El camino más corto entre el cielo y el infierno

MEXICO SALDA POR ADELANTADO EL PRESTAMO RECIBIDO DE LA UNION EUROPEA TRAS SU CRISIS FINANCIERA. El presidente de la República anunció que México hará hoy un último pago de 3.500 millones de euros del crédito de emergencia de 20.000 millones
concedido por la UE. El Banco Central liquidará por anticipado otros 1.500 millones con el FMI.
UNA EMBARAZADA DENUNCIA QUE LE PROVOCARON UN PARTO Y ROBARON EL BEBE. Una embarazada de 9 meses denunció que el pasado sábado fue secuestrada por un grupo de hombres, entre los que se encontraba su ex marido, y tras provocarle el parto, le robaron el bebé. La policía recibió la denuncia con reservas, aunque inmediatamente abrió una investigación para determinar si se trataba de una banda de tráfico de niños.
CADENA PERPETUA PARA EL JEFE DEL "CARTEL DEL GOLFO". Un juez de Houston ha sentenciado al narcotraficante Juan García Abrego a pasar el resto de su vida en prisión. La complejidad y trascendencia de este caso, en cuyo sumario aparecieron los nombres de varios políticos y altos cargos mexicanos está detrás de la tardanza del juez a la hora de dictar sentencia.
PSICOSIS DE TERROR ANTE LA APARICION DE UN CADAVER Y VARIOS ANIMALES DESANGRADOS. El temor a que el "chupacabras" ronde la vecindad de Reynosa ha llevado a la creación de grupos de vigilancia ciudadana. La municipalidad pide calma ante los excitados ánimos de los ciudadanos. De momento, la investigación policial carece de pistas fiables.


Dices que ya no me quieres,
que lo nuestro ha terminado,
pero sé que tú me mientes
y es otro que me ha robado.

Si ya no me perteneces
y conmigo has jugado...

Lucio apartó la sudada sábana y de un portazo cerró la ventana, ahogando así los estridentes acordes del último éxito musical tex-mex de "Huracán Paquito", su improvisado despertador esa mañana. Tras pasarse la mano por la mejilla se convenció de la necesidad de un rasurado. Mientras se enjabonaba la cara empezaron a aporrear la puerta. No le gustaban las interrupciones a tempranas horas, pero ante la urgencia de los golpes optó por vocear que la puerta estaba abierta. Oyó unos pasos, vacilantes al no encontrarle, hasta que gritó que estaba en el baño y se tornaron nuevamente decididos en esa dirección. Era Benito, sudoroso y jadeante. Se quedó parado ante la puerta, callado, a la expectativa, como un perro esperando las nuevas órdenes de su amo tras traerle de vuelta la pelotita lanzada poco antes.
- El espejo... Lucio, el espejo está roto -atinó a decir.
- Ya lo sé, pero me gusta. Así me veo tal como me siento -el chico seguía mirándole fijamente-. ¿Has venido sólo para criticar mi dejadez doméstica?
El adolescente, un tanto lívido, pareció salir del trance y recordar el motivo de su visita.
- Hay un muerto cerca de aquí. Degollado. He dado unos pesos al policía para que retrase un poco su llamada dando cuenta del descubrimiento -ante la parsimonia de su oyente no pudo disimular su nerviosismo, como si temiera que les fueran a robar el cadáver-. ¿Vamos, Lucio?
- ¿Qué prisa tienes? Seguro que el muerto podrá esperar a que termine de afeitarme... y el policía también, si les has dado la mordida conveniente. Toma el dinero de mi cartera. Está en el primer cajón de la mesita.
Mientras el joven se agachaba sobre el mueble, Lucio maldijo por lo bajo. Acababa de hacerse un corte en la barbilla, y la sangre manaba como un minúsculo torrente. Entonces volvió a pensar en el muerto. Degollado, nada menos. Un asesinato ciertamente sucio.
- Chavo, ¿tenía algo de particular el fiambre? No sería uno de los próceres de nuestra comunidad, ¿verdad? -inquirió con sorna, la voz amortiguada por la toalla con la que se limpiaba los restos de jabón de la cara-. ¿A qué tanta prisa?
- La noticia es lo primero. Es la regla de oro, siempre me lo repite.
- Por supuesto -reconoció con orgullo-. La cámara está donde siempre. Ya puedes recogerla, que ahorita nos vamos para allá.
Salieron del piso y Lucio, debidamente despierto tras beber un par de tazas de café acompañadas de varias pastillas, no olvidó atrancar la puerta. Al salir a la calle un golpe de cálida luz deslumbró al hombre, que sacó rápidamente las gafas de sol del interior de la chaqueta y se las colocó. Mientras se anudaba la corbata, pensó en el enfoque a dar al tema.
- Benito, pendejo, qué tiene de particular ese muerto para que merezca nuestro tiempo. En La Esperanza la vida vale menos que un trozo de pan y las funerarias son el negocio más rentable, incluso más que los bares y las salas de juego -el aprendiz le miró, dudando si lo decía en broma o en serio.
Lucio se volvió hacia el chico, dirigiéndole una mirada amenazadora que se quedó en nada debido a las gafas de sol.
- Lo mató Judas. Tenía las marc...
Con una velocidad inusitada, Lucio se giró nuevamente y le dio un pescozón. Benito le miró lastimeramente, frotándose el cogote dolorido.
- Deberías saber que las paredes oyen, ¡maldita sea! Que no te vuelva a oír tales atrevimientos en público.
- ¡Pero si andamos solos por la calle!- protestó Benito, ofendido. El barrio empezaba a despertarse. Las calles estaban mojadas por la lluvia nocturna y la luz se reflejaba en los charcos. Un grupo de mujeres y ancianos ya hacían cola ante un economato estatal que aceptaba las tarjetas de racionamiento.
- El hambre tiene miles de ojos y la lengua suelta, y si algo nos sobra en esta colonia son hambrientos y desesperados. ¿Es ése el policía?
- El mismo, jefe.
El agente de la ley, con el uniforme azul marino parcialmente desabrochado incapaz de contener su desbordante barriga, impedía la entrada al callejón a un par de ociosos. Les permitió el paso, alegrándose de poder reportar su hallazgo cuanto antes.
- No vayan a tocar nada, ¿eh?
Lucio ignoró la orden del policía. Un poco tarde para hacerse el honrado, pensó. De rodillas, examinó el cuerpo. No conocía a aquel tipo de nada, lo contrario hubiera sido demasiada casualidad y él no creía en la suerte. Había visto bastantes cadáveres a lo largo de su vida, pero eso no evitó que un acceso de nausea se formara en su estómago. Hay cosas a las que uno jamás se acostumbra, reconoció interiormente. La muerte le traía a la mente uno de sus miedos más profundos: el morir solo, como un perro; le torturaba la idea de que nadie le recordara una vez muerto. Desechó esos negros pensamientos para concentrarse en lo importante, su trabajo.
El desgraciado tenía la mano derecha mutilada. Su dedo índice asomaba en la boca, la señal de los chivatos. Dos equis grabadas con un instrumento punzante, probablemente una navaja o cuchillo, marcaban sus mejillas. Benito tenía razón. Esos cortes eran una de las tarjetas de visita de Judas, uno de los sicarios más peligrosos del barrio. Pero eso no era noticia. La muerte era algo común, cotidiano, no un suceso reseñable.
Pensó en identificarlo como un pocho, aunque desechó casi inmediatamente esa posibilidad. No tenía mucho sentido tres años después del fin de la guerra, pues esos antiguos descendientes de mexicanos que habían renegado de su sangre mexica en la Confederación Norteamericana pretendiendo pasar por anglos habían aprendido rápidamente español y abrazado las costumbres tradicionales. Los juicios sumarios por traición de los vencedores, más bien los linchamientos de las turbas, recordó con un escalofrío, les convenció de la necesidad de volver a sus orígenes.
Sin embargo, ya estaba aquí y de alguna manera tenía que aprovecharlo. De ese modo cumpliría con su cupo de noticias.
- Benito, Benito... qué vamos a poder sacar de esto.
- Me dijo que cualquier asunto sobre El Gu...
- ¡Sí, recontra, ya sé lo que te dije! -le cortó-. Bueno, de todo se puede aprovechar algo -dio un par de vueltas sobre el cuerpo, pensando, y al final sonrió-. Lo tengo. ¿Cuál es la segunda regla?
- No dejes que la realidad te arruine una buena noticia.
- Muy bien. Aún haré de ti un periodista de provecho. La muerte no es noticia aquí, ¿verdad?
- Verdad. Es el pan nuestro de cada día.
- Lo es, lo es. ¿A alguien le interesa que un perro muerda a un transeúnte? -meneó la cabeza. Recordó el impactante titular aparecido hacía varias semanas en una gacetilla local: "Ayer no se produjo ningún crimen en nuestro vecindario"-. ¿Y si tú mordieras a un perro?
- Seguramente aparecería en los noticieros... además de tener la rabia -el joven rió ante su ocurrencia.
- Bien -el veterano se acarició la barbilla-, aprovecharemos las marcas en las mejillas. Yo diría que parecen una especie de cruces invertidas. Posiblemente son un aviso de las disputas que mantienen los guadalupanos contra esa secta de satanistas. ¿Qué te parece?
- Un ajuste de cuentas. Los satánicos han pasado a la acción.
- Compadre, tú tienes madera de periodista... y un buen maestro -remató, señalándose a sí mismo-. Veamos. Plano medio, primer plano, plano general, zoom a la cara del fiambre, ya lo retocaremos... Más o menos la secuencia de siempre. Mira de sacar algunas de las pintadas de las bandas de esa pared.
Los curiosos empezaban a agolparse a la entrada del callejón y el policía les gritó que se apresuraran. Debía estar a punto de llegar el juez de guardia, les recordó. Conociendo el funcionamiento de la justicia, Lucio se permitió dudarlo.
- Cuando lo montemos buscaré imágenes de archivo de ambos grupos. Al final conseguiremos meter esta nadería en el noticiario local. Con un poco de fortuna hasta podría saltar a la red nacional -sonrió, triunfante.
- ¿Ya no está enfadado conmigo?
- No me provoques, principiante. Todavía te queda mucho por aprender. Venga, desde cinco y a rodar.
- Cinco, cuatro, tres, dos, uno, ¡dentro!
- Lucio Cabañas para MexiVisión, desde la colonia La Esperanza, México DF. Los recientes enfrentamientos entre el ultracatólico Frente Guadalupano y una misteriosa secta satánica han ido más allá de las meras palabras. Aquí, a mi espalda...



