DeFormación Profesional


Acabo de ver en la tele una campaña publicitaria de nuestro querido ayuntamiento de Barcelona promocionando la Formación Profesional. Eso demuestra la vigencia de la ley del péndulo. Además, una noticia de estos días es el de las notas de la Selectividad.

Cuando yo estudiaba (hace de eso un tiempecillo, sí) en 8º los padres iban a visitar al tutor. En esa entrevista se dilucidaba si merecía la pena que el alumno pasara a BUP o acabara en FP. En mi caso les dijo que valía para estudiar y pasé a BUP. La FP, en cambio, se consideraba entonces el castigo para los ceporros. Poca broma con el tema, estaba "mal visto" (era un cole religioso, es cierto) acabar en la FP. Porque era eso, estar acabado a los ojos de los demás. ¿Visión clasista? Tal vez. ¿Equivocada? Visto en perspectiva, claramente.

Ni que decir tiene, como todos bien sabemos, que una sociedad compuesta solo por licenciados y diplomados no es la ideal. Se necesitan técnicos, operarios preparados... ¿Acaso el objetivo de muchos estudiantes de Empresariales o de Derecho es trabajar de administrativos? No, para eso existía un módulo administrativo en la FP. Pero el mercado laboral está como está, además con sobredosis de titulitis y gente megapreparada, y es lo que hay. Somos el país de las apariencias, donde sí importa poder presumir del niño/a universitario/a.

Ahora la bola del péndulo viene de vuelta y nos damos cuenta de que faltan un montón de profesionales cualificados. Los de aquí están hasta arriba de trabajo, ganándose bastante bien la vida (mejor que muchos de esos socialemente valorados licenciados), por lo que debemos importarlos de otros países. Por eso ahora redescubren la importancia de la FP. Ni mucho menos es un destino académico para malos estudiantes, sino una magnífica salida profesional para muchos chavales. Ofrece una preparación más práctica y más orientada a la empresa, que nuestra querida universidad, reducto de profes y sistemas educativos trasnochados, demasiado académica y muy poco práctica (como sabemos los que pretendimos aplicar nuestros años de carrera al trabajo).

En el curso 2000-2001 el 30% de los alumnos universitarios abandonaron la carrera, de los cuales el 60% dejó definitivamente la universidad y el resto cambió de carrera. Ojo al dato, casi nadie acaba la carrera en el periodo teórico de su duración (yo fui uno de esos): una parte trabajan, pero no todos. En fin, la universidad española no es la panacea y los estudiantes españoles distan de ser modélicos. Posiblemente, a unos cuantos de los que arrojan la toalla en primero les hubiera ido mejor de haberse decantado en su momento por la FP. Chi lo sa.

Más datos reveladores. Entre los cursos 2000-01 y 2004-05 las calificaciones exigidas en Catalunya para acceder a carreras Técnicas y de Ciencias Experimentales (vamos, las de Ciencias) bajaron cerca de un 10%. Casualmente (¿o no?) la bajada de la nota de corte fue acompañada de un descenso en la matriculación de casi un 17%.

Es lo que pasa cuando otros se empeñan en decidir por nosotros, cuando elegimos metas que no son las nuestras ni son acordes con nuestras posibilidades. ¿Todos debemos servir para estudiar? ¿La universidad resuelve nuestro futuro profesional? ¿Acaso todos somos un Einstein en potencia?

No conozco las respuestas. Cada uno debe seguir su propio camino.

(Banda sonora: No myth - Michael Penn)

Madrid 2016 olímpico

El Ayuntamiento de Madrid tiene a bien sacar a concurso el Diseño del logo de la candidatura olímpica de la ciudad de Madrid 2016, evento que -de conseguirse- volcará todavía más miles de millones de euros si cabe en la capital, tan necesitada -como todos sabemos- de todo tipo de inversiones.

Como buen ciudadano, he decidido colaborar en tan magna empresa. Lo que sea por ayudar. Faltaría más. Así que me he puesto manos a la obra. El primer punto de las bases lo cumple sobradamente mi logo: "El logo debe ser original, fácilmente identificable y memorable".

Sí, ya sé que no cumplo del todo con el punto 2 de las bases: "El diseño del logo debe representar el espíritu de Madrid". ¡Nadie es perfecto! No obstante confío en el carácter abierto y cosmopolita de Gallardón y Espe. Seguro saben apreciar la belleza de este logo universal.

Aunque no se dice nada de un himno, y ahora que está de moda buscar letra para el himno español, desde aquí, modestamente, les ofrezco esta humilde e inspiradora melodía para Madrid 2016. Que la disfruten.

De nada, señora Espe. Siempre a su servicio.

(Banda sonora: I heard a rumour - Bananarama)

Abanico Locomía, que llega el calor

Siguiendo con la política de reaparición de espectros musicales, resucitamiento de momias artísticas y exposición al público de quienes hace tiempo creíamos cadáveres populares, ¡oh, sopresa!, también resulta que vuelven los Loco Mía. La abuela pare y pare sin descanso... Las malas lenguas dicen que fue gracias (o por culpa de) al éxito de este anuncio.


Hemos visto a componentes originales de grupos que apenas se soportan, se aguantan de pie o recuerdan sus propias canciones. Hemos soportado cómo se nos daba gato por liebre y de la banda original quedaba tan solo uno o dos miembros, incluso ninguno. Loco Mía lo supera todo. La formación original la componían 4 guapitos de cara. Ahora uno de ellos convierte la marca en franquicia y por arte de magia pasan a ser 12, o sea, tres bandas para hacer más bolos (¿?) y exprimir el invento todo lo que se pueda y los incautos fans se dejen.

Recuerdo con simpatía a estos chicos, creo recordar originalmente gogós en la discoteca ibicenca Ku. Cuando queríamos hacer el tonto y sonaba su música, qué mejor que coger los abanicos de nuestras amigas (o cualquier artilugio de tamaño similar) y empezar a hacer el muñón seudobailar como ellos. Las risas estaban garantizadas.

Vayamos a los datos objetivos, puesto que no estoy siendo muy imparcial con ellos. Vendieron 3 millones de discos (¡increíble!), gracias a sus fans latinoamericanos, europeos y japoneses. En su regreso son cabecera de cartel del Dancing Queen barcelonés. Xavier Font, factotum de esta astracanada invento, dice "si vestimos como entonces es porque nuestro look se quedó en la retina del público y sería poco ético no darle lo que espera". Para una vez que alguien quiere ser ético los resultados espeluznan...

Me comenta una compañera, que vio a uno de los tres comandos Loco Mía en Td8, que los pobres ni sabían seguir el playback y bailaban como sardinas en lata. Vamos, pena penita pena.

¿Hace falta qué diga cuál la banda sonora? A reír todos un rato.


P.D.: Hoy Antena PP 3 emite el reality de la tontaina Paris Hilton. Parece que con la llegada del verano piensan que se nos reblandecen (todavía más) las neuronas. País...

Renfing o cómo tomar el pelo al ciudadano


Renfing: Dícese de un servicio ferroviarrio deficiente, caótico y tercermundista en las Cercanías de Barcelona. Este desastre, mal servicio y tomadura de pelo diaria a miles de sufridos ciudadanos no sería posible sin la inestimable colaboración de:
  1. Directivos de RENFE: incompetentes y prepotentes, con una sensibilidad social inversamente proporcional a la importancia de sus cargos.
  2. Informadores de RENFE: que normalmente ni se enteran ni informan. Con su sueldo sería preferible mejorar el servicio de megafonía de las estaciones... y que este se use, claro.
  3. ADIF: (I)responsables del mantenimiento de la red ferroviaria. Claramente no invierten lo necesario en Catalunya, a pesar de todo lo que pagamos en impuestos.
  4. Ministerio de Fomento: último responsable de este embolado. Todo son bonitas palabras, acompañadas de muy pocas soluciones reales y todavía menos dinero. Casualmente Madrid y otras ciudades de fuera de Catalunya no padecen restricciones de dinero estatal.
¿Qué esconde este desastre diario? ¿Tal vez lo que se pretende es la privatización de RENFE? ¿Se quiere acelerar el traspaso a Catalunya de Cercanías por el Estado, pero sin pagar las mejoras necesarias e imprescindibles? Sea lo que sea, apostad a que nos la volverán a meter doblada.

En cualquier caso las víctimas son las de siempre. Los señoritingos políticos que van en coche oficial no sufren estas menudencias. Supongo que predican el uso del transporte público para que no les colapsemos las carreteras.

¿Estas son las ventajas del Estatut? Cero patatero en inversión y solo nos traspasan lo que el Estado no quiere.


(Banda sonora: Fly like an eagle - Seal)

Manipulando, que es gerundio

Hace días hablaba en "El futuro de los niños" del padecimiento de muchos padres a la hora de elegir colegio para sus hijos. Por desgracia no siempre se obtiene plaza donde uno quiere. Cada uno explica el baile según le va, pero los políticos y la prensa siempre navegan a favor del viento.

Noticia: "El 90% de los alumnos de P-3 han accedido al centro elegido". Así parece fenomal. ¡El 90%! ¡9 de cada 10! En letra más pequeña se dice "casi el 90% de los más de 74.000 niños...". Es decir, al menos 7.400 niños no consiguieron la plaza solicitada. La noticia, bajo mi punto de vista, ya no es tan fenomenal como nos la quieren vender (y yo no me puedo quejar, como sí lo harán los padres que se han quedado fuera). Juguemos con los datos, maquillemoslos sutilmente. Siempre quedará mejor vender el 90% está dentro que 7.400 familias (porque hablamos de personas, no de números, señor@s políticos y de la prensa amiga) no han podido conseguir plaza en la escuela deseada.

Más "divertido" es el caso de las guarderías. Como no es enseñanza obligaria los políticos (esos mismos cínicos que nos piden el aumento de la natalidad) no consideran necesario aumentar las pocas plazas existentes. ¡Viva la conciliación de la vida familiar y laboral! Solo el 50% de los críos tienen plaza de guardería. Para el otro 50% quedan dos opciones: abuelos que los cuiden o dejar de trabajar para cuidarlos. Grandes opciones como podemos comprobar. ¿Por qué tenemos un índice de natalidad tan bajo? Si todo son facilidades...

Sí, los críos ya han empezado vacaciones. Los políticos parece que están mentalmente de vacaciones permanentes. Eso o es que tienen el encefalograma plano. De otra forma no se explica su desinterés por solucionar los problemas reales de la gente (los votantes) y su supino desconocimiento de esos mismos problemas. ¿Viven en una realidad alternativa a la nuestra? Algunos sí, como nuestro querido alcalde de Barcelona, el que más cobra de toda España (incluso más que los ministros del Gobierno).

