramposos, enchufados y mentirosos, a la gentuza para quienes el fin justifica los medios.
Y no, no pienso cambiar. Cueste lo que cueste.
P.D.: Hablando de metáforas y colateralidades, el sábado echaron "Solo ante el peligro" en 8tv. Gran película.
(Banda sonora: El vertedero de Sao Paulo - Astrud)