NUEVAS PRIVATIZACIONES DEL GOBIERNO. México establecerá en breve las normas para la liberalización del mercado de telefonía y transmisión de datos, un mercado que mueve más de 300.000 millones de pesos al año. La medida termina con el monopolio de Telmex. Siete grupos empresariales se han registrado para competir.
PAÑALES AL CABALLO. Los caballos que recorran las calles de una zona residencial a las afueras de Monterrey deberán llevar pañales para no ensuciarlas. Quienes vulneren la norma estarán sujetos a fuertes multas. El alcalde, licenciado don Jesús María Elizondo, dijo que la disposición para los conductores de carretas responde a una reclamación de la comunidad.
ALERTA POR LA EXPLOSION DEL VOLCAN POPOCATEPETL. El Gigante Dormido, llamado así por los antiguos mexicas, lanzó una impresionante fumarola de ceniza y vapor que, según los expertos, alcanzó en algún momento los 4 kilómetros más allá de su cráter. La lluvia de ceniza llegó hasta Puebla empujada por los fuertes vientos que sacudían la zona.
NUEVO ATENTADO CON BOMBAS A UNA CLINICA ABORTISTA. Dos bombas explosionaron en una clínica especializada en la práctica de abortos de San José, Estado de California, sin que se registraran desgracias personales. El incidente ocurre después de un ataque similar a una clínica de San Diego donde también se practican abortos, que acabó con seis heridos.


A Lucio le lagrimeaban los ojos. Llevaba bastante tiempo ante el monitor buscando información para una nueva idea. Se lamentó que su sueldo no alcanzara para uno de esos modernos implantes cerebrales que le liberasen de esa rutina. El segundo timbrazo del videófono le desperezó. Le molestaban las interrupciones cuando trabajaba. Se estiró hasta el aparato, controlando un irrefrenable deseo de lanzarlo por la ventana. Está cerrada, recordó atemperando su genio, antes de activar el canal de comunicación.
- ¿Sí? ¿Está ahí, Cabañas? -el interpelado mantenía apagada la imagen, consciente de su mal aspecto- Soy Eladio Santillana.
Lucio reprimió un gruñido. Era uno de los directivos de MexiVisión, la cadena pública de holo, y éstos no acostumbraban llamar a los empleados. Para eso estaban sus secretarias, pensó, poniéndose en tensión.
- ¿Qué se le ofrece? -respondió con voz pastosa.
- Estuvo anoche con el amigo José Cuervo, ¿sí?
La noche anterior habían estado celebrando el decimosexto cumpleaños de Benito. Lucio lo había llevado de viejas a casa de doña Lupita, donde al chico lo convirtieron en un hombre y él recibió su cuota semanal de sexo. El tequila estuvo presente en abundancia, como apuntaba con malicia Santillana.
- Llevo un par de días un poco griposo -se excusó ante su jefe de zona-. Ya sabe, la contaminación. A qué debo el honor...
- Ya. El asunto es, mi querido Cabañas, que estamos contentos con su trabajo. Tiene un buen porcentaje de noticias que han saltado al mercado nacional. En fin... estamos pensando en un hombre para una vacante.
- Espero que cuenten conmigo.
- Contamos, querido Cabañas, contamos. De hecho, es usted el primero en mi lista. Le falta un buen notición para dar el salto definitivo. Había pensado que tal vez el tema del chupacabras...
- ¿Ese monstruo que va desangrando a sus víctimas? Eso es como buscar una aguja en una pajar.
- Creemos que viene hacia el DF. Tenga los ojos abiertos y recuerde la vacante.
- Por supuesto, señor Santillana. Téngalo por seguro.
Le habían plantado una gran zanahoria ante las narices. Lucio haría lo que fuese por hincarle el diente. Cualquier cosa con tal de poder abandonar ese submundo de miseria y marginación, y dar el salto a algo mejor... o menos malo. Pero no podía vender la piel del oso antes de cazarlo. Y descubrir a ese chupacabras no sería nada fácil. Decidió empezar a moverse de inmediato. Iría a visitar a El Guapo.
No tardó en llegar a una charcutería llamada "La Competidora". Estaba en un barrio popular de la periferia oeste, de casas bajas con pequeños jardines y calles mal asfaltadas. El tintineo de una campanilla anunció su entrada en el establecimiento. Un tipo que abultaba por dos como él le observó como si mirase a uno de los jamones que colgaban de los ganchos del techo, sin articular palabra. Lucio le dijo la contraseña adecuada y el otro señaló con la vista la sucia tela que hacía las veces de puerta de la trastienda. Tras atravesar un angosto pasillo a oscuras llegó al patio trasero, anunciado por la luz que se colaba entre las rendijas de la desvencijada madera.
Un ruido ensordecedor le dio la bienvenida. Eran los aullidos de dos mastines de combate peleando dentro de una enorme jaula, mezclados con el griterío de los apostantes. Lucio vio entre los espectadores a Judas, inmutable entre la pasión circundante, limpiándose las uñas con una navaja. Siempre había pensado que las dos lágrimas tatuadas bajo su ojo izquierdo eran una cruel broma, y no el tradicional signo de arrepentimiento por muertes no deseadas. Finalmente divisó a El Guapo, absorto, dando de comer a un cachorro.
- ¿Cómo estás, compadre?
- Me preguntaba cuánto tardarías en pasar por aquí -replicó el menudo anfitrión-. Ya te vi en la holo.
Lucio mostró las manos abiertas, como si no tuviera nada que ocultar, adoptando una pose de alguien un tanto ofendido.
- Compadre, vengo por dos razones. En primer lugar agradecerte en nombre del padre Damián tu generoso donativo para el nuevo campo de deportes. Has alegrado a muchos huerfanitos...
- Hasta cuándo seguirás ayudándole en sus colectas para la escuela. Si ese viejo orgulloso supiera de dónde sale el dinero te lo aventaría a la cara.
- A veces conviene hacerse el ciego. Y en segundo lugar quiero pedirte consejo.
Por un momento se hizo un breve silencio. Había concluido el combate y los ganadores se afanaban en contar su dinero, mientras los perdedores lanzaban con rabia sus boletos. Un par de jueces verificaban con sumo cuidado que los próximos animales en entrar en liza no portaran veneno ni materiales prohibidos en garras, colmillos o en el collar erizado de púas. El Guapo levantó la vista, sonriendo levemente, dejando entrever sus blanquísimos dientes.
- ¿Tú? ¿Desde cuándo pides consejo?
- Se han producido unos cuantos asesinatos en los que se ha desangrado a la víctima. Algunos animales han sido muertos o sacrificados, no sé, de la misma manera. ¿Es un ajuste de cuentas, un nuevo ritual, algún pervertido que anda suelto?
El Guapo acarició el morro de la futura bestia asesina, todavía un cariñoso perrito. Se encogió de hombros, dirigiéndose a paso lento hacia los gallineros para alejarse de posibles testigos.
- ¿No dijiste en tu noticiario que había sido obra de los satanistas?
- Sabes de sobra quién cortó ese cuello -remarcó, ignorando la mirada furiosa que le lanzó el otro-. No. Yo me refiero a ese o eso que llaman el chupacabras.
- ¡Andale! Ahora eres un cazador de fantasmas, nomás.
- Estoy hablando en serio. Necesito cualquier pista que me puedas facilitar.
Los gallos de pelea empezaron a removerse inquietos en sus receptáculos, molestos por la invasión de sus dominios. El olor en aquel espacio reducido era casi asfixiante.
- Te puedo decir que no hay ninguna disputa en curso, y no ha llegado ningún loco nuevo por estos parajes, que yo sepa. Mientras no interfiera en mis negocios o entre en mi territorio con malas intenciones no me importa lo que haga.
- Pues entrará, guaje. Entrará dentro de poco. Todo apunta a que se dirige hacia aquí.
El Guapo no pudo reprimir un gesto de sorpresa, rejuveneciendo aún más sus delicadas facciones.
- ¿Sí? Pues no veo que pueda interesarle del DF o de aquí... aparte de tener más carnaza a su alcance, claro. ¿Recuerdas la pintada bajo el cartel de entrada a la colonia? -hacia referencia a lo que unos gamberros escribieron bajo el nombre de La Esperanza: el lugar donde los vivos dan la mano a los muertos-. Es como ir a buscar agua al desierto de Sonora.
- Tal vez. Pero te agradeceré que si tus guareros se enteran de algo me lo hagas saber. De encontrarlo no me volverás a ver jamás -juntó los dedos formando una cruz y la besó.
La algarabía se desató una vez más. Venía gente de lejos a ver el espectáculo, y las apuestas que se cruzaban solían ser fuertes. Lucio suspiró. Sabía que cada vez que venía aquí se exponía a no salir. Era el precio a pagar por ser uno de los pocos, si no ya el único, que conocía el secreto de El Guapo.
- Sea. ¿Quieres tomar algo? ¿No? -llamó a voz en grito a uno de sus sicarios, apenas un niño, y al punto le trajo una Bohemia helada-. ¿Sabes? Todos los días repaso las necrológicas, y me sorprende comprobar cómo consigues esquivar a la vieja Dama Negra. La guerra me hizo el inestimable favor de eliminar a algunos sujetos bien molestos, pero tú volviste.
- Recuerda que los que nos criamos en los arrabales de Tijuana trabajando de coyotes para los ilegales que querían atravesar la frontera tenemos la piel bien dura.
- Ven, te enseñaré algo. Creo que nunca te lo he mostrado. Salieron a la parte trasera del recinto, donde el griterío llegaba amortiguado. Había un vallado, donde retozaban en el fango varios cerdos, y una pocilga. De aquí surten el negocio que les sirve de tapadera, concluyó Lucio.
- Aquí tienes nuestro mundo en miniatura. Dominado por los guarros y lleno de mierda. Los curas dicen que barro somos y en barro nos convertiremos...
- Este mundo es tan increíble que todo es posible, hasta podría existir la Santísima Trinidad y vivir en esta ciudad -Lucio bufó-. Nunca fuiste muy religiosa.
- ¿Has probado los embutidos de nuestra tienda? Están padre. Judas, dile a Carlos que le prepare un paquete a mi compadre Lucio -el periodista se volvió, asustado. Vio al asesino a sueldo a la entrada de la porqueriza, volteando su navaja-. Cuando alguien molesta demasiado le traemos aquí. Nuestros gochos comen de todo. ¿Verdad que tienen un aspecto muy saludable?
Lucio sabía que esta vez había llegado muy lejos y El Guapo no le perdonaría. Pero también que le debía todavía un favor, obligándole a devolvérselo.
- No te vuelvas a cruzar en mi camino, Sapo -aquel era el mote de niño de Lucio en Tijuana, debido a sus mofletes-. Te aviso como amigo, por tu propio bien...



