El corazón humano es un bosque tenebroso

El frío creaba nubecillas de vapor en torno a la nariz de Darío. Parecía un fumador ilegal. La gabardina antirradiación combinaba con el paisaje como un uniforme de camuflaje. Su cara reflejaba tensión. No había conseguido nada de los contactos realizados esa mañana. Sólo vagas promesas. Como ayer. Como la semana pasada y como la anterior. Y como todas las siguientes, aunque él no podía saberlo.
El reloj de su micropantalla retinal marcaba las cinco de la tarde. ¿Y ahora qué?, se preguntó cansado. De camino hacia las aceras de transporte público vio deslizarse una limusina Imperial. Sintió una punzada de envidia. El había vendido su Baronet para pagar la cuota de residencia de la arcología. Para los que no somos ricos como ustedes la seguridad, el aire reciclado, el agua potable, los servicios, no son baratos. Siguió su camino perseguido por los recuerdos. Alguien gritó su nombre. Conocía esa voz. Maldijo por lo bajo. ¿Saben lo que se siente cuando en el peor momento te encuentras con la última persona a la que querrías ver?
Era Cesare Fidias. Avanzaba con sonrisa de político. Siendo diplomático diré que jamás habían mantenido una relación fluida durante sus tiempos de escuela y después no habían continuado en contacto. Ahora, de repente, le reconocía en medio de la calle y venía hacia él como quien acaba de encontrarse con su alma gemela. Darío suspiró, dispuesto a enfrentarse a esta nueva prueba del destino... aunque ustedes y yo sabemos que el destino poco tuvo que ver.
- ¡Darío! ¡Cuánto tiempo sin verte, amigo!
- Mucho tiempo... sí -Darío pensaba en cómo escabullirse.
- No fuiste a la reunión de antiguos alumnos -le reprochó-. Ni Tony. Os echamos de menos.
Tony Romano. El mejor amigo de Darío. El antagonista por excelencia de Cesare. Diferencias en la infancia que se enquistan durante la juventud hasta convertirse en un cáncer. Hipocresías de adultos, luego.
- Una lástima, sí. Estaba de viaje -mintió-. La próxima vez... Lamento ser descortés, pero tengo prisa.
- Puedo acercarte -miró alrededor con desconfianza-. No parece seguro caminar por aquí sin escolta. Así recordaremos viejos tiempos.
- No te molestes. Está aquí al lado y tengo que repasar mentalmente unos informes antes de llegar.
- Otra vez será -concedió Cesare-. Por cierto, ¿tienes algún problema con el biochip de identificación? Está desconectado. La policía militar puede pararte.
- Estoy actualizando información y lo mantengo desconectado hasta haber implantado las nuevas líneas de datos -titubeó-. Que la Bolsa te sea favorable.
- Que aumentes tus beneficios.
Cesare esperaría que la fruta cayera de puro madura.