¿Y luego se extrañan de que haya tanta abstención? Si nos estuviésemos tan aborregados y nos hubieran vacunado contra el virus del inconformismo, deberíamos hacer una revolución ya.

(Banda sonora: That's all - Genesis)

Fuegos en la oscuridad

Llega la noche de Sant Joan. Recuerdo con placer las fiestukis que montábamos por la verbena. Hogueras en la playa, bailoteo, amaneceres en la arena. Sin embargo, no me gustan las explosiones, el estruendo de los petardos, el olor a pólvora. En definitiva, aborrezco el rollo pirotécnico. Es lo que hay. No soy políticamente moderno. Paso de la vertiente artillera de esta tradición mediterránea, catalana o marciana.

A quienes os gusta ese tipo de ruido que lo disfrutéis. Yo paso. Me quedo con la coca, el cava, el moscatel y demás placeres terrenales.

P.D. 1.: A partir del 1 de julio, gracias a una directiva europa, el vino y la cerveza no podrán asociarse a ninguna propiedad saludable. Joé, cómo está el patio.

P.D. 2: Hoy deseo toda la suerte del mundo a Jaume y a su chica. Bienvenidos al club de los casados. ¡Mucha felicidad! La balada de la banda sonora va por vosotros (ah, cómo me encantaba la carrerita en moto que se pegaba el Cruise; ese peaso Ninja, la moto de mis sueños...).

(Banda sonora: Take my breath away - Berlin)

Grandes hitos del ayer: Mundial '82

El miércoles pasado se cumplieron 25 años de uno de los momentos más destacados de mi adolescencia: la inauguración del Mundial futbolístico de España. ¿Especial, os preguntaréis, por qué? Porque participé en la ceremonia de inauguración.

¡1982, qué gran año! Uno de los mejores de mi vida. El cole de puta madre. Empezaba a salir de fiesta con los coleguillas (todavía éramos pequeños para salir de noche; hoy seguro que a esa edad están toda la noche fuera). Todavía era buena persona (inocente, sí; todavía era un chavalito). Sin problemas. Aquello era lo más parecido a Jolivú que he vivido jamás.

Por una vez tuve suerte. Llegaron a nuestro cole buscando chavales para la citada ceremonia. Todos levantamos la mano como voluntarios. Sorteo. Cuando salió mi número me debí quedar alelado un par de segundos. A mí nunca me tocaba nada y allí estaba, pasarela a la "fama", ante la mirada de envidia de la mayoría. Nos dieron unos pines y pegatinas del Naranjito. Ahora parece ser que vuelve a ponerse de moda, pero mira que era y es feo el jodío.


Así que algunas tardes, después de clase, venía un autocar a recogernos para llevarnos al Estadio Olímpico. No al que conocemos hoy, glamouroso, sino al anterior a la reforma, un vejesterio que se caía a trozos, refugio de ratas, suciedad y borrachuzos. Ensayábamos la coreografía, nos daban un bocata y un refresco, y confraternizábamos con los elementos femeninos de otros colegios también participantes en aquel evento. Con un poco de suerte, ya que acabábamos tarde, nos permitían saltarnos la primera clase del día siguiente ("hay que dormir 8 horas", sostenía nuestro tutor).

Poco antes del Gran Día fuimos al Nou Camp a ensayar. Ha sido la única vez que he pisado l'Estadi. Mientras esperábamos nuestro turno en el Palau Blaugrana para entrar, los niñatos (pijillos en su mayoría) se dedicaban a inflar preservativos y lanzarlos como globos para escandalo (fingido) de las chicas, mofa de los demás, y persecución matonesca de los curas/hermanos (no estoy seguro, pero me da la impresión que todos veníamos de coles religiosos), pues los dichosos artefactos quedaban atrapados en el techo del Palau. En eso que otro pintillas y yo nos escapamos para inspeccionar "nuestro" estadio (si alguien no lo sabe, soy del Barça hasta las cachas). Vimos los ensayos de otros números distintos al nuestro y volvimos tras un rato de huida. Llegamos cuando la peña se preparaba para entrar en el estadio. El profe de gimnasia, responsable de esta movida, estaba que se subía por las paredes: nos buscó por todas partes sin resultado. "Estáis fuera". Nos quedamos blancos, le suplicamos. Era joven, buen tío y nos perdonó... pero se nos pusieron por corbata.

El gran día todo fue como la seda. Hasta la paloma que tenía que salir de un falso balón cumplió con su deber. La gente nos aplaudió a rabiar. El resto es historia. Queda para el recuerdo (de los futboleros) el 3-2 de Italia a Brasil en Sarriá, y los saltitos del presidente Sandro Pertini en la final Italia-Alemania, al lado del Rey. España, como siempre, hizo el rídiculo (tal vez por la falta de letra en el himno, aunque ya contábamos con uno muy potente).

Aquello fue el cénit de esa época dorada. Después comenzaría la cuesta abajo.


(Yo era uno de los que va de blanco)


(Banda sonora: Holiday - Madonna)

¡Ándele, que viva el buen rollo!

Ayer veía en un concurso de la tele como un tipo de Tarragona se llevaba 600.000 euros. Me alegré por él. Soy de los que les encanta que el jugador gane a la banca. Me gusta que a la gente le vaya bien. Dicen que en las pelis de ladrones, de truhanes de variado pelaje, muchos espectadores se ponen del lado de los malos. Nos gusta que los poderosos también pierdan.

Vivimos en un país peculiar, en el que muchos viven pendientes no de sí mismos sino de lo que hacen y tienen los demás. Otros tantos viven envidiando (y rabiando) por lo que no tienen, sobre todo si lo tiene Fulanito. Y a veces, nos guste o no, en este santo país vivimos expuestos en un gran escaparate, en el que algunos se creen con el derecho de opinar, malmeter o influir en nuestras vidas. Lo siento, ni me identifico con ninguno de los anteriores ni me gusta ese tipo de vida.

Que cada uno haga lo que le de la gana. Vive y deja vivir es mi lema. Tal vez muchos piensen, como cantaba el Último de la Fila, que tanto tienes tanto vales. Peor para ellos. Vivirán siempre amargados por mucho que tengan, pues nunca será suficiente para ellos y siempre habrá otros que tengan más. El deporte nacional es la envidia y, por desgracia, cuenta con millones de seguidores.

Paso. Me alegro de los éxitos de los demás, sobre todo cuando se trata de amigos. No lo envidio. Claro que me gustaría catarlo, pero no me quita el sueño. Me conformo con lo que tengo; me acepto como soy; intento disfrutar de la vida, de mi vida, con todas mis limitaciones. Es lo que hay. A quien le guste bien; a quien no, también. Tal vez si algunos se preocuparan más de su vida y menos de la de los demás, ellos (sobre todo) y los demás seríamos más felices. Desear el bien ajeno, además del propio, es muy higiénico mentalmente. Si alguien se cree que es una cursilada o una tontería lo siento por él. No sabe lo que se pierde: tranquilidad de espíritu.

Que disfrutes de los 600.000 eurazos con salud, colega. Y que no te quiten lo bailao.

P.D.: si tenéis tiempo, ved el video. Una de mis canciones favoritas.

(Banda sonora: Sowing the seeds of love - Tears for fears)

La burbuja inmobiliaria


Os saludo, vengo 328 años del futuro. Me he decidido a coger mi máquina del tiempo para contaros como van las cosas.

Afortunadamente no se han cumplido las previsiones de tantos agoreros burbujistas y la vivienda en España ha seguido subiendo un 17% anual durante los últimos 50 años, de este modo nos hemos convertido en el país mas rico del mundo, porque por ejemplo un ático en la castellana cuesta mas que el estado de California y el palacio imperial de Tokio juntos; claro que ya nadie vive en la Castellana ni en ningún otro sitio de Madrid, por que esas casas son para invertir y no para vivir.

Yo por ejemplo aunque trabajo en Madrid me he comprado un piso de 40 metros la mar de mono en un pueblo del Norte de Burgos, que con la autovía queda a un paso (el problema del pago de aduanas por pasar de una nación a otra tampoco es tan grave... te acostumbras al uso del pasaporte); para pagar la hipoteca nos hemos juntado con otras tres familias: un notario casado con una catedrática de universidad, un subinspector de hacienda casado con una abogada del estado y un magistrado del supremo (subcontratado a través de una ett) casado con una arquitecta.

De este modo destinamos cinco sueldos a la hipoteca y uno para vivir; estamos contentísimos con la compra porque aunque al principio nos está costando un poco, luego seguro que ni se nota, además nos hace mucha ilusión Porque desde que lo compramos hace un año ya ha subido un 17% y por si fuera poco la mujer del notario esta de buena que lo flipas.

Aunque profesionalmente no me va mal (soy director general adjunto de una multinacional, aunque también subcontratado a través de una ett, la verdad es que la inflación que sufrimos al ser el país mas rico del mundo hace que nos tengamos que apretar un poco el cinturón; de todos modos es cuestión de acostumbrarse, cuando tuvimos que empezar a comer chopped de lagartijas todos nos quejamos y ahora se le da vuelta y vuelta en la plancha y tan rico que queda.

De cualquier forma, aprovechando que han bajado la edad laboral a los 14 años a ver si saco al churumbel del colegio y lo meto en la ett, que un sueldo mas seguro que nos ayuda para la hipoteca.

Mi sueldo es de 2.000 tochos netos, el tocho es la moneda que sustituyo al euro cuando nos echaron de la UE a patadas por impresentables. El tocho se cotiza a un céntimo de euro. En la caja fuerte del Banco de España ya no se guardan lingotes si no ladrillos, que en este país han demostrado ser un valor mucho más seguro y rentable que el oro.

Tras la crisis de la natalidad española la población ha quedado reducida a 5 millones de españoles y 50 millones de ecuatorianos trabajando de paletas, que han seguido construyendo 800.000 viviendas anuales (la construcción supone ya el 94% del PIB) y ahora tocamos a unas 20 viviendas por habitante (casi todas vacías porque como dije son viviendas para invertir, no para vivir).

El 90% del suelo esta ya urbanizado y se plantea empezar a construir ciudades en el fondo del mar (no se puede vivir debajo del agua, así que serían ciudades nada más que para invertir). Esto es lo que en el mundo se conoce y admira como "el milagro español" y es objeto de numerosos estudios y tesis doctorales en el campo de la psiquiatría. Cada año nos visitan miles de estudiosos de la mente humana de todo el mundo. No me extrañaría que muchos de esos científicos se quedasen porque la verdad es que como en España no se vive en ningún sitio.