FUERTE CRECIMIENTO DE LAS EXPORTACIONES DE MEXICO. Las exportaciones se incrementaron un 60% gracias al Tratado de Libre Comercio, según los datos facilitados por Herminio Blanco, Secretario de Comercio. Blanco indicó que los problemas derivados del intercambio comercial con ciertos países se están resolviendo mediante los instrumentos creados en el propio Tratado.
ESCÁNDALO TAURINO EN GUADALAJARA. El juez de plaza del coso El Nuevo Progreso de Guadalajara, don Manuel Ochoa Gómez, rechazó por falto de trapío la corrida a celebrar el pasado domingo. Estaban anunciados en cartel Armillita, Alfredo Lomelí y José María Luébano.
25 HERIDOS EN EL INCENDIO DE UNA REFINERÍA. La explosión que se produjo en un tanque de gasolina de Pemex en el barrio de San Juanico del DF generó un espectacular incendio. Los bomberos siguen tratando de sofocar el fuego, evitando que se extienda a otros depósitos cercanos, mientras el Ejército se encarga de desalojar la zona en previsión de una tragedia.
INTERPOL MUSICAL. La confiscación de 5.700 CDs falsificados ha revelado un vacío en las leyes antipiratería. Según la FLAPF, este descubrimiento de CDs de artistas latinos tan populares como Ana Gabriel, Emmanuel o Los Jaguares, fabricados en Taiwan, es la prueba de que los falsificadores están burlando las leyes americanas de propiedad intelectual.