Y eso es todo lo que os puedo contar de lo que os espera; voy a ver si cazo unas lagartijas para cenar.

(Texto recibido por e-mail)

(Banda sonora: It's my life - Talk Talk)

Los amantes de la Santa Muerte (y II)

La mara Dos Erres no consiguió liquidar a Darío aquel día para evitar que el Yaragüé lo relacionara con ellos. Darío se olió que podía acabar como cabeza de turco y huyó de la colonia. A todo el que vio dejó dicho que atentó contra el Yaragüé a sueldo de la mara Dos Erres. La guerra entre bandas fue inevitable. Ahora Darío hace trabajos para la Dos Erres: liquida a fieles del Manco Yaragüé.

Escondido en un condominio de la colonia Filadelfia, una enorme colmena de chamizos y edificios contrahechos, utiliza a críos para que le pasen los encargos y cobrarlos. No se fía tampoco de la Dos Erres. Entre ambos existe una relación de interés. Cuando ésta finalice llegará la hora de pasar cuentas y cobrárselas.

Darío aprovecha la noche para visitar a su madre. Sentado en el salón de su antigua casa da cuenta de una botella de Herradura y soporta estoicamente los reproches de doña Lupe.

—En qué chingadera te has metido, Darío. Te previne sobre esa chica... Cómo se te ocurre matar a gente.

—Es un laburo como otro. Se cobra una buena lana, como bien sabes por las remesas que te envío.

—¡Te reportarán a la Procuradoría! Acabarás en el reclusorio —sentencia hoscamente.

—¿Por pasaportar a delincuentes? ¿A quién le importan los malasombras? Madre, ¿cuánto hace que no ve a un poli o a un milico por aquí? —se ríe con ganas.

—Tienes que escapar, mi niño. Te has ganado muy malos enemigos.

—Gracias a la calidad de mis enemigos todos me respetan ahora. Y me temen —remacha con un deje de orgullo.

—Por desgracia, cada vez te pareces más a tus enemigos —le acusa con acritud—. Vete. Vete antes de que te maten. De la calle me han llegado amenazas contra ti —confiesa asustada—. Que si te van a sellar los ojos con pegamento y luego te ahogarán en una bañera llena de excrementos. Huye y no me hagas sufrir más —le suplica doña Lupe.

—El mundo en el que vivimos es una enorme cárcel, madre. No hay donde huir. Pago a gente para que proteja mi escondite. Y no me marcharé a ninguna parte sin Layda —dice con firmeza—. ¿Cómo está ella?

—Te han hechizado, hijo —lloriquea la mujer sin responder la pregunta.

—Se preocupa en vano, madre. ¿Acaso no me ocupo de ustedes? Ahora gano más plata que nunca.

—¡Está manchada de sangre! —explota encolerizada.

—El justo se regocijará cuando, sediento de venganza, lave sus pies en la sangre del malvado. Lo pone en el Libro de los Salmos, madre —se justifica.

—Darío, ¿no te das cuenta que desde que te hiciste gatillero la justicia se apartó de tu lado? Tú mismo te has convertido en un malvado, en un monstruo.

—Me insulta, madre, y no quiero discutir con usted —cierra los puños, enrabietado—. ¡Es que no la entiendo! Al genocida de Cortés le llamaban conquistador por masacrar a miles de nuestros antepasados. ¿Acaso soy peor que él, cuando sólo liquido a pendejos? —doña Lupe suspira.

—Quisiera creer que esa cusca de Layda te hará feliz. De verdad te lo digo. Porque no te reconozco con tanto cambio para mal —la mujer entorna los ojos como si no viera bien—. Ojalá la consigas y dejes de matar de una vez. No te conozco. El Darío que me acompaña ahora no es mi hijo.

—¡Claro que no soy el mismo de antes! He madurado, madre. Me cansé de poner la otra mejilla. Ahora los golpes los doy yo —se levanta del sofá y se acerca a la ventana, a vigilar—. Dígale a Omar que me busque. Necesito un motorista de confianza.

—Mientras no cambies de vida no quiere saber nada de ti. Eso me dijo.

—¡No me entienden! —protesta resentido—. Quien sigue la ley no llega a nada porque este sistema se creó para someter a los débiles.

De pronto, el runrún callejero enmudece. Darío aparta un poco la cortina. No hay niños jugando a pelota. Desaparecieron los abuelos sentados en sillas de mimbre cotilleando en el portal de enfrente. Hasta los perros dejaron de ladrar. El joven da un beso en la mejilla a su madre a modo de despedida.

—Cierre puerta y ventanas en cuanto salga. Y pase lo que pase, no salgan de casa.

—Nunca corras más rápido que tu ángel de la guarda, hijo —le susurra, intentando controlar el tembleque del labio inferior, sofocando las lágrimas con un rápido revoloteo de los dedos.

Darío sale a la escalera. Se pega a la pared. Abajo, unos pasos se detienen, a la espera. Alguien se ha chivado de su llegada. Al joven no le sorprende. Todo tiene un precio y la dignidad se vende barata, máxime cuando la necesidad aprieta.

Sólo le queda huir por el terrado. Echa a correr, sube los escalones de tres en tres. Detrás, los pasos toman brío, acompañados de gritos de alarma.

—¡Escapa por arriba! —alerta una voz ronca.

Estampidos secos ladran a espaldas de Darío. Entra en la azotea con la pistola por delante. Se detiene en seco. Mira a diestra y a siniestra por si también le esperaran allí. Al no ver a nadie reemprende la carrera. Toma impulso y salta a la terraza del edificio contiguo. Cae rodando sobre sí mismo. Jadea por el esfuerzo y la tensión. Salta varios techos más como un gato callejero. Suenan nuevos gritos. Varios fogonazos iluminan la noche como luciérnagas borrachas. No saben dónde está.

Esa noche Darío consigue dar esquinazo a sus perseguidores. Si son gentes del Manco Yaragüé, de la Dos Erres, o cazarrecompensas tanto le da. Hoy han ido a por él. Mañana tal vez Darío vaya a por alguno de ellos.

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a
Mientras limpia una pistola, Darío se reconcome pensando en Layda. De fondo le acompaña la musiquita de los comerciales de la televisión. Suena el timbre del videoportero. Darío deja la pistola desarmada y recoge otra que descansa en su bandolera. Conecta la microcámara colocada sobre el dintel de la puerta de la calle. Un crío de aspecto desnutrido aguarda, mira nerviosamente a uno y otro lado.

—Sube —ordena Darío, mientras desbloquea el seguro de la puerta.

Un niño entra en la habitación con paso inseguro.

—¿Qué onda, Miguelín? ¿Pudiste entregarle el anillo a Layda?

—Directamente, no. Se lo pasé a una de las que limpia el Sherezade, don Darío —desde que Darío se convirtió en un reconocido asesino el crío le trata de usted.

—Entonces no sabes si le gustó —dice decepcionado Darío. El crío se encoge de hombros—. Imagino que sí —se anima—. ¿Qué se cuenta por ahí?

—Que el Manco se ha hecho una barridita de pirul, pa’limpiarse del mal de ojo y de todas las maldiciones que le ha lanzado usté.

—¡Vaya babosada! Pa’lo que le va a servir —se jacta—. La Santísima Muerte está conmigo —asegura convencido—. ¿Cómo marchan las balaceras?

—Depende de quién lo cuente —responde con seriedad el niño—. Las dos partes sufren pérdidas. Muchos platican si no llegó la hora de sellar la paz, no sea que al final todos pierdan más de la cuenta.

—Ese don Seíto es un pinche cobarde. Pensó que iba a ser un paseíllo y en cuanto el asunto se torció un poco no ha hecho más que ir a remolque de ese puto Manco.

—Los grilleríos dicen que esto fue demasiado lejos. Los Tik—Tik permanecen atentos como buitres por si los Yaragüés y los Dos Erres acaban tan debilitados que tuvieran chance de hacerse con toda la colonia. Ni el Yaragüé ni don Seíto permitirán que esta chingadera se les vaya de las manos.

—Caimán no come caimán, ¿verdad? —bufa enfadado el pistolero.

—Cuando truenan los cuetes todos pierden —expone Miguelín con una lucidez impropia de un niño de su edad.

—Luchamos entre nosotros porque no podemos alcanzar a los ricos, protegidos por sus mercenarios, tranquilos tras las murallas de sus barrios privados —escupe Darío.

—Dos emisarios de ambas familias se han reunido. Quieren fijar una tregua. Luego firmarán las paces.

—Ya daré motivos a la Dos Erres para que no desistan ahora. No, hasta que yo no consiga lo que es mío. A mí don Seíto no me chingará. Le voy a dar una sopa de su propio chocolate a ese pendejo —saca un billete de la cartera—. Ten, Miguelín. Pa’salir de reventón con tus compas. Si te enteras de más novedades vuelve.

—Faltaría más —baja la vista y duda un instante, antes de volver a hablar—. Si no le importa, prefiero gastar la lana en matricularme en una escuela de Química.


—¿A qué ese interés por la ciencia? —se sorprende Darío.

—Es por ayudar a la familia... mi papá trabaja de coyote pasando perico pa’un narco de Sinaloa. Así nos podríamos independizar —explica con orgullo.

—Estudiar no es malo, aunque a mí no me sirvió de mucho. La vida no se aprende en los libros, ni dentro de una aula. La experiencia se encuentra afuera, en la calle, la verdadera universidad de la vida.

—Eso mismo dice mi papá. También dice que los listos ganan más plata y tardan más en morir. Yo quiero ser listo. Ya he pasao muchas penas y privaciones.

—Bueno, en tu caso el estudio será preferible a ejercer de mula con tu papá, tragándote esas pepas llenas de mierda, siempre con el riesgo de que estallen en el estómago y te maten. Mejor fabricar que transportar —piensa durante un momento—. Si te dedicas a la Química tendrás que buscarte a gente como yo, a quienes les guste más la Física —voltea la pistola con un dedo por la guarda del gatillo.

—Imagino que’so no será muy difícil, ¿verdad?

—No, supongo que no —concede Darío. Abre un cajón y saca un pliego—. Que no se me olvide. Entrega este poema a Layda. Lo he escrito especialmente para ella —afirma orgulloso. El papel doblado está envuelto en un billete de cien pesos.

—Gracias y con Dios, don Darío. ¡Bay, bay!