De tanto andar entre los hombres estoy hecho un pesimista. Esa frase presidía el cartel trasero de la camioneta que circulaba delante del renqueante Zapata de Lucio. A él le pareció más realista que la mayoría de las citas bíblicas, sobre todo del Evangelio de San Mateo, a las que tan aficionados eran la mayoría de los conductores del DF.
Hizo un barrido del dial radiofónico, asaltándole una confusión de voces y música. Paró un instante en la frecuencia de Higinio Santos, el más popular de los radiopredicadores locales, que lanzaba una de sus habituales soflamas en favor de la vuelta a los valores tradicionales. Los guadalupanos lo adoraban. Se decantó finalmente por InfoMex. Anunciaba que el Indice Metropolitano de Contaminación superaba los 260 puntos, 20 más del máximo teórico aceptable para la vida. Recomendaban la utilización de filtros nasales y mascarillas. El número de afectados por afecciones respiratorias se había duplicado desde la semana pasada, mientras el Gobierno se planteaba una nueva reducción de la circulación de vehículos y el cierre parcial de algunas fábricas. El periodista reconoció que parte de las medidas caerían en saco roto. Muchos, como él, hoy no podían utilizar su coche, pero portaban matrículas falsas para saltarse la restricción.
Cuando se disponía a abandonar el Tercer Cinturón un vochito verde se le cruzó, casi rozándolo. Lucio aceleró, se puso a su altura y, a pesar de la humareda, bajó la ventanilla e insultó gravemente al taxista. El tipo, de rostro abotargado por el alcohol o las drogas, sacó un revólver de la guantera con intención de amenazarle o balearlo. Cabañas dio un volantazo y salió de la macroautopista.
Ese incidente le acabó de convencer de la necesidad de adquirir un arma. Con los excedentes de guerra no me será difícil comprar un hierro a buen precio, reconoció Lucio aún asustado. Finalmente estacionó ante el Bar Asturiano, lugar de reunión de sus amigos. Metió la cámara en una bolsa de deportes, llevándosela con él. Dejarla en el vehículo suponía una invitación a que lo abrieran y lo desvalijaran.
Vio sentados en la mesa de siempre a Práxedes, Guillermo y Pepe, la cuadrilla estaba incompleta. Estaban jugando al dominó. Los amantes de las emociones virtuales iban a los clubs y salones de juego del centro comercial Superama, de arquitectura similar a la pirámide de la Luna en Teotihuacán, a un par de calles de distancia. Aquel bar seguía apegado a lo tradicional. El trío estaba dando cuenta de unos generosos platillos de tamales de frijol y tortillas de flores de nacapitú. Lucio hizo una seña al camarero, que anotó el pedido. Se dejó caer en la silla con un suspiro.
- ¿Ya has encontrado a tu fantasma? -preguntó irónicamente Guillermo, uno de los líderes de la asociación de vecinos gracias a su pasado de veterano condecorado en la Reconquista, nombre oficial del conflicto bélico con los gringos.
Las noticias volaban y Lucio se había preocupado de dar la mayor difusión posible a su interés por el chupacabras. El periodista se encogió de hombros. Se limitó a mostrar una media sonrisa.
- Nada todavía. Vengo de Aztech, donde casi me han echado a patadas.
- ¿En qué lío te has metido ahora? -terció Práxedes, el profesor de filosofía ya pensionado. Siempre criticaba los excesos de su antiguo alumno. Le acusaba de haberse vuelto amoral y sin escrúpulos.
- Quería hacer un reportaje sobre clonación, distribución y venta de órganos. Saber cuál es el funcionamiento de esa división de Aztech -los tres le miraban, interesados. Calló sus sospechas de que el chupacabras pudiera ser el producto de algún experimento fallido-. Los problemas comenzaron cuando saqué a colación el tema del tráfico de órganos.
Hizo un alto para tomar un trago de tequila, y así aumentar un poco la tensión del relato, bebiendo después un sorbo de sangriíta para rebajar los efectos del alcohol.
- Insinué, de pasada, las misteriosas muertes de algunos desgraciados. Una red de traficantes con ramificaciones japonesas y europeas. ¡Menudo escándalo montó el pendejo! Aztech es una gran corporación, al servicio de la comunidad -imitaba la voz engolada del ejecutivo-. Aquello fue pinchar en hueso. Al final casi salí a rastras del edificio, entre amenazas de demandas por difamación. ¡Vaya jaladera!
Todos rieron, imaginándose la escena. Era como si un elefante se molestase por la picadura de un mosquito. Les encantaba que un don nadie, un tipo de la calle como ellos, pudiera poner nervioso a un gigante como Aztech.
- Jamás se arriesgarían a algo así -apostilló Práxedes, mientras movía ficha-. Esa fue la mecha de la Revuelta de Los Angeles, preludio de la guerra con los gringos. Es de locos.
- Se tardará mucho en olvidar el Juicio de Houston.
Pepe hacía referencia al juicio de crímenes contra la humanidad celebrado al concluir la contienda. Se juzgó a los directivos blancos de una corporación anglo de Los Angeles que habían utilizado a hispanos del grupo opositor Poder Latino como cobayas en sus experimentos genéticos. Se les condenó a muerte. Lucio había cubierto el proceso, fue su último servicio en el Ejército, y lo recordaba muy bien.
- Posiblemente los muertos sean obra de un loco o peor, de un asesino en serie -Guillermo encendió un cigarro de maría. Repiqueteó con la ficha en la mesa, pasando en esa jugada.
- Lo dudo -rechazó el periodista-. Tantas molestias... para qué complicarse tanto y arriesgarse a que le descubran. Muy raro.
- ¿Y esos satanistas? He oído que piensan que bebiendo la sangre, incluso comiendo el cerebro o el corazón de sus víctimas, consiguen poderes sobrenaturales -apuntó Pepe-. Así se adueñan de su espíritu, dicen.
Un grito les sobresaltó. La enorme pantalla cuadrangular situada en una esquina del local mostraba la alegría de varios deportistas. El Necaxa se había adelantado en el marcador a los Toros Azules, en partido del torneo de apertura del campeonato de liga. En el bar, varios hombres celebraban con un brindis el gol de su equipo. Pepe murmuró contrariado.
- Necesitaría un favor de tus vigilantes, Zeus -ese era el apodo de Guillermo, pues siempre había tenido madera de líder-. Si descubren cualquier indicio del chupacabras...
- ¡No me chingues! -dio un manotazo en la mesa. Con los puños cerrados, resaltaban los tatuajes de sus nudillos. En la diestra tenía escrito "amor" y decía que era la mano para acariciar; en la izquierda ponía "odio" y con esa golpeaba-. Primero asustas a la comunidad con tus rumores sobre el monstruo y ahora quieres que las patrullas ciudadanas te hagan el trabajo. ¡Como si no tuviéramos bastante con suplir la ineficacia de una policía corrupta!
- Debemos estar sobre aviso. Así evitaremos todo peligro a las gentes de La Esperanza- Lucio no alzó la voz para replicar, intentando la vía diplomática-. Lo importante es detenerlo antes que entre en acción.
- Ya. Pues para apresarlo no veo qué falta me haces tú.
- No lo entiendes, Zeus -interrumpió Práxedes, con tono cáustico-. A él no le interesa descubrir la identidad del chupacabras o contribuir a su captura, sino dar esa noticia. Eso le permitiría, por un momento, ser tan importante como la noticia misma, ser también protagonista.
- No estamos en una de tus clases de moralidad reciclada para adolescentes hormonados, Profesor -objetó, cortante, Lucio-. Te recuerdo cuál es la regla de oro de este trabajo: no existen reglas. Busco la exclusiva, por supuesto, ya deberías saberlo -remarcó cínicamente.
- Las reglas siempre son necesarias por si los principios quiebran -atacó el Profesor-. ¿Recuerdas el significado de esa palabra? ¿Principios?
- Gracias a mí todos están prevenidos. ¿Era preferible esperar al primer muerto para que nos enteráramos de la llegada de ese monstruo?
- A saber lo que estará enseñando al pobre Benito este degenerado -Práxedes no estaba dispuesto a soltar a su presa.
- El chavo está aprendiendo a sobrevivir en este mundo de buitres y serpientes. La inocencia es el billete a la tumba.
Por un momento se hizo un tenso silencio en el grupo. Pepe, el apacible vendedor de muebles de segunda mano, asumió su tradicional papel de conciliador.
- Dejemos de encorajinarnos, ¿sí? A mí me parece preferible saber lo que se nos viene encima -miró a los tres, para centrarse en Lucio-. Claro que tú podrías ser algo menos sensacionalista. Antes de la guerra no eras así...
- ¡Andale! Pues sí, me cansé de vivir a la sombra del fracaso. Ya estoy harto de tantas miserias y decepciones, ¿vosotros no? Dos años en el frente sirvieron para abrirme los ojos -tomó la bolsa y se levantó-. Pensad lo que queráis, me da la goma.
Vivía cerca, de modo que fue andando hasta su apartamento, aún enfadado. Pepe tenía razón. Entre su antigua ética y su moderna ambición, había optado por la segunda. Pero a veces le asaltaban las dudas. Los límites entre el bien y el mal, lo permitido y lo repudiado, eran muy difusos.
La noche había refrescado y apenas se veía a nadie por las calles pobremente iluminadas. Seguían vigentes las restricciones de electricidad en la capital. La gente se había refugiado en sus casas, esperando que el nuevo día les diese otra oportunidad. Al doblar una esquina descubrió un grupo de chicos ociosos, cuchicheando en medio de la calle, miembros seguramente de alguna de las maras guatemaltecas o mexicanas que pululaban por el barrio. Aceleró el paso, no quería atraer su atención. Lucio temía a esos chamacos porque apenas tenían miedo de nada, y eso les hacía especialmente peligrosos.
Al llegar a su portal vio a una atractiva muchacha que aguardaba junto a la puerta. Cuando iba a sacar las llaves, ella le preguntó.
- ¿Es usted el señor Lucio Cabañas?
- El mismo. ¿Qué me quiere?
- Sé que está buscando al llamado chupacabras. Puedo ayudarle. Soy su hermana.



REVUELTA DE HAMBRIENTOS EN EL ESTADO DE TAMAULIPAS. Siguen las protestas populares en Ciudad Victoria, capital del Estado de Tamaulipas, debido a las subidas de entre un 30 y un 55% en algunos productos alimenticios de primera necesidad. El gobernador estudia decretar el establecimiento del estado de sitio.
BELLEZA ENTRE REJAS. La hermosa morena Miriam Flores fue coronada el pasado fin de semana como Belleza Cautiva en un peculiar concurso entre las reclusas de las prisiones de la capital. La nueva soberana, que cumple una sentencia de 5 años y 9 meses por robo, obtuvo el premio entre 14 participantes.
EL ESTALLIDO DE UNA CAMION MATA A 5 PERSONAS. La explosión tras volcar de un camión cisterna cargado con propileno líquido, en la carretera entre México DF y Puebla, causó 5 muertos y 100 heridos. Unas 2.500 personas de los poblados cercanos fueron evacuadas por la toxicidad del propileno.
TEMBLOR SISMICO DE 7,3 GRADOS RICHTER, SIN VÍCTIMAS. Un temblor sacudió ayer al DF y al oeste del país a las 14:28 horas, provocando cortes parciales del servicio eléctrico, telefónico y casos aislados de crisis nerviosas. El epicentro se localizó en el Pacífico, frente a la costa de Michoacán.


El hombretón salió volando cuatro metros, aplastando a varios atónitos espectadores. El rival del caído saltó tras él. Empezó a patearle en los riñones mientras le insultaba. El público jaleaba a su luchador favorito, formando un guirigay indescriptible. Cuando el atacante introdujo los dedos en la máscara facial de su adversario, éste reaccionó violentamente. Recuperó las fuerzas como por ensalmo, iniciándose un nuevo y furibundo intercambio de golpes.
Benito filmaba la escena, siguiendo las instrucciones de Lucio. Este tenía un ojo en su ayudante, otro en Alba, la chica que decía ser hermana del chupacabras, e incluso intentaba controlar las evoluciones de El Guapo, también presente debido a sus intereses en el mundo de las apuestas.
Habían venido a realizar un reportaje sobre la gente de la lucha libre. En realidad, pretendían contactar con un antiguo conocido de Julio César, el hermano de Alba: precisamente el luchador que estaba siendo castigado en el cuadrilátero.
De repente entró en escena Super Barrio, con máscara y elástica roja y capa azul ondeando tras de sí, acompañado del grito esperanzado de la chiquillería. Con un atlético salto franqueó las cuerdas, abalanzándose sobre el dúo que rodeaba y apalizaba al luchador que hacia las veces de "bueno". El ímpetu y la hercúlea corpulencia del héroe popular puso en fuga a los dos villanos, lo que permitió a Super Barrio socorrer a su vapuleado amigo. Una vez en pie, los dos se abrazaron celebrando la victoria, para incontenible alegría de sus seguidores.
Mientras se dirigían a los vestuarios se cruzaron con uno de los siguientes contendientes, en cuyo batín negro resaltaba en letras doradas "Lápidas González". Llamaron a la puerta del reciente vencedor y un viejo chaparro, con grandes bolsas bajo los ojos, les franqueó el paso. Al ver que Benito llevaba una cámara le cerró la puerta en las narices. Lucio no se molestó en quejarse. Aquello había sido una simple tapadera.
Su objetivo respondía por El Príncipe Maya y estaba estirado en una camilla, recibiendo los cuidados de su masajista. De Super Barrio no había ni rastro. Alba se le presentó como la hermana de Julio César. El luchador se quitó la máscara de la cara, desvelando unos rasgos bastos, hinchados por los puñetazos, poco acordes con su apelativo principesco. Miró apreciativamente a la joven, que a pesar de su juventud tenía aspecto de tumbahombres, antes de responder.
- Nunca me dijo que tuviera hermanos, ni nada de su familia.
- Marchó de casa en Sinaloa cuando yo era una niña. Nunca se llevó bien con nuestro padre.
- Sí, eso me lo explicó. Un buen compadre, sí señor. Y con madera para la lucha, lástima de la guerra... ¿Qué es de él?
- Me envió un mensaje diciendo que viene hacia aquí, sin más datos por temor a que interceptasen el mensaje. Recordé que había hablado bien de usted en varias cartas... Está en dificultades.
El Príncipe se recostó sobre un codo. El masajista seguía aplicando linimento y ungüentos, ignorando a los visitantes. Los múltiples morados de su cuerpo delataban que los golpes no eran fingidos, al contrario de lo que hacían los luchadores gringos, y que no tenía musculatura biónica o refuerzos injertados.
- ¿Sabe dónde podría encontrarlo? ¿Qué lugares frecuentaba? -Alba miró expectante al luchador.
- Solíamos movernos por los antros de Santa María de la Cabeza -hizo una mueca, a modo de excusa, debido a lo degradado de esa zona-. Apenas teníamos plata, pero fueron tiempos fantásticos.
- ¿Algún local en concreto? -interrumpió Lucio.
- Los de la calle Estrellita, sobre todo. No puedo decirles mucho más. Luego él se alistó y nos separamos... -calló, como evocando recuerdos del pasado-. Saluden a Julio César de mi parte, le deseo lo mejor. Y a usted espero volverla a ver.
Benito esperaba afuera, cariacontecido. Repasaba los resultados de las quinielas en una máquina de apuestas. Su mentor le dio una palmadita amistosa. El trío salió por el túnel casi en penumbra hacia la calle. De un vestuario salió El Guapo, vestido con un elegante saco italiano, seguido de Judas. Lucio no pudo evitar el fijarse en la chamarra del guardaespaldas, hecha con piel humana según las malas lenguas. El Guapo, amante de las formas, se inclinó levemente ante la señorita y encaró a Lucio con una seductora sonrisa.
- Estás decidido a poner La Esperanza patas arriba con tal de conseguir lo que quieres, ¿verdad?
- En las antiguas cacerías se organizaba un gran estruendo para obligar al animal a mostrarse y quedar al descubierto.
- El ruido no es bueno para mí ni para mis compadres. Hasta la policía empieza a meter la nariz en lo que no debe.
Lucio se encogió de hombros. Eso no era de su incumbencia.
- Pensaba que mantenías buenas relaciones con la ley.
- ¿Para qué comprar armas cuando puedes comprar a los que las llevan?- convino sarcásticamente.
El menudo jefe le tomó del brazo, llevándoselo aparte. Varios limpiadores cruzaron por su lado, sin mirarles. Entrometerse en discusiones ajenas podía ser muy peligroso.
- Estás yendo muy lejos. Termina rápido y vete.
- Hago lo que puedo, ¡maldita sea! Yo soy el primer interesado en acabar de una vez por todas.
- ¿Recuerdas mis perros? Siempre tienen hambre, mucha hambre. Ni te imaginas lo que me cuesta alimentarlos.
¿Por qué las personas que quieren tanto a sus animales aprecian tan poco a sus congéneres?, se cuestionó amargamente Lucio. El Guapo hizo un gesto de despedida y se marchó, escoltado a pocos pasos de Judas. Este les dirigió una inquietante mirada, aderezada con una sonrisa torcida que mostró una hilera de dientes de oro.
Una vez en la calle se arrimaron a la sombra. El sol calentaba como un horno. El periodista entregó a su ayudante una tarjeta holo con la imagen de Julio César, facilitada por Alba. Le ordenó que hiciera copias y las distribuyera por Santa María de la Cabeza. Debían avisarles en cuanto le vieran por allí.
- ¿Le darán esa información? ¿No sospecharan de usted? -dudó Alba. Daba la impresión de desconfiar hasta de su sombra.
- ¿Benito tiene aspecto de policía con esa cara de niño? -bromeó Lucio-. Saben quién soy y cuál es mi trabajo. No habrá problemas en ese sentido.
Paseaban tranquilamente, de vuelta a casa. En los balcones de algunas casas comenzaban a aparecer colgados los retratos de los familiares muertos en la guerra, festoneados con la bandera tricolor. Llegaba septiembre, el Mes de la Patria.
Ella le desveló la historia de su hermano, las penalidades que había padecido, su conversión en un monstruo inhumano, el contenido de su desesperado mensaje de ayuda. Por desgracia lo había destruido, pues recelaba de que la descubrieran y sirviera para capturar a Julio César.
- ... y finalmente desertó. Decía que los drogaban, los convertían en bestias, sólo pensando en matar. Tiene miedo de sus mandos, de las represalias si le atrapan -hablaba apasionadamente, con la convicción de una abogada defensora. Con las mejillas encendidas, su belleza juvenil se acentuaba-. Dando a conocer la noticia antes de que le apresen nos aseguraremos de que no le maten como a una alimaña, incluso podrían curarlo. Su única oportunidad consiste en que usted informe al mundo de lo ocurrido.
- ¿Por qué yo y no cualquier otro? Alguien más famoso, por ejemplo. Y deja de tratarme de usted, me haces viejo y hasta el año próximo no cumplo los cuarenta -ella se ruborizó.
- Porque usted me cree, me crees, y los famosos me tomarían por loca o no se interesarían por la suerte de un pobre desgraciado. Conoces bien estos barrios, a sus gentes, y eres un tanto sensacionalista -dicho por ella no le pareció tan ofensivo-. Necesitas esta noticia. Nos necesitamos mutuamente. No me traicionarás, lo veo en tus ojos.
Lucio reconoció que tenía razón. Era lo que buscaba desde hacía mucho tiempo. Esa misma noche haría una visita a Santa María de la Cabeza y la Estrellita, buscando cualquier pista, estableciendo una red de informantes que estuviera ojo avizor. Ella se detuvo y se despidió, un tanto azorada.
- Me voy. El albergue del padre Damián cierra a las siete.
- ¿Estás con ese viejo verde? -el cura pertenecía la Nueva Iglesia Reformada, rama escindida de la Iglesia católica de Roma, que entre otras reglas había abolido la norma de la castidad. No era ningún secreto que al padre Damián le gustaban las faldas, sobre todo las más jóvenes-. Muy cariñoso, ¿verdad?
- Sí. Me ha dado unos cuantos pellizcos y ha intentando robarme algún beso.
- Y eso que acabas de llegar -silbó Lucio. Pensó un momento, decidiendo casi al instante-. Ve y recoge tus cosas. Te quedarás en mi apartamento.
Ella le obsequió con una luminosa sonrisa y prometió volver pronto.
Mientras Lucio subía en el traqueteante elevador de su casa, decidió que utilizaría algunos contactos reservados para casos muy especiales. Cuando salió del cubil metálico la impresión hizo que se echará instintivamente hacia atrás, chocando contra la puerta de hierro forjado.
Un gallo decapitado estaba clavado en su puerta, y con su sangre habían dibujado unos extraños signos cabalísticos en la sucia madera.