—Que la Niña Blanca te proteja —le despide el pistolero. La sonrisa franca del crío deja a la vista una boca en la que faltan muchos dientes.

Darío se levanta del sofá. Se arrodilla ante el altar casero. Inicia el ritual agitando una maraca ante la figura marfileña de la Santa Muerte para convocarla. A continuación enciende un puro y arroja el humo a la huesuda. Cuando chupa el cigarro sus mejillas se hunden y su rostro parece tan cadavérico como el de la Santa. Concluida la primera fase, enciende una vela roja. En una bolsita de cuero mete una estampa de la Santa, una foto de don Seíto, una pizca de canela en rama, pétalos de rosa roja y tierra. Reza en silencio mientras cose la bolsa con hilo rojo. Bautiza la bolsa con unas gotas de tequila y se la cuelga del cuello. Inspira y expira con fuerza varias veces y se levanta.

Comprueba la munición de las pistolas. Se toma una rochita con un trago de tequila y sale del apartamento. Tiene una misión que cumplir.




La contaminación oculta las estrellas. La mayoría de las farolas no ilumina: unas rotas, otras porque la compañía eléctrica cortó buena parte del suministro al ayuntamiento por moroso. Así resulta fácil refugiarse entre las sombras de la noche. Darío se frota las manos para calentarlas. La espera ha resultado larga.

Sale lentamente un coche de un garaje. Con los prismáticos de visión nocturna el joven observa que dentro va Don Seíto. Otro auto le escolta. Se coloca el casco y marcha tras ellos en moto. Se mantiene a una distancia prudencial, oculto por otros autos y camionetas, con las luces apagadas mientras circulan dentro del territorio de la Dos Erres. Darío supone que van de visita a una de las queridas del viejo capo. Tanto le da.

Al llegar a un cruce, un semáforo se pone en rojo. Letras sangrientas ordenan “Alto”. Los dos coches se detienen. Darío acelera. Se detiene entre ambos vehículos. Saca una mina lapa de debajo de la cazadora y la adosa al automóvil blindado de don Seíto. Cinco segundos después, justo antes de que reaccionen los escoltas y desenfunden, se gira y ametralla su coche, una ranchera normal, sin blindar. Cuatro tipos ensangrentados reposan en una tumba metálica agujereada.

El coche de don Seíto chirría las ruedas. Huye en vano, porque a los pocos metros la bomba explota. El auto se levanta por la parte trasera, da dos vueltas de campana en el aire y acaba arrumbado en el arcén. Darío llega tranquilamente a su lado. Se baja de la moto y remata a los heridos, atrapados entre los hierros.

—Presumes de pavo real y ni a zopilote llegas —se burla del moribundo Don Seíto mientras vacía el cargador sobre él y sus acompañantes. De un bolsillo saca un ramillete de cempazúchitl. Arroja las flores amarillas sobre el cadáver. Es una señal característica que dejan los pistoleros del Yaragüé sobre sus víctimas—. Te homenajeo como hacían nuestros antepasados por ayudarme a debilitar al Manco. Los monstruos, como me llama mi madre, también tenemos corazón —se ríe, cruel.

Un coche entra derrapando en el bulevar. Se acerca a toda velocidad. Darío tercia la AK—47 en el pecho y sube rápidamente a la moto. Dos tipos asoman por las ventanillas. Empiezan a dispararle. El joven huye dando gas a fondo. Zigzaguea, pero una ráfaga le alcanza en la rueda trasera. Pierde el control de la moto y cae, levantando chispas del asfalto. Se levanta con la pierna y el brazo izquierdos magullados. Reprime un gesto de dolor y se fuga a pie, renqueando.

Se interna por callejas para evitar que le siga el auto de los Dos Erres. Sus ocupantes deben abandonarlo y proseguir la cacería a pie. Darío llega a una plazoleta solitaria. Al fondo una iglesia, en cuyo portón se lee un cartel escrito a mano que dice “El pecado os atrapará”, ofrece su puerta abierta. Entra en la parroquia. Sus pasos resuenan como palmetazos en el silencio del templo.

El cura, atraído por el ruido, sale de su despacho y entra en el altar.

—¿Qué pasó aquí? ¿Quién es usted?

—No es un buen momento para presentaciones, padre. Me persiguen y vienen hacia aquí —fuera se oyen los gritos de los perseguidores. El cura, plantado en medio del pasillo, no le permite pasar—. Me llamo Darío Arapiles. ¿Contento?

—Tú eres ese joven pistolero del que tanto platican en la colonia —le reconoce con gesto disgustado—. ¡No matarás, rezan los Mandamientos! —brama—. ¡Idólatra! Me horripila pensar que veneras un esqueleto erigido en protector de todo tipo de delincuentes —el rostro del cura se enciende por la ira—. ¡El culto a la Santa Muerte va contra las Sagradas Escrituras! —Darío le apunta con una pistola. No es un buen momento para soportar sermones.

—¡Cállese de una vez! Conseguirá atraer la atención de quienes me persiguen.

—¿Me dispararás si no me callo, muchacho? Entonces seguro que entrarán aquí. No tienes ni modo —el joven se muerde el labio inferior—. Júrame por lo que más quieres que reniegas de ese culto satánico. En caso contrario tus perseguidores te encontrarán.

—¡Usted no puede hacerme eso!

—¿Quieres comprobarlo, hijo?

Darío tiembla de rabia. Guarda la pistola en su funda. El sacerdote lo tiene en sus manos. Sabe que ha de ceder para salir con bien de este trance.

—Le rindo protesta que por el amor de Layda reniego de la Santa Niña Blanca.

—Bien. Y ahora que desmontarás el altar que tienes en tu casa como todos sus satánicos adoradores, y que llevarás la imagen que veneras a la catedral. Allí la colocarás a los pies del Altar del Perdón, donde está el Cristo del Veneno, como muestra de arrepentimiento.

—Lo juro —dice Darío con tono triste y amolado.

—Bien, hijo. Dios te perdonará.

—Ese es su trabajo, ¿sí? —reconoce derrotado con un hilo de voz.

El mío será que la Santa Muerte también me perdone por la traición, piensa intranquilo.




Darío, aovillado en el sofá, sufre una pesadilla. Sueña que la Santa se burla de él, sus dientes nacarados claquetean al reír, su mandíbula se descoyunta para intentar tragárselo. El joven suda. Tiembla. Se le reseca la boca. Despierta sobresaltado, boqueando como si alguien hubiera querido estrangularle.

Le llega un timbrazo insistente desde la puerta. No sabe si suena desde hace cinco segundos o desde hace cinco minutos.

Miguelín entra excitado. Los ojos chispean y mueve las manos sin cesar.

—El Manco Yaragüé estará dentro de una hora en la Escuela Coronel Fernando García. Parece que saldrá con poca escolta.

—Irá a ver a uno de sus hijos ilegítimos... o a una de sus maestras —apunta Darío.

El pistolero duda. No lo tiene claro. Desde que renegó de la Santa su estado de ánimo no es el mismo. Sin embargo, no se engaña: ha llegado a un punto sin retorno. Sabe que ni puede esconderse eternamente ni sobrevivirá mucho tiempo con su ocupación actual. Tal vez sea la última oportunidad para acabar con su enemigo y liberar a Layda. Tiene dinero suficiente para comprar a diez Laydas, pero el Yaragüé no se la venderá ni por todo el oro del mundo. Ahora su posesión es cuestión de honor, y no hay nada más valioso para quien depende no sólo de la fuerza para sobrevivir y medrar, sino también del respeto y el temor de los demás.

—Okey, Miguelín. Ha llegado la hora de la hora —suspira—. Voy a prepararme.

Conduce la moto tranquilamente. Esta vez no ha tomado ninguna rochita. Quiere, anhela matar al Yaragüé. No desea que ninguna droga enturbie ese placer, el éxtasis de verle morir por su propia mano.

Detrás del patio de la escuela, en la que él había estudiado de pequeño, hay un almacén abandonado. Allí se escondían cuando se escapaban de clase para jugar, fumar o realizar otras actividades prohibidas. Desde esa atalaya privilegiada vigilará la llegada del mafioso. Desde allí saldrá a por él. Al llegar, deja la moto apoyada en una pared, en la parte trasera del barracón industrial.

De la escuela llegan los ecos de los preparativos de la fiesta de fin de curso. En el patio, un nutrido grupo de estudiantes baila un narcocorrido de Nanaoxi Cheneke, el nuevo ídolo de los adolescentes.

Me gusta andar por la sierra, me críe entre los matorrales.
Ahí aprendí a hacer las cuentas nomás contando costales.
Me gusta burlar las redes que tienden los federales.

Los amigos de mi padre me admiran y me respetan,
y en dos y trescientos metros levanto las avionetas,
de diferentes calibres manejo las metralletas.

Darío sube con cuidado por unas escaleras semiderruidas hasta la segunda planta. Una gran sala vacía da a la escuela y los ventanales rotos permiten controlarla. Tres chicos, un poco más jóvenes que él, sentados en el suelo lleno de escombros, se pasan una pipa humeante.

—Hola, bróder —le saluda a las espaldas una voz conocida. Darío se revuelve.

—¿Qué haces tú aquí? —inquiere sorprendido.

—La Señora reclama el pago de lo que le prometiste: un corazón —sentencia seriamente Omar. Se levanta las mangas de la camiseta. En el antebrazo derecho luce el tatuaje de una calavera; en el izquierdo, el de una rosa blanca.

Darío conoce lo que esos dibujos significan. Es un consagrado, como era él antes de renegar. Entonces intuye el motivo de la presencia de Omar. Demasiado tarde, porque Omar empuña una pistola.

—¿Me vas a matar?

—Delante de los niños, no. ¡Largo de aquí! —Omar grita al trío, que le mira con ojos vidriosos—. ¡Fuera, ya! —les encañona y salen corriendo, tropezando con las piedras—. Entra en la otra habitación —señala con el arma—. El chamán tal vez te dijo que la Señora es como una madre. Falso. En realidad se comporta como una amante celosa. Recibes sus favores mientras la complaces. Pero si te atreves a contrariarla, sobre ti cae todo el peso de su castigo.

—¿Por qué tú? Eras mi carnal —susurra Darío sin comprender.

—El mucho o el poco amor que sentía Layda por ti desapareció en cuanto enloqueciste y te volviste un loco del gatillo fácil. En el amor recibes según lo que entregas. Tú sólo le diste disgustos y ahora lo único que le darías es mala vida. ¿Qué futuro le espera de marchar contigo? ¿Huir permanentemente? ¿Vivir siempre a escondidas, con el miedo en el cuerpo, esperando el maldito día en que dieran con vosotros y se tomaran cumplida venganza? No, Darío. En eso no hay amor ni felicidad posibles.