LOS PARTIDOS PACTAN LA TRANSPARENCIA ELECTORAL. El presidente de la República y los 4 partidos parlamentarios (PRI, PAN, PRD y PT) firmaron el acuerdo para una reforma electoral tras 19 meses de negociaciones. La reforma permitirá la elección del alcalde de la capital, así como la de senadores de representación proporcional, y limitará los gastos de los partidos en sus campañas.
CASTRACION QUIMICA PARA LOS CONDENADOS POR PEDERASTIA. El Senado del Estado de California aprobó castigar con la castración química a los pederastas, que recibirán regularmente inyecciones que reduzcan su instinto sexual. Según el proyecto de ley, la castración química con Depo-Provera se hará siempre que el pederasta no acepte la forma quirúrgica voluntaria.
UN MUERTO TRAS UNA EMBOSCADA TERRORISTA. Un sargento murió y dos soldados fueron heridos en un ataque de terroristas del EPR contra el campamento militar instalado en Atoyaquillo, en el Estado de Guerrero. De Ayotaquillo eran 15 de los 17 campesinos muertos por la policía hace un mes.
CUATRO MUERTOS POR UN CONCIERTO DE SHAKIRA. Tres personas murieron en el DF tras una avalancha producida a causa del retraso en la apertura de las puertas del Estadio Universitario. Asimismo, una menor de edad se suicidó porque sus padres no la dejaron acudir al concierto de la cantante.


- El hombre es el único ser capaz de decir no a la realidad.
Eso dijo el santero principal de una antigua iglesia consagrada a San Juan Bautista. Lucio acompañaba al hombre de rasgos negroides y túnica blanca, con un collar de plata del que colgaban dientes, manitas y piececitos de plástico y marfil, enlazadas las manos a la espalda. El periodista no perdía detalle del interior del templo, puesto que le habían prohibido tomar imágenes de la capilla reconvertida.
Benito se había tenido que quedar fuera otra vez, rumiando su disgusto. Le escoltaban dos guardianes con sarapes negros, portadores de bastones tan gruesos como sus brazos.
El local ya nada tenía que ver con un templo tradicional. Todos los bancos habían sido amontonados en una esquina de la entrada, dejando la planta vacía. El suelo estaba tapizado con agujas de pino, las paredes contenían urnas con algunas figuras sacras, el altar había desaparecido dejando en su lugar un gran crucifijo, y las ventanas estaban semitapiadas, por lo que el interior estaba sumido en una oscilante penumbra, paliada pobremente por varios candelabros dispersos.
- Nosotros somos herederos de la sabiduría de nuestros ancestros, de aquellos chamanes que sanaban la carne y el espíritu de los miembros de su tribu -hablaba en susurros, dispuesto a no perturbar la tranquilidad que reinaba en el recinto-. La felicidad avanza a medida que se elimina lo que provoca dolor. Esa es nuestra misión: extirpar el dolor.
- También se pueden utilizar esos poderes para hacer el mal. Ahí están los ritos vudús de la Petite Cité Soleil. Una especie de sucursal del infierno en la tierra. Sólo un loco se metería allí, sin la menor garantía de poder salir con bien de sus dominios.
Al santero le molestó la comparación con los fanáticos procedentes del Cantón Haitiano de Florida, antiguos aliados de conveniencia durante la guerra y hoy adversarios declarados de la justicia mexicana.
- ¿Tiene usted enemigos? Le aseguro que busca en el lugar equivocado -con un gesto le invitó a seguirle hasta un retrato a tamaño natural con un marco de pan de oro.
- Mire, señor Cabañas, este es Babalú Ayé, para ustedes San Lázaro, el orishá más importante para nosotros. Allá en Cuba, de donde soy, se organizan multitudinarias procesiones con objeto de solicitarle todo tipo de favores. Aquí también viene la gente a pedir ayuda. Seguro que conoce a más de una persona que ha acudido a santeros y no por ello hace sacrificios rituales ni bebe sangre humana.
Con un movimiento de mano señaló a los presentes en el templo.
- ¿Sabe lo que decían los pitagóricos en la antigüedad? Afirmaban que el bien es cierto y finito, y el mal infinito e incierto. Depende de nosotros que en este precario escenario uno prevalezca sobre el otro.
Lucio asintió quedamente, impresionado por las profundas convicciones del otro hombre, aunque le disgustaban las reflexiones filosóficas pues le recordaban a Práxedes. Recordó que de pequeño su madre le llevó a un santero con motivo de una larga enfermedad. Jamás reconocería que fue gracias a él, pero al poco sanó.
- ¿No es una visión maniqueísta, un tanto simplista? Las fronteras entre lo que llamamos bien y mal suelen ser casi invisibles. Incluso lo que yo considero bueno puede no serlo para usted y viceversa -calló un momento-. No sé, me siento... perdido en un laberinto que cada vez se complica más.
Un par de hombres estaban arrodillados ante sendas imágenes religiosas. Hablaban en voz baja, uno charlando y el otro parecía que discutiendo ante la urna del santo. De hecho, había puesto al revés la figura de San Juan, seguramente disgustado por una solicitud no atendida por ese santo.
- Las respuestas siempre están en nosotros. Abra su mente y su corazón al pequeño dios que habita en su espíritu. Logrará entonces la paz interior. Así encontrará lo que busca, acabará con sus dudas.
- ¿Encontraré así al chupacabras? ¿Tan fácil? -bufó Lucio-. Disculpe mi escepticismo, eso de los dioses y demás me suena a cristianismo. Son diferentes lados de la misma moneda.
- En la búsqueda del equilibrio, de la felicidad, siempre hay elementos universales. Resuelva primero sus propios conflictos, conózcase mejor a sí mismo. Sólo le podemos ayudar si usted también pone de su parte.
Rodearon a un santero y una mujer, sentados en cuclillas dentro de un círculo de velas, apenas simples cabos humeantes. El hombre rompió un par de huevos y con la yema frotó la cara de la solicitante. Tomó una botella de posh, un fortísimo licor de maíz, echó un trago y escupió el líquido a la cara de la mujer, repitiendo el proceso varias veces. El periodista se sobresaltó, preguntándose el significado de ese rito pretendidamente purificador.
- Ese santero escupe alcohol y conjura ensalmos. Los católicos creen en milagros a cambio de fe ciega. Todo es sugestionar a los incautos, a los débiles. Mera superchería. Si Dios o un ser superior existiera, ¿por qué permite la esclavitud y la tortura, o la calvicie...? ¿Por qué los hombres somos tan necios?
- Nosotros creemos en las personas, que somos imperfectas. Los cristianos en una deidad omnipotente, perfecta. Supongo que eso influye en sus contradicciones, al comparar lo que se predica con la realidad diaria. Ellos se conforman con hallar la felicidad en "el otro mundo". Nosotros la buscamos en éste.
El santero sonrió, apretándole afectuosamente el hombro.
- La fe en uno mismo, en lo que sea, mueve montañas, eso debe saberlo el sacerdote de su parroquia. ¿Sabe?, esta iglesia estaba abandonada cuando la compramos. Los guadalupanos organizaron la mundial al enterarse y el obispo vino a desacralizarla. A los pocos días nos lanzaron una bomba. ¿Fe, esperanza, caridad cristiana? Supongo que si su Dios hubiera querido que fuéramos buenos seguramente nos habría hecho mejores de lo que somos -se detuvo y miró a Lucio con atención antes de proseguir-. ¿Y usted en qué cree, señor Cabañas?
- Nomás en mí... y a veces ni siquiera eso.
- Es un buen comienzo. Como le decía, el equilibrio y la felicidad están en nosotros, no necesitamos intermediarios. Simplemente dése una oportunidad. Y aquí siempre será bienvenido.
Benito, impaciente por la espera, le aseteó a preguntas, sin que Lucio le prestara mucha atención. Tenía la mente atormentada por un torbellino de preocupaciones, muy lejos de aquella utópica paz reclamada por el santero. Seguía sin aclararse la autoría de la macabra advertencia que había recibido, y tampoco contaba con pistas fiables sobre el chupacabras. Todas sus dudas seguían sin respuesta. Le pidió al chico que manejara el auto, sumiéndose en sus reflexiones.
En la radio del vehículo sonaba una nueva versión de un viejo bolero. "Tú serás mi último fracaso", cantaba con voz desvaída un coro femenino a ritmo de vallenato. Para callar a Benito y agradecer su ayuda le prometió llevarlo a ver el mar si el trabajo acababa bien.
- Iremos a Puerto Vallarta. Mirarás al horizonte y sólo contemplarás una inmensa mancha azul. Es impresionante. Las palabras no hacen justicia al mar. Ya lo verás.
El periodista volvió a sus cuitas. No podía, no debía fracasar, reflexionó. Pensó en su discusión con el Profesor: no existen reglas. Sin embargo, no cabía inventarse reportajes ni pagar a algún amigo para que le sirviera de improvisado actor en una noticia amañada. Las trampas no servían en esta ocasión. Lo había apostado todo en esta partida: doble o nada.
Apenas le quedaba dinero para sobornos o comprar información. Había utilizado a todos sus contactos, presionando en algunos casos más allá de lo aconsejable. Don Eladio, su jefe, quería resultados inmediatos, sus mensajes lo dejaban bien claro. Las otras cadenas comenzaban a mostrar su interés por el tema, lo que le había obligado a mantener a Alba en casa, a salvo de la competencia. A El Guapo y sus siniestros amigos les molestaba la desmesurada atención concitada sobre su territorio, y la paciencia no era, precisamente, una de sus virtudes. Los satanistas tampoco estaban muy contentos por verse, de repente, ante los focos de la opinión pública, fuera de su negro anonimato. Y quién sabe si el verdadero asesino o asesinos desearían hacerle lo mismo que al resto de sus víctimas. Se impone actuar, se dijo.
- Benito, esta noche volvemos a Santa María de la Cabeza. Presiento que nuestro objetivo está cerca.
- De momento nadie ha visto nada extraño.
- Ya veremos.
Se despidieron cerca de casa de Lucio, citándose para una hora más tarde. Tenía que repasar el equipo, preparar la microcámara para filmación nocturna.
Abrió la puerta con cuidado. Alba podía estar durmiendo. Vio un reflejo de luz salir de la puerta de la chica. Iría a charlar un momento con ella. Llevaba muchas horas sola. Se asomó a la puerta. Estaba sentada sobre la cama, abrazada a sus rodillas. Al verle separó las piernas, dejando su sexo al descubierto. Levantó las manos hacia él, invitándolo a entrar.
El periodista dudó, pero el escozor de su entrepierna le empujaba hacia ella. Dudó: a lo mejor quería mostrarle su agradecimiento; podría ser su padre... no lo soy, rechazó la última barrera. Entró en el dormitorio, despojándose de la camisa. Esta semana no habría visita a casa de doña Lupita. Benito tendría que esperar un poco.