Darío asiente con la cabeza lentamente. Empieza a entender.

—Siempre intentaste que la dejara... Tú la quieres para ti, ¿verdad? ¡Hijo de la gran chingada!

—El Manco Yaragüé ha prometido entregar a Layda a quien acabe contigo, junto con cien mil pesos —explica con tono neutro—. Más que suficiente para empezar una nueva vida lejos de aquí, en Titán.

—¡Traidor! —el grito de odio enronquece la garganta de Darío.

—Todos llevamos dentro la marca de Caín —dice Omar con fatalismo—. Tú te has portado como perro rabioso. Has mordido demasiadas manos. Ya nadie te quiere... con vida. Estás fregado, pendejo —amartilla la pistola.

—¡Pinche traidor! ¡Ella es mía!

—Abre los ojos, güey. Nunca fue tuya, más allá de tus sueños.

Darío salta sobre él. La pistola de Omar responde al grito de su antiguo amigo. Las balas detienen el impulsivo avance de Darío y lo lanzan de espaldas. Muere antes de chocar contra el suelo.

Omar se inclina sobre él. Extrae un cuchillo de caza de una funda de cuero alojada en su bota. Tuerce el gesto, renuente, y al final lo hunde en el pecho de Darío hasta extraer su corazón, todavía palpitante. Lo guarda en una bolsa de plástico. Se levanta, las manos y el pecho salpicadas de sangre. Se limpia las manos con la cazadora de Darío. Mira a la cara del cadáver y extrae una rosa blanca de un bolsillo. La deposita con cuidado en los labios del muerto. La Santa Muerte se ha cobrado su deuda.

Omar saca un celular.

—¿Layda? —sonrisa de Omar—. Todo bien. Prepara las maletas. Nos vamos a Titán...


El tigre a mí me acompaña porque ha sido un gran amigo,
maestro en la pista chica además muy precavido,
él sabe que en esta chamba no es bueno volar dormido.

Por ahí andan platicando que un día me van a matar.
No me asustan las culebras, yo sé perder y ganar;
ahí traigo un cuerno de chivo para el que le quiera entrar.


Las moscas revolotean en torno a Darío, como si bailaran al son de la música que brota de los altavoces de la escuela.

Meme - 8 Cotilleos

Sigo el meme que me llega desde el blog de Jaume, Para historias colores, pidiéndome que no lo rompa y confiese 8 cosas sobre mí que no conozcáis la mayoría (o los pocos) de los que me leeis.

Ejem, es una putadilla porque soy de los que piensa que lo único que es realmente nuestro son nuestras miserias, personales e intransferibles. Bien, a ver qué puedo contar que no me comprometa mucho y no se vuelva en mi contra. No sé si lo conseguiré:

1º Soy un torpe para todo tipo de trabajos manuales. Ni manitas ni bricolage. Si necesitáis ayuda en esos temas pedidsela a otro. Por vuestro bien.
2º No me gusta la gente que grita o que habla a voz en grito. Lo siento. Tal vez sea porque hablo bajito y casi no se me escucha. ¿Timidez?
3º Me gusta mucho el dulce, especialmente el chocolate y la nata. Por culpa del primero, pienso yo, estoy acumulando peso en la barriguilla. Creo que con la colaboración de otros elementos subversivos líquidos y sólidos. Hablaré con los de CSI.
4º He escrito una novela que solo he leído yo. Son muchas páginas y me da vergüenza soltársela de sopetón a nadie. Soy maloso, pero ¿tanto?
5º Soy culé hasta la médula. Eso no quita que con el paso de los años lo vea con menos apasionamiento. ¿El secreto? No ver los partidos o no leer las crónicas deportivas de las debacles. Ojos que no ven...
6º No tengo paciencia. Lo siento. El servicio técnico de mi modelo no lo incluyó de serie y mis padres no lo descubrieron hasta que fue demasiado tarde para reclamar.
7º Soy amigo de mis amigos. Eso quiere decir que los defiendo siempre, tengan razón o no. Todavía creo en el concepto de banda, clan o tribu. Todos para uno y uno para todos, blablablá. Debo ser una antigualla.
8º Antes era un iceman. Desde que tengo hijos ¡he descubierto que tengo sentimientos! y hasta los manifiesto de vez en cuando ;-)

Como no hay meme que se precie que no deba seguir la cadena, desde aquí invito a seguirlo a:
A) Acolostico, experto en cervezas teutonas y demás artes.
B) Posh Spicy, una replicante especialista en bon rollo.
C) Alex, un maestro disfrazado de eterno aprendiz.

¡Que la Fuerza os acompañe! Bon cap de setmana.

Pruebas palmarias del Calentamiento global


Podrá gustar más o menos la peli de Al Gore, discutiréis las evidencias científicas, notaréis en la piel o no la destrucción de la capa de ozono, pero ¿alguien se atreve a cuestionar este documento gráfico? ¡Madre del divino tesoro! ¡El algodón de la ropa interior no engaña!

La cosa está chunga. El índice de fertilidad español es de los más bajos del mundo (como siempre, de los primeros en el furgón de cola). Por ello, se va a realizar un estudio sobre la calidad del semen a nivel estatal. Y ojito lo que vestimos, chicos, porque usar slips tan apretaditos como los de la foto de arriba no contribuyen a mejorar los niveles de fertilidad patrios.

Si dentro de cien años (algunos, ¡snif!, bastante menos) todos calvos, como continúe esa progesión no sé que será de la humanidad. En cualquier caso, por culpa de la acción del hombre (y también de la mujer, seamos políticamente correctos) hoy 16.119 especies están en peligro de extinción (sobre un total de 40.177 estudiadas). Y, como siempre, el Tercer Mundo se llevará la peor parte en esta crisis.

Ignoro hasta qué punto bancos y cajas se adaptarán al negocio de hipotecar madrigueras de ratas y cucarachas. No creo que les cueste mucho... tratarán con sus iguales.

Tira de Asier @ Javier publicado en Diario Metro

(Banda sonora: Aire - Pedro Marín; y Susurrando - Peor Imposible)

Mañana en la batalla piensa en mí






QuizGalaxy!
'What will your obituary say?' at QuizGalaxy.com

La muerte no es el final, reza el himno militar. Bien, ni quito ni pongo, que cada uno crea lo que quiera. Por mi parte no pienso entrar en disquisiciones filosóficas al respecto (y menos sobrio).

Siempre me ha sorprendido que a algunas personas les incomode el tema de la muerte. A mí no me quita el sueño. Me preocupa la pérdida de las personas a las que quiero, pero mi muerte me la repampinfla. Solo pido que me pille en la cama, bien dormidito. Sería un detalle por su parte, en plan buen rollito, como la Muerte de la serie Mundodisco.

Por cierto, que quede clarito, especialmente para los del Tomate y Dolce Vita. Lo de Chuk Norris y yo es solo amistad, ¿eh? A los dos nos gusta sacudir a los malosos.




Take this quiz at QuizGalaxy.com

Pues nada, apañeros, carpe diem. Como cantaban las Azúcar Moreno, solo se vive una vez.


(Banda sonora: Don't cry tonight - Savage)


Los amantes de la Santa Muerte (I)

El griterío de un grupo de hombres, arracimados en torno a una cubeta helada, ensordece la música discotequera que trona en el club Sherezade. Una chica se pavonea con gestos procaces encima del escenario. Seis botellas de cerveza flotan en un balde metálico, olvidadas momentáneamente, mientras sus dueños pugnan por meter unos billetes en el tanga de la bailarina. Unas mesas más atrás, dos chicos observan la escena. Uno de ellos, el más joven, con aspecto compungido.

—¡Pelos! ¡Pelos! —vocean los enardecidos. Reclaman a la cabaretera que se quite el exiguo trozo de tela que oculta su sexo y concluya el estriptís.

—Un día ella será sólo mía. La apartaré de las garras de esos pervertidos. Lo juro. Layda lo sabe —silabea con rabia Darío Arapiles, los puños cerrados, la cara barbilampiña encedida por la furia mientras contempla embelesado a la bailarina.

—¿Qué sabe ella? ¿Tus vanas esperanzas? ¿Tus sueños de loco? —le recrimina su compadre Omar Ucelay.

—Le he prometido que la sacaré de esta cueva, que un día estaremos juntos para siempre —mira fijamente a Omar—. Si estuvieras enamorado lo entenderías.

—No te digo que no —le concede diplomáticamente—. Pero también te digo que yo nunca le prometería algo que no puedo cumplir. Es un mal bisnes. Hazme caso.

-Yo no hablo en balde. Pronto lo verás.

—Ella no te va a traer nada bueno, bróder. Más te valdría olvidarla. Te juegas el cuello al estar aquí. Lo sabes, ¿sí? —Omar baja la voz, como si temiera que les oyesen—. El Yaragüé te prohibió la entrada.

—Todo lo que merece la pena en esta vida tiene un precio.

Una nueva encueratriz entra en escena y empieza a contonearse alrededor de la barra metálica, que está en el centro del escenario. Aullidos renovados saludan lo provocador de sus movimientos cuando frota su sexo contra la barra. La bailarina anterior, ya olvidada por los parroquianos, saca los billetes arrugados de la braguita y se encamina hacia el mostrador, vacío de clientes porque todos se arraciman en torno al escenario.

—Voy con Layda —Darío se levanta.

—Allá tú. Ten cuidado —Omar se encoge, como temiendo lo que pueda suceder.

El galán despechado avanza por el local. Mira de reojo. Sabe que las advertencias de su amigo se basan en amenazas reales. Confía que entre las sombras del club el asalto a su enamorada pase desapercibido.

Layda, con un chal sobre los hombros que tapa sus pequeños pechos, le ve llegar. Deja un vaso alto, empañado por el hielo, en el mármol.

—No puedo más, Darío —solloza en silencio. Con la yema de los dedos se seca los ojos para evitar que las lágrimas agrieten la máscara de maquillaje que esconde su extrema juventud—. Si esto dura mucho más tiempo me mataré.

—¡No digas eso! —él mira a su alrededor. Al no descubrir a nadie de la banda del Yaragüé la toma de las manos. Las acaricia con dulzura—. Ten paciencia, por favor. Estoy ahorrando y...