MEXICO EMITIRA UN BONO GLOBAL POR 750 MILLONES DE YENES. El Gobierno emitirá ese bono global con un plazo de 20 años que será colocado a través de un importante grupo de bancos internacionales, según informó la Secretaría de Hacienda. El portavoz indicó que esta emisión es un elemento de estrategia del Gobierno para reestructurar los plazos y condiciones de pago de la deuda externa.
UN RECIEN NACIDO CON 2 CABEZAS, EN ESTADO CRITICO. Un equipo de médicos del hospital Notre Dame de Tijuana mostró ayer la radiografía de un bebé con 2 cabezas y 2 espinas dorsales perfectamente diferenciadas. El recién nacido se encuentra en estado muy crítico y con pocas posibilidades de supervivencia.
EL FISCAL GENERAL EXPULSA A 737 AGENTES. El licenciado don Antonio Lozano cesó a 737 agentes y altos mandos debido a su comportamiento "ajeno a los objetivos de impartir justicia". Además, dejó sin efecto las actuales acreditaciones de la policía federal, las odiadas charolas judiciales, con las que policías y delincuentes cometían un sinnúmero de tropelías.
LA ESTRELLA THALIA ENAMORA A LOS FILIPINOS. La cantante y actriz Thalía llegó a Manila, donde permanecerá 9 días para dar 3 conciertos. En su llegada, la estrella leyó un discurso en agradecimiento a los filipinos por el apoyo a su culebrón "Marimar", que ha batido todos los records de audiencia.