—¿Cuánto tienes que ahuchar para comprar mi libertad al cerdo del Yaragüé? ¿Cinco, diez años? —Layda aparta las manos de Darío como si hubiera recibido una descarga eléctrica—. Eres un crío, ¿no te das cuenta? —menea la cabeza—. Olvídame, búscate a otra y sé feliz —un camarero le hace una señal con la barbilla—. Me esperan. Una actuación privada. Si no tienes ni para pagar eso, ¿cómo aspiras a liberarme? —resopla decepcionada y se va.

Darío se levanta tras ella, sin saber qué decir, las manos caídas en los costados, derrotado por las crudas verdades de la chica. Layda se pierde en los camerinos. El acceso, una puerta velada por un biombo con motivos florales, está custodiado por un forzudo de complexión simiesca.

A Darío ya no le queda nada por hacer aquí. Mira hacia el lugar donde se sentaba antes. Omar ha desaparecido. Decide seguir su ejemplo.

Cerca de la salida oye como le chistan a su espalda. El joven continúa imperturbable, como si no fuera con él.

Dos pistoleros del Yaragüé flanquean a Darío ante la puerta, sin dejarle pasar.

—Vaya, vaya... Compa, mira quién nos visita hoy —el matón más alto, Liborio Vargas, lugarteniente del Yaragüé, embutido en una chaqueta de piel de serpiente sintética, se planta ante Darío—. El chamaquito que bebe los vientos por Layda. ¿Qué te traes por aquí? No tienes ni edad pa’entrar aquí.

—El jefe te dijo que te apartaras de ella —su compañero, el Guachinango, amonesta a Darío. La camiseta de tirantes permite ver su pecho desnudo, donde destaca un tatuaje escrito con letras góticas. En la línea de arriba dice: Perdóname madre; en la de abajo, por mi mala vida—. Tu mamasita es para hombres de verdad, como aquí mi bróder y yo. Hombres que sepan cabalgarla —se lleva las manos a las partes y empieza a jadear como un perro encelado—. Tú no vales ni media cuchara, floripondio —le saca la lengua a modo de burla.

Darío masculla una maldición. No va a tolerar insultos sobre su hombría.

—Chinga tu madre —todo el odio del adolescente se concentra en ese insulto.

—¡Chin chin! —Liborio hace el signo de los cuernos con los dedos para revertir el insulto—. Tu mamá debió haberte lavado la boca con jabón antes de salir de casa. Ahora me has enfadado las bolas.

—Pues tendremos que desapendejarlo a chingadazos. ¿Qué te parece, Liborio? —le ofrece el Guachinango. Los dos avanzan hacia el joven.

Las risas lobunas de los pistoleros son demasiado para la paciencia de Darío. Echa mano de la navaja que guarda en el cinto. Los matones se abalanzan sobre él. Una mano peluda le agarra de la muñeca y aprieta hasta que suelta la faca, mientras que otro puño descarga un latigazo en el rostro del joven, arrojándolo contra la pared. El dolor de ese golpe enmascara el calvario de los siguientes.

—Espero que este masaje aplaque tu temperamento, chamaco —advierte el lugarteniente del Yaragüé a Darío, tirado en el suelo en posición fetal.

—Como vuelvas a rondar a Layda te dañaremos de verdad. Con el Yaragüé no se chotea.



Darío está tumbado en la cama. Gime en voz baja, no tanto por el dolor como por la vergüenza de la humillación sufrida. Tiene la mirada perdida en la ventana abierta. La brisa mece la cortina. El balanceo de la tela le recuerda el último baile de fin de curso con Layda, el perfume de su piel juvenil contra su cuerpo.

Doña Lupe, la madre de Darío, entra en la recámara acompañada por Omar. Viene a visitar a su amigo malherido, tanto en el cuerpo como en el orgullo.

—¡Ay, ay! ¡Pobre hijo mío! ¡Vaya golpiza le han dado! —Doña Lupe se sienta al lado de la cama y le pasa con cuidado una esponja húmeda por el torso. Él suspira y se muerde los labios. Tiene dos costillas rotas—. Lo que necesitamos aquí es un desastre natural. Otro terremoto que destruya a tanto hampón y limpie cuadras y cuadras de podedumbre —desea la mujer con inquina.

—Juegas con fuego, Darío —le alecciona Omar—. Asume que no puedes comprarla. Sí puedes, en cambio, pagar por un acostón con ella. Confórmate con un rato de amor, al menos de momento.

-A ver si le haces entrar en razón, Omar. Tú la conoces tan bien como mi hijo. Él perdió la objetividad con Layda. La tiene idealizada, arriba de un pedestal —la mujer se levanta con un suspiro lastimero—. Os prepararé un café de olla.

—¡No! Eso no es amor, bróder —expone Darío con rabia—. Pagar por subir a su habitación no tiene ningún mérito. Cualquiera con dinero puede hacerlo. Yo la quiero —enfatiza la última palabra.

—El deseo es como el fuego: ilumina tu vida, pero también la consume. Esa mujer te está envenenando el alma. No te conviene —aconseja Omar. Darío niega con la cabeza. No piensa ceder—. Si te matan, tu amor no le servirá de nada.

—Sin ella mi vida no tiene sentido —la fiebre brilla en sus ojos y le da el aspecto enloquecido de un iluminado.

—No digas cantinfladas. Esa declaración es más propia de una telenovela que de un macho —le reprende Omar.

—¡O estoy con ella o no quiero vivir! —insiste Darío, obcecado.

—A pesar de los pesares, de las costras de pena que se nos pegan a la piel como la suciedad, la vida merece ser vivida. Te lo digo yo, que pa’eso soy mayor que tú y tengo más camino recorrido.

A través de la ventana se cuelan los ecos de una radio. Suena una cumbia de la banda Mil Puñaladas:

Hay golpes en la vida tan fuertes,
golpes como del odio de Dios,
como si ante ellos la resaca de todo
lo sufrido se empozara en el alma.

—Dígale algo, doña Lupe —Omar se gira hacia la madre, que entra con una bandeja en la que reposan tres tazas humeantes—. No atiende a razones.

—¡Ay, mi niño! Sólo tienes dieciséis años. Abre los ojos...

—¿Niño, madre? Pronto cumpliré diecisiete.

—Eres un adolescente, nomás. Olvida tus quijotadas.

—Pues este niño es quien mantiene a esta familia, se lo recuerdo —protesta enfurruñado.

—Acabará tan mal como su padre —solloza ella, girándose hacia Omar en busca de apoyo—. ¿Qué será entonces de tu hermana y de mí?

—Yo soy el hombre de la familia. Te prometo que saldremos adelante.

—Olvida a esa chiquilla. Layda Calderón es una perdida. Era una cusca antes de que sus padres la vendieran al Yaragüé para saldar sus deudas —doña Lupe sigue echando los perros contra la honra de la amada de su hijo—. Lo era cuando tonteabais en la escuela. Nuestra familia también lo ha pasado mal y no vendimos a tu hermana a un caifán para que la explotara, como hicieron ellos.

—No me tire de la lengua, madre —Darío frunce los labios con fuerza, como si intentara contener un alud de palabras sucias y dolorosas que le queman en la boca.

Su amigo calla. Le mira con tristeza. Deposita una estampa encima de la mesita de noche situada al lado de la cama. Bajo la imagen masculina en colores pastel se lee, en letra redonda de cuaderno de caligrafía: Mil gracias le doy a Dios y a Malverde por los favores resibidos.

—Pídele ayuda a San Jesús Malverde. Es el patrón de los desamparados. Te ayudará —intenta animarle—. He traído un poco de marihuana. Saca también algo de ron para hacerle una ofrenda.

-Con la honradez sólo he conseguido licenciarme en fracaso. En esta colonia sólo prosperan los ladrones, los traficantes, las meretrices, los pandilleros. Los demás somos unos pelados que cada vez nos hundimos más en la miseria —su madre asiente con la cabeza mientras acaricia una cruz de Caravaca dorada que le cuelga del cuello—. Soy una persona muy golpeada por la suerte, pero eso va a cambiar, mi cuate. Se acabó poner la otra mejilla —Darío se incorpora en la cama con un gemido.

La efigie de la estampa, el rostro cetrino de un galán, cruce de Pedro Infante y Jorge Negrete, parece arrugar el ceño ante su descreimiento y poca fe en él.

—Reza a Valverde, hijo. Rézale —la mujer junta las manos y empieza a orar entre bisbiseos—. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada...

—Te reconfortará —le secunda Omar.

-Yo no quiero consuelo. Quiero venganza. Quiero lo que me pertenece.



En las bastas escaleras de piedra que conducen al templo, una reliquia de los tiempos de la Conquista, varios hombres malcarados juegan a cartas y se pasan una botella de pulque. Sin mucho interés ofrecen gallos, confinados en jaulas de bambú, para hacer sacrificios. A su lado, una mujerona entrega boletos de apuestas para las peleas de gallos en el palenque cercano. Un poco más retirados del portón, otro grupo trapichea con drogas, mientras un niño sujeta con grave esfuerzo las correas de dos mastines con collares de púas. Los canes babean sin cesar y ladran a todo el que intenta acercarse a los traficantes. Unos pasos más allá, un chico acuclillado vomita contra la pared de la iglesia.

Darío entra en el templo de Buenos Aires con paso decidido. Es la primera vez que lo visita, pero tiene claro lo que necesita. La iglesia es una nave rectangular de ventanas minúsculas, iluminada por las velas que coronan enormes ruedas de carro colgadas del techo a modo de lámparas. El suelo está tapizado de cabos de cera humeantes y hojas de pino.

La primera impresión que se recibe al entrar es la del olor a copal quemado. A la derecha se encuentra una pared llena de exvotos. Una anciana coloca un cohete de juguete en una mesa abarrotada de presentes de los fieles por los favores recibidos de la Santísima Muerte.

—¿También vienes a agradecer a la Señora por haber conseguido la visa para emigrar a Titán, la nueva tierra de promisión? —resuena una voz grave a espaldas de Darío, que se gira rápidamente.

—¿A ese pedrusco espacial? No. Nunca seré uno de esos titanes. Los titanes... suena a uno de esos equipos escolares de beisbol —muestra una media sonrisa—. Allí van los potentados, los listos, la gente que tiene un futuro por delante. Los pelados como yo no tenemos sitio allí... y aquí, a duras penas —menea la cabeza.

—Si eso piensas de ti, ¿a qué vienes a la casa de la Santa Muerte?

—Porque ahorita mi futuro cambiará. A madrazos, de ser necesario —aclara—. He venido a ganarme el favor de la Santísima Muerte.

—Hay muchos integristas católicos del Frente Guadalupano que nos la tienen jurada. No te he visto antes aquí —desconfía el cuarentón cuellicorto enfundado en una túnica blanca con ribetes dorados. Más de una vez ambas confesiones han resuelto sus diferencias ecuménicas a tiros y el hombre recela de los desconocidos.

-No es mi onda. Vengo en busca de soluciones, no de más problemas.

—Okey. Soy Elpidio Montalbán, ministro del templo —le tiende la mano.

—Darío Arapiles Nepomuceno, a su servicio —el joven se la estrecha.

—¿Por qué quieres adorar a la Santa Muerte?

—¿Esto es un examen? ¿Acaso no existe la libertad de culto? —Darío está a la defensiva. Elpidio alza una mano pidiéndole calma—. ¿Por qué está usted aquí?

—Tranquilo, bróder. ¡No te enchiles! Aquí no juzgamos a nadie —el joven recupera la calma—. Yo sirvo a la Santa Muerte porque siendo pandillero me salvó de una balacera en la que me comí cinco plomos. ¿Quieres que te enseñe las cicatrices? —hace ademán de abrirse la túnica.

—Okey, okey —Darío da por buena la explicación—. Vine porque tengo entendido que se puede pedir a la Santa joder a cualquiera, ¿sí?

—Quieres revancha —Elpidio afirma más que pregunta.

—Me vale madre como lo llame. ¿La Santa Muerte me ayudará?

—También sabrás que como da, la Señora quita. Ella sólo se ayuda a sí misma. Tú puedes complacerla. Entonces podría concederte sus favores. Depende de ti.

—Voy a matar al Yaragüé —Darío escupe las palabras. Elpidio no muestra el menor signo de sorpresa ante esa macabra declaración de intenciones.

—El perro quiere morder al león —bromea.

—Voy a matar al Yaragüé —insiste tozudamente Darío.

—¿Tú solo, muchacho? —ironiza el chamán.

—¿Conoce a otros que compartan la misma intención?

—Tal vez... En esta colonia a todos nos aguarda una bala con nuestro nombre. Depende de nuestra habilidad librarnos de ese fatal destino. Pero tú tienes prisa por recibir ese balazo y perder la vida.

—Poco tengo que perder, pues. Mi vida no vale nada, no en las condiciones actuales. Necesito la ayuda de la Santa para cambiar mi destino —Elpidio permanece impasible—. Ofrendaré el corazón del Yaragüé a la Niña Blanca —le ofrece.

—Ojalá fuera tan sencillo —intenta desanimarle, pero ahora es Darío quien no cede—. La Señora es celosa de sus hijos. Una vez entres bajo su custodia serás suyo para siempre.

—Lo acepto como bueno si consigo liberar a Layda y llevarla a mi lado.

—¡Ah! Un asunto amoroso. Te encadenarás a esa mujer —una sonrisa torcida cruza su cara—. Allá tú. Las cadenas de la Niña Blanca no son menos pesadas...

—Me entrego a Ella libremente.

—Sea, pues. Debes hacer algún regalo para que Ella te acepte. También tienes que recitar las oraciones.

Le acompaña hasta un altar con nueve imágenes distintas de la Santa Muerte, esqueletos sonrientes flanqueados a la derecha por una imagen de Satán con unos atributos masculinos exagerados para el pequeño tamaño de la efigie. Detrás, un figura enlutada de pies a cabeza, muy parecida a Darth Vader, sodomiza a una muñeca Barbie. A la izquierda, el muñeco de un musculoso guerrero de lucha libre pisotea a un San Juan de escayola. Ante ese retablo, Elpidio Montalbán señala con un dedo nervudo a un cuadro bordado en punto de cruz.

—En primer lugar lee la oración del cuadro. Llena el hueco con el nombre de tu enemigo.

—Jesucristo vencedor, que en la cruz fuiste vencido, vence a... —Darío traga saliva—, vence al Yaragüé, que esté vencido conmigo.



En lo alto de una loma, una moto con dos pasajeros espera a la sombra de varios ahuehuetes cubiertos de musgo verdoso. Desde allí arriba se controlan el valle y las laderas, raleadas por las cabañas de los paracaidistas, inmigrantes que llegaron a la capital con una mano delante y otra detrás, y que construyeron sus nuevos hogares con uralita, plástico y cartones. En verano, ese poblado ilegal es un laberinto de calles polvorientas; en invierno, un lodazal; sin alcantarillado, sin alumbrado. Una colonia de desheredados. Otra más.

El piloto, con gafas de sol, observa a través de unos prismáticos del Ejército. La manga corta deja al descubierto sus brazos arponeados. Detrás, Darío aguarda en silencio, sin perder de detalle de los alrededores, no sea que les descubran y desbaraten sus planes. Cerca de ellos caen pequeños meteoritos de carne y plumas en breves intervalos de tiempo. Una bandada de palomas les sobrevuela y algunas sucumben por los altos niveles de contaminación en el aire.

Tras varios minutos de guardia, el motorista ve salir de un restaurante a un guardaespaldas. El tipo otea la calle en busca de peligros.

—Atento —advierte a Darío.

El joven saca una medalla de María Auxiliadora de debajo de la camisa y la besa mientras ruega en silencio que le afine la puntería. Entona a medio voz una invocación de poder dirigida contra el Yaragüé.

—Tu pensamiento yo lo domino, tu mente sujeta está por el influjo de la Santísima Muerte —palmea el hombro del piloto.

El motorista, con chaparreras en las piernas para no quemarse con el tubo de escape o clavarse los estribos en caso de caída, da una patada a la palanca y el motor ronronea. Empieza a dar gas. La motocicleta suena como un toro que piafa antes de embestir. Por fin suelta el freno y avanzan lentamente.

Darío ve salir al Yaragüé del restaurante. El viento arrastra hacia él los efluvios mezclados del pachulí Siete Machos que perfuman a los matones, de su aliento alcoholizado y del aceite refrito que se escurre por el tubo de ventilación de la cantina entre humo negruzco. Arruga la nariz y saca la Uzi de debajo de la cazadora con los colores del Cruz Azul, el club de sus amores.

Se siente muy tranquilo. Está bajo los efectos de la rochita, un calmante fortísimo que se receta a enfermos terminales. Esa laxitud aletarga la conciencia, permite asesinar sin apenas remordimientos, evita que un titubeo de última hora te convierta en víctima en vez de en verdugo. Con una sonrisa de satisfacción en la cara, Darío parece un niño que se dispone a recoger los regalos de Navidad.

A veinte metros del local el motorista acelera la marcha.

Las miradas de Darío y del Yaragüé se cruzan por un instante. El mafioso cree intuir algo en la sonrisa y en los ojos de Darío porque hace ademán de desplazarse hacia un lado. El joven levanta el arma y abre fuego. Los primeros en caer son Liborio Vargas y el Guachinango. Los demás se desploman a continuación.

El motorista se detiene con un frenazo cincuenta metros después de la puerta del local.

—Pega la vuelta. ¡Pega la vuelta! —ordena Darío al piloto mientras cambia el cargador de la pistola ametralladora.

—¡Quieres que nos maten, güevón!

—¡Dame chance, güey! Quiero asegurarme.

El motorista abre el puño de gas y bloquea el freno delantero. La moto derrapa con un chirrido del neumático trasero, que entre humo deja parte de la goma en el asfalto, y da media vuelta, levantando ligeramente la rueda.

Los curiosos y la gente del Yaragüé que asoman por la puerta del restaurante reciben la segunda salva de Darío. Una cristalera del local salta echa pedazos. La moto huye a toda velocidad por la cuesta.

—¡Métele fierro! —urge Darío al motorista—. Misión cumplida.




Emboscado en la penumbra de la cantina El Defecal, Simael Gárate, hombre de confianza de don Seíto Quiroga, jefe de la mara Dos Erres, saca un sobre amarillo. Lo coloca sobre la mesa de madera, húmeda por la bebida derramada, y lo empuja hasta Darío. Éste entreabre el sobre, comprueba la billetada con un vistazo, y lo vuelve a dejar sobre la mesa, a su lado. Comen en silencio unos platillos de pozole rojo de Jalisco y molotes regados con unas cervezas Bohemia. Aguardan nuevas instrucciones de don Seíto.

Un timbrazo brota de las ropas de Simael. Se palpa la chaqueta y saca un videófono.

—¿Quíubole? —silencio mientras contempla absorto la cámara—. Ajá. Ajá —un silencio más prolongado—. Okey —cierra el aparato y dirige una mirada sombría a Darío—. Me acaban de confirmar que el Yaragüé está en el hospital... vivo. Le han amputado un brazo. Permanece grave, pero saldrá de esta.

—¿Cómo? —todavía bajo los efectos de la rochita, Darío cree no haber entendido bien—. ¿Vivo? No puede ser —niega exageradamente con la cabeza mientras apura una botella de cerveza.

—Apuntaste mal o debió escudarse tras un guardaespaldas cuando te vio llegar. Qué importa ya. Presta pa’cá la plata —solicita con la mano extendida hacia Darío.

—Me la he ganado. Volveré a por él —concluye el joven con voz pastosa, una mano reposando encima del sobre en disputa. Inicia el ademán de levantarse.

—Espérate —le ordena Simael—. Eso lo decidirá don Seíto.

—¡No acepto órdenes de un recadero como tú! Voy a cazar a ese puto —Darío se levanta bruscamente. El otro le coge del brazo para detenerlo.

—¡Pinche güey! En este momento es más fácil que se fundan antes las nieves del Popocatepl que acercarse al Yaragüé. Esto se ha ido a la fregada por tu culpa. Se suponía que tú lo liquidabas y nosotros nos hacíamos con su territorio. Ahora esperarás a lo que diga don Seíto antes de iniciar nada.

—¿Y si no qué? Yo no estoy a sueldo de él como vosotros.

Darío se revuelve y se deshace de la presa que le agarra del brazo. La silla que ocupaba cae hacia atrás y retumba al golpear el suelo. Desde una mesa cercana tres tipos de la mara Dos Erres no pierden detalle de la discusión entre su jefe y el joven pistolero. Se levantan lentamente.

—¡Okey, okey! —Darío se lo piensa mejor. Sabe que no podrá librarse de tantos enemigos allí dentro—. Lo dejaré tranquilo hasta nueva orden. Me marcho a dormir.