La fina lluvia amortiguaba el hedor procedente del cercano vertedero. Lucio, encogido bajo el impermeable, contemplaba los límites de La Esperanza. Estaba en la última frontera, como gustaba decir a Guillermo. Desde lo alto de la colina contemplaba un mosaico de chabolas y chamizos sin luz ni agua corriente, allá donde antes de la guerra sólo crecía rala vegetación, descolorida y mustia por los efluvios tóxicos de las fábricas colindantes. Ahora esa zona era el hogar, por llamarlo de alguna manera, de miles de emigrantes procedentes del interior del país, veteranos inadaptados, incluso de refugiados salvadoreños, guatemaltecos y de otros países. Todos habían venido atraídos por el sueño de la gran capital, dispuestos a lo que fuera con tal de salir de la pobreza. Para la mayoría, si no todos, esos deseos nunca conseguirían materializarse.
El periodista también tenía un sueño, el mismo que el de aquellos desheredados. Salir del agujero, dejar de arrastrarse. Estaba próximo a conseguirlo y la cercanía del éxito aumentaba su ansiedad. Llevaba casi tres días en pie, resistiendo mediante pastillas, buscando cualquier indicio de Julio César, siguiendo todo tipo de pistas, sin el menor resultado. Había enviado a Benito a casa. El chico se estaba quedando en los huesos.
Lucio sacó una petaca de un bolsillo interior, bebiendo un trago largo. El mezcal le devolvió nuevamente a la vida. El agua convertía en barro las asimétricas callejas de la zona de los paracaidistas. De algunos tubos de aluminio que hacían las veces de chimeneas surgían hilachas de humo. Se fijó en un mural reivindicativo, con un estilo a lo Diego Rivera, que presidía una pared de contención: No puede esclavo ser, el pueblo que sabe morir. El aterido periodista maldijo por lo bajo. Antes aquí venían parejas en busca de un rincón tranquilo. El también, cuando quería estar solo para pensar. Ahora casi nadie se acercaba a ese promontorio. La pobreza no es muy poética, se dijo amargamente.
Los primeros rayos de sol empezaban a romper los últimos jirones de la noche. Lucio decidió regresar a casa y descansar. Si mantenía ese ritmo se acabaría derrumbando. Debía estar fresco para conseguir su pasaporte a la fama. En su mente se formaron planes de futuro, que descartó rápidamente. Tenía el miedo del que ha fracasado varias veces y al ver el triunfo tan cerca quiere asegurarse de que no se equivocará de nuevo o de que todo no es un espejismo. A veces se decía a sí mismo que era demasiado bonito para ser verdad: la noticia que le encumbrase en su profesión y una mujer que parecía amarle después de tanto tiempo. Por fin jugaba en una partida en la que contaba con una buena mano. Y el juego estaba llegando a su fin.
Casi sin darse cuenta arribó a su casa. Había conducido como un robot, resistiendo gracias al efecto de los estimulantes. Le escocían los ojos. Empezó a desvestirse, pero se dejó caer sobre el sofá, quedándose allí dormido como un muñeco al que se le hubiera acabado la cuerda.
Unas manos le movieron, sacándole de las profundidades de la inconsciencia. Alguien gritaba su nombre. Con un gran esfuerzo abrió los ojos. No sabía si había descansado diez minutos o diez horas.
- ¿Qué sucede? -atinó a decir con voz pastosa, mientras se frotaba los ojos.
- Lucio, ¡ya está! ¡Lo hemos encontrado! -exclamó Alba.
Esas palabras tuvieron el efecto de un jarro de agua fría lanzada sobre su cara. El hombre se incorporó. Sentía todos los huesos doloridos y los dedos se mostraban torpes a la hora de vestirse. Fue hasta el baño, donde se lavó la cara y engulló un par de pastillas de un frasco oculto tras las cajitas de medicinas.
La chica estaba excitada. No era para menos. El también comenzaba a notar como los nervios se le agarraban al estómago. Comprobó rápidamente que el equipo estaba a punto. Notó como el corazón se le aceleraba. Había llegado el gran momento.
Alba le confirmó que un hombre llamado Deogracias Antúnez, uno de los informadores de Lucio, había llamado para avisar que habían visto a su hermano detrás del autocine de Hermosillo. Tomaron el coche, haciendo el trayecto en silencio. Lucio aferraba con fuerza el volante, como si fuera prisionero que pretendiera evadirse. Sentía remordimientos por no haber avisado a Benito. Con todo lo que le había ayudado también tenía derecho a participar de la gloria, pero decidió que esta vez no la compartiría con nadie.
Parados ante un semáforo, vieron las evoluciones circenses de un tipo disfrazado de payaso y otro calzado con unos largos zancos. Al ponerse el disco en verde los vehículos arrancaron sin miramientos y el zancudo, que llevaba el platillo con las propinas de los conductores, les esquivó con gracia. Lucio giró hacia un solitario callejón, manejando lentamente, buscando con la mirada. Encontró un lugar recogido tras las semiderruidas taquillas del autocine, destruido en un bombardeo de la aviación del extinto Estado Libre de Texas, y aparcó el Zapata. Las manos le sudaban cuando sacó la cámara del coche.
Alba le tomó del brazo, dándole un apretón cariñoso. Andaban sin un destino definido, observando, esperando descubrir el escondite de Julio César. De repente, un ruido les sobresaltó. Una rata enorme saltó entre los escombros, desapareciendo de su vista en un instante. La chica se abrazó a él. Atravesaron a paso lento el descampado del autocine para entrar, a través de un hueco de la verja, en una chatarrería contigua. Llevaban un rato de inspección sin resultado y el periodista comenzaba a preguntarse si no se trataría de otra falsa alarma.
Varios golpes sonaron tras un montículo de vehículos corroídos por el óxido. Podían ser algunos de los perros que se refugiaban en aquel laberinto de metal. Un silueta destacó en una de las grúas. La pareja se detuvo. Con un peligroso salto el desconocido bajó de las alturas, aterrizando con la agilidad de un gato. Parecía alguien realmente fuerte.
- ¡Alba! -el nombre resonó igual que un grito de guerra. Era una voz de lija, como si un enfisema le corroyera los pulmones.
La chica salió corriendo y saltó a los brazos de Julio César, el llamado chupacabras. Lucio atendió a sus reflejos, filmando la escena. Conectó el sistema de audio e inició el relato de la noticia en voz baja, tal y como había imaginado tantas noches en vela.
Un sonido rítmico, amortiguado, empezó a filtrarse a través de su mente. Le traía viejos recuerdos. Recuerdos que le impedían dormir algunas noches o le provocaban pesadillas de vez en cuando. Lo ignoró y siguió concentrado en su tarea hasta que varios puntos rojos aparecieron sobre el cuerpo de Julio César. El también había oído el tableteo apagado de los rotores y se había quedado quieto, como hipnotizado. Alba se separó de él y un segundo después el fugitivo cayó abatido por varios disparos.
Superada la sorpresa inicial, Lucio pidió conexión a sus estudios centrales, pero le devolvieron automáticamente la señal, sin atender sus requerimientos de cobertura en directo. Un helicóptero de transporte aterrizó a una veintena escasa de metros, alzando una cortina de polvo y empujándole hacia atrás con su corriente de aire. Otro helicóptero sobrevolaba la zona, dando cobertura a su compañero en tierra.
Saltó un sanitario, escoltado por dos soldados. Entubó a Julio César y se lo llevaron en una camilla. Alba les miraba muda, incapaz de reaccionar.
Varios soldados se dirigieron hacia el periodista. Este ahogó una expresión de asombro cuando entraron en la zona iluminada por el foco de su cámara. Eran guerreros-águila, el mítico cuerpo de élite del Ejército, los superhombres de los que apenas se sabía nada excepto su mortal eficacia ante el enemigo. Ni siquiera participaban en el desfile del Día de la Victoria. Su existencia era casi un secreto de Estado.
- Deje ya de chingar, ¿sí? -avisó el capitán-. Eladio Santillana, su jefe en MexiVisión, recibe órdenes nuestras en este caso, así que nadie verá jamás esa grabación. Apague ya.
Lucio esgrimía la cámara como un salvaconducto que le preservara de las iras de los militares. Cuando uno de los soldados agarró del brazo a Alba y la condujo hasta el helicóptero, reaccionó. Antes de darse cuenta estaba en el suelo. No había visto venir el brazo de acero del comando que le había derribado como una pluma.
Un compañero del agresor recogió la cámara y sacó la cinta, rompiéndola con manos que parecían tenazas. Al periodista le daba vueltas la cabeza. El desastre se le había echado encima de improvisto.
- Comprenderá que no podamos dejar testigos. Nada personal, por supuesto -el oficial, el único blanco del grupo, sacó una pistola parecida a la que empleaban los veterinarios para dormir a los animales.
- ¿Qué está pasando aquí? -chilló Lucio al borde de la histeria-. ¿Qué harán con Julio César y Alba?
El capitán, dos metros de músculos implantados y sentidos potenciados mediante la tecnología de los aliados japoneses, rió tranquilamente y su voz sonó como un graznido.
- El cabo Gálvez es un desertor -casi escupió la última palabra-. Dios sabe cómo, aunque lo averiguaremos en cuanto despierte, le extirparon el biochip que nos mantiene localizables en todo momento. Sin embargo, gracias a su involuntaria ayuda, lo tenemos entre nosotros otra vez y en esta ocasión recibirá el acondicionamiento adecuado.
- ¿Y Alba? -Lucio temblaba como una hoja azotada por el viento, incapaz de asimilar lo sucedido-. Ella no tiene ninguna culpa.
- ¿Aún no lo ha entendido? ¿Cómo piensa que llegamos tan rápido tras encontrarle ustedes? -calló para que lo comprendiera, dejando que se derrumbara todavía más-. Ella es uno de los nuestros. Pertenece a la Sección Femenina de Apoyo. El huido se enamoró de ella durante un permiso y acudió a la soldado Cifuentes cuando decidió huir.
- ¿Por qué yo? ¡Maldita sea! ¿Por qué me han hecho esto?
- Teníamos que atraerlo a una zona donde más o menos pudiera pasar desapercibido, y La Esperanza era el lugar adecuado dado que venía al DF. La búsqueda aquí no levantaría sospechas si la dirigía usted. Conocemos su expediente de cuando estuvo en el Servicio de Información Militar.
Uno de los soldados de rostro pétreo le pasó una ampolla al oficial, con la que cargó el arma. Lució miró a su alrededor, buscando cualquier vía de escape. Desistió. Antes de que haber dado un paso le habrían atrapado. Tal vez fuera mejor así. Le habían usado como a un títere, robándole su orgullo, vaciándole de estima. Al menos sabría morir como un hombre, decidió en ese instante de desesperación.
- Entonces dejarán impunes sus asesinatos -atacó, encendido por el odio-. ¿Acaso están por encima del bien y el mal? Ustedes se creen dioses biónicos cuando no son más que escarabajos que luchan y se revuelcan entre la mierda.
- ¿Lo ve? Tiene la lengua muy larga. Es un peligro, ya nos previno Santillana -le miró fijamente y sus ojos parecían transmitir las profundidas del abismo-. Nosotros escribimos nuestras reglas y no necesitamos comer corazones ni beber sangre. Esa es una leyenda de los antiguos mexicas, alimentada hábilmente para asustar a los gringos. El desertor no es ningún chupacabras ni un vampiro -sonrió, meneando la cabeza-.
Pero de alguna manera debíamos atraer su interés, ¿verdad?
Un mensaje recibido en el auricular de su casco desvió la atención del capitán de su prisionero. Respondió brevemente a su micrófono, utilizando unos códigos que a Lucio se le antojaron incomprensibles. Amartilló la pistola con un crujido seco y el periodista estuvo a punto de persignarse.
- Se acabó la plática. ¿Ve este líquido verdoso? Las neurotoxinas van a limpiar su hipocampo. ¿Sabe?, lo mejor de la vida es su brevedad, de la que tan a menudo nos lamentamos. Sin embargo, si esperaba convertirse en un mártir lamento decepcionarle. Con la que ha montado, hará menos daño siendo un lisiado mental que un muerto.
El horror de esa amenaza erizó el vello a Lucio. Le iban a convertir en un vegetal o en un tarado. Eso era peor que la muerte para él. Un disparo rompió la quietud del lugar y Lucio sintió un pinchazo en la sien izquierda. Le pareció sentir como la droga se introducía lentamente en su sangre con un calorcillo reconfortante, como le expulsaba poco a poco de la realidad. Cayó al suelo, mientras su mente, descontrolada por el veneno, recordaba un antiguo bolero que su madre solía cantar a menudo.

No sangres, corazón, por esa ingrata
y calma para siempre tu sufrir,
que aquello que en la vida a hierro mata
Dios lo condena y a hierro ha de morir.
No sangres, corazón, cierra tu herida,
no temas al puñal de la traición.

El helicóptero despegó, uniéndose al otro que le había cubierto desde el aire. Ambos desaparecieron al poco entre las nubes grises. Dos mendigos surgieron de las sombras, moviéndose con cautela. Se acercaron a Lucio. Al verle inconsciente le desvalijaron y le quitaron las ropas, que se repartieron entre discusiones.
Un trueno retumbó en el cielo. Una sábana de agua cayó de repente, ahuyentando a los mendigos. Volvían las lluvias estivales.

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