El matón frunce el ceño y le contempla desafiante. No le convencen las palabras hueras del joven. En el entrecejo arrugado de Simael destaca la escarificación de un crucifijo invertido. Una vena palpita en su sien. Darío se quita la camisa y la arroja al suelo. Su pecho está ocupado por un enorme tatuaje de un esqueleto sonriente. Se muestra como un elegido de la Santa Muerte.


Con las palmas de las manos, el joven acaricia las cachas de nácar de dos revólveres encajados bajo el cinturón del pantalón. Se gira para no quedarse de espaldas a los matones, que los observan en silencio. Finalmente Simael se aparta. Un tic baila en su ojo izquierdo. Sabe que la locura asesina del joven le hace imprevisible. Eso le inquieta.

—Aquí no —ordena a los otros tres gatilleros. Están en territorio neutral, donde las armas descansan. Con un leve movimiento de cabeza les indica la puerta. Irán a por Darío fuera de la cantina.

Una corista canta en el escenario con voz arenosa. Todos los parroquianos se concentran en ella. Nadie quiere saber nada de los asuntos que se llevan aquellos cinco pistoleros. Es como si se hubieran vuelto invisibles de repente.

Me buscan por chacalosa, soy hija de un traficante.

Conozco bien las movidas, me crié entre la mafia grande.

De la mejor mercancía me enseñó a vender mi padre.

Corro el negocio completo, tengo siembras en Jalisco,

laboratorio en Sonora, distribuidores al brinco.

Mis manos no tocan nada, mi triunfo se mira limpio.

Darío recoge el sobre de la mesa y se lo guarda. Antes de salir del local observa las miradas de refilón y los susurros de los hombres de la Dos Erres. No les da la espalda por si acaso. Echa una ojeada a los billetes. Saca unos cuantos. Llama a un crío que remolonea por el local, a la espera de algún recado que le permita ganar unas monedas.
—Miguelín, aquí —chasquea los dedos.

—Dime, Darío —el niño, de unos diez años, le mira con ansiedad, como un perro de caza en cuanto huele a una presa. Darío lo empuja hacia un aparte.

—Ten, chamaquito. Entrega este sobre a mi mamá. Procura que no te vean llegar. Dile que... dile que salgo de viaje un tiempo.

—¿Tienes algo pa´mis aguas? —solicita el crío.

—Esto para ti —le da un billete de diez pesos. El crío se lo queda mirando, inmóvil, con los dedos engarfiados en torno al papel moneda. Darío rebusca en sus bolsillos hasta encontrar una rochita—. Okey, ten. Venga, ¡corre!

—Gracias. Voy pa’llá.

Darío se detiene en el umbral de la puerta. Quiere regalar cierta ventaja a Miguelín. Los de la mara Dos Erres le observan cada vez más nerviosos. Empiezan a avanzar hacia él, decididos. Con un gesto que intenta ser disimulado pero lo suficientemente visible, empuña una pistola y guarda la mano dentro del bolsillo derecho de su gabardina de papel de estraza. Eso detiene a sus perseguidores por un momento.

Darío les muestra el dedo corazón y sale a la carrera. Se pierde entre las callejuelas, con el recuerdo en las retinas de la sonrisa quebrada de Simael. El matón respondió su gesto hostil pasándose el pulgar izquierdo por el cuello a la vez que le apuntaba con el índice derecho como si le disparara.


(continuará...)

Más fantasmas... y no de la ópera

Cuando uno cree haber sepultado su pasado en una sima sin fondo resulta que su fantasma reaparece. Ojito al dato, las Spice Girls pueden volver, apuntan varias fuentes bien informadas. ¿Para qué, me pregunto? No hace falta que se molesten... ni que nos molesten.

"Los príncipes de Inglaterra pretenden que el grupo se vuelva a juntar después de diez años de ausencia por el aniversario de la muerte de su madre. Las negociaciones por el tributo a Lady Di". Bien, cada uno puede tener los gustos musicales que quiera, ¡pero que vuelvan como tributo a Lady Di tiene guasa! Nadie puede negar que la reina inglesa odiaba a la difunta en vida, pero no quiere ni que descanse muerta. Como levante la cabeza la vuelve a esconder bajo tierra.

Nunca me han gustado los grupos prefabricados. Precisamente por eso, son productos artificiales, diseñados markertinianamente en todos los aspectos para conseguir un éxito rápido. Veanse las boybands, ejemplo cuasi arquetípico. Igual que existe la comida basura, también encontramos la música basura. Al menos a esas chicuelas no las desenmascararon como a los im-prezionantes Milli Vanilli, ganadores de un Grammy (toma bofetada a la industria musical, que ni pestañeó ni mucho menos se dio por aludida).

Vale, venden modelos para adolescentes y algunos se los tragan. Es ley de vida y a esas edades somos altamente influenciables. Claro que en el otro extremos hay algunos que ven peligros en todas partes.

No seamos hipócritas. ¿Nos parece mal el regreso de esas moninas? ¿Y qué decir del pop-rock geriátrico? Los Rolling Stones se embarcan en su enésima última gira, Paul McCartney saca nuevo disco, los Police vuelven tras dos décadas de separación. Posiblemente sentiríamos vergüenza ajena si contemplaramos a nuestro abuelo dar saltitos e intentara cantar con los restos de voz que le dejó el tabaco. En cambio, viene una de estas viejas glorias, damos palmitas de alegría y corremos a aflojar 90 euros (o los que hagan falta) para verlos arrastrarse por un escenario.

Todos maduramos... solo necesitamos tiempo.

(Banda sonora: La piedra redonda - El Ultimo de la Fila)

¡A por ellos, oé!

Parece ser que el COE (Comité Olímpico Español, no confundir con la COPE) ha propuesto que se redacte una letra para el himno de España "porque los deportistas quieren cantarlo en las grandes competiciones". Un interés legítimo, cierto, especialmente viniendo de tantos y tantos deportistas españoles que acostumbran a cantar en las grandes (y pequeñas) competiciones.

Tanto hablar de no mezclar política y deporte, y ahora resulta que el deporte quiere meterse en política. Como diría el clásico, éramos pocos y parió la abuela. Ya lo intentó el amante del vino y la velocidad, señor Aznar, pero desistió porque "no había posibilidad de llegar a un consenso con la oposición" (¿cuándo le importo eso, Mr. Ansar? En fin...).

Cómo no, el líder de la oposición, Sr. Rajoy, se ha apresurado a anunciar una inminente iniciativa en el Congreso de los Diputados para que se cree una comisión (¿de investigación?) que ponga letra al himno español. Yo añadiría que este buen hombre necesita un aumento de sueldo. Fijaos, al pobretico no le llega ni para calcetines. Es lo que tiene ser ochomileurista.

Cualquiera diría que somos una sociedad acomplejada. Los himnos, las banderas, forman parte de la simbología, de la imagen que transmite un colectivo a los demás. ¿Nos hará más felices poder cantar una letra cuando suene el himno? ¿Contribuirá a solucionar los problemas de España? ¿Garantizará más victorias para los deportistas españoles? ¿Sí a todo? Vale, pues adelante. Podemos organizar un OT para que den con la letra del himno (también versión remix y versión dance).

Una persona informal como yo se decanta por propuestas como la de Leonardo Dantés, un himno desenfadado y moderno, acorde con los tiempos.


Este, en cambio, es el himno con letra que cantaban algunos aficionados a las camisas nuevas y a poner la cara al Sol (con protección solar, espero). Para que podáis comparar y elegir con conocimiento de causa en tan importante tema.


Pero bueno, dejemos que los árboles no nos dejen ver el bosque. Mientras tanto, los problemas de verdad seguirán enquistándose, convirtiéndose en cáncer terminal. Y nosotros, la plebe, distraidos con chorradas como la del himno. País...



(Banda sonora: Summer is magic - La Bouche)

Santifiquemos el domingo

Hay que ver en el mundo occidental (todavía me cuestiono si estamos en él o no; dejémoslo para otro día), mejor dicho, en esta España profunda (porque no hay ninguna España no profunda), el día del domingo, sobre todo por la tarde, se ha convertido en el período de tiempo más muermo del ciudadano de a pie. La visión del fin de semana que pasa sin pena ni gloria, la perspectiva de un matinal lunes, no puentes en el horizonte, nos hacen alcanzar una ataraxia inquietante. No es broma: se estudia en Psicología. Las raíces judeo-cristianas le dieron en cierta época una connotación festiva que la misma Iglesia se ha ocupado en ir desprestigiando.

Una celebración tan sublime, convirtiose en una monótona sucesión se salmodias, frases preparadas, gestos repetitivos que la mente simplona del hombre es incapaz de mantenerles en sus significado último. Hace tan solo 50 años ir a misa de 12:00 los domingos, dándose un paseo vestidos "de bonito" era la máxima diversión que los hijos de las postguerra tenían, aparte, claro está, de las Fiestas del pueblo. Ahora, con este abanico de la sociedad de consumo, alquilamos el último DVD del videoclub cutre de barrio (nos cabreamos mucho porque ya han pillado la copia de la segunda parte de Hostel), jugamos a la Play y nos emocionamos con el fútbol liguero. (Joder, qué razón tiene Sánchez Dragó; me voy a hacer acólito suyo.)

Creo, sinceramente que hemos perdido absolutamente puntos de referencia guías para nuestra vida (sí, seamos claros: valores morales). ¿A que sí, lector, a que jode reconocerlo? Pero no hacemos absolutamente NADA, porque vivimos en el estado del bienestar (hablemos otra vez claro: vivimos en el estado de... Homer Simpson; no me digáis que no es más cómodo adscribirse a la imagen del sofá ante la teleburra con la cerveza fría sobre la panza...) Ay, casi prefiero las épocas revolucionarias, en las que las personas se desgañitaban ante las puertas de los parlamentos intentando asaltarlos, las llamas iluminaban los crepúsculos de las ciudades en discordia, Savonarola proclamaba a Jesucristo como Rey de Florencia, Pedro el Ermitaño era seguido por miles de personas a través de Europa para reconquistar Jerusalem...

Somos unos muermos de cuidado. Con qué facilidad nos apalancamos en la mediocridad. Debemos releer todas las escrituras sagradas o antisagradas de todas la religiones, volver a la gnosis práctica e intentar desenterrar la vena agónica que nos hace buscar algo más...

Pero ello no quita tener nuestros toques de humor. Rastreando por la net, como todo quisque encastrado, encontré esta divertidísima versión de Terminator/Jesucristo en una página de vídeos que, recordándome un tanto a los Monty Phyton, todavía me estoy partiendo la caja.

Por cierto, todas las oponiones vertidas en este truño de artículo son irresponsabilidad de su autor. Toma.