La gabardina antirradiación de Darío mostraba parches y zonas descoloridas. La mascarilla de oxígeno descansaba sobre su pecho mientras daba cuenta de un puré proteínico, cortesía de los servicios de beneficencia. Prefería malcomer a vivir en una caja de cartón, y destinaba sus últimos ahorros a pagar un cubículo poco mayor que un ataúd en una pensión de mala muerte. A Darío le dolía pensar, ver en lo que se había convertido. Había conocido el éxito. Ahora era un naufrago a punto de ahogarse. Había pasado de vivir para competir a competir para vivir. Y estaba perdiendo la partida.
Se dirigía hacia una zona industrial de las afueras. Carecían de sistemas automatizados de defensa y de policía propia, así que contrataban vigilantes. Es absurdo que pretenda explicarles la desazón que corroía a Darío. Ustedes, altos directivos y simuladores de negocios, sólo entienden de grandes números, de conceptos macro. Son incapaces de ahondar en los sentimientos de las personas.
Darío se había impregnado del ambiente decrépito que lo mantenía atrapado. Arrastraba los pies al andar, tenía la mirada perdida, se movía mecánicamente. Por eso no reparó en la limusina Imperial que aparcaba metros más adelante. Pertenecía a otro mundo. Uno que estaba a años-luz del suyo. Un guardaespaldas abrió el lateral blindado. Apareció Cesare. Otra casualidad, ¿verdad? Darío se caló la mascarilla y giró en un callejón. Conozco su orgullo. No permitiría que nadie le viera humillado, caído en desgracia. Pero Cesare no iba a dejar escapar su presa.
- ¡Espera! Sé por lo que estás pasando. Puedo ayudarte. No sería la primera vez que echo una mano a algún viejo compañero.
- ¿Ayudarme cómo? ¿Puedes devolverme la dignidad, la ilusión?
- Puedo ofrecerte un buen trabajo. Lo demás depende de ti.
A Darío le gustó que no intentara engatusarlo con falsas promesas. Y en su situación aceptaría cualquier oferta que le permitiera escapar de la miseria. ¿Quién no? Ninguna empresa le quiso tras ser despedido. Algunos empezaron a sospechar que le habían echado por hacer algo malo, otros creían que se drogaba o que estaba metido en asuntos turbios y que por eso no conseguía empleo. Todos le dieron la espalda. Durante los meses que duró ese calvario lo fue perdiendo todo. Su casa, su mujer, sus amigos, su autoestima.
- ¿A quién tengo que matar? -bromeó Darío. Hacía mucho que no sonreía. Cesare le entregó una tarjeta de crédito. De su compañía, por cierto.
- Un anticipo. Cámbiate de vestuario. Trasládate a un sitio decente. Te espero pasado mañana -le dio una tarjeta en la que parpadeaba la dirección de una filial de BioSentrax-. Cuento contigo. No me falles -enfatizó Cesare.
- Para lo que sea.
- Lo sé... lo sé -Cesare sabía que le tenía en sus manos.
¿Alguien mordería la mano que le salva? Les aseguro que Darío Fuser no.



Para alguien procedente del ámbito comercial como Darío, sus criterios éticos eran increíblemente sólidos. A excepción de mis padres jamás conocí a nadie tan honrado. Me imagino que por eso acabó desechando ciertas dudas que le inquietaron cuando Cesare le recomendó, encarecidamente y en reiteradas ocasiones, la necesidad de utilizar su amistad con Tony para impulsar su filial, aun tratándose de corporaciones rivales. Por eso y porque se sentía en deuda le serviría de puente hasta Tony.
Sacarle del pozo en el que se pudría demostraba que Cesare no era tan mala persona. Todos podemos cambiar, ¿no?. Mediaría ante Tony para que le diera una oportunidad o al menos le concediera el beneficio de la duda. Era hora de deshacer antiguos malos entendidos.
En los últimos tiempos sólo se habían visto a través de la realidad virtual. Los contactos se interrumpieron con la debacle personal de Darío. Ambos acogieron con alegría un reencuentro y quedaron para comer.
Darío esperaba en una cúpula privada mientras repasaba en su base de datos información reciente sobre Tony. Jefe de I+D de la Aztech, responsable de los proyectos de biotecnología, futuro candidato a los Nobel según varias revistas científicas. Datos y más datos del profesional, pero pocos de la persona. A él le interesaba la persona, resulta absurdo preguntar quién les interesaba a ustedes, ¿verdad?
Jugueteaba con un escanciador de esencias cuando le vio llegar. Entregó su capa a un servibot, despidió a sus guardaespaldas y se fundieron en un abrazo. Fue un encuentro entrañable. Dejémoslo, no creo que lo entiendan: sus "amigos" son iguales con quienes mantienen relaciones de negocios, en las que siempre prevalece el temor a que les desbanquen de sus posiciones de privilegio.
Todo iba bien hasta que el maitre les interrumpió. Había una llamada de alta prioridad para Darío. Como no podían derivarla a su receptor interno acompañó al empleado hasta el visor del vestíbulo. Era un mensaje en clave de BioSentrax. Le instaba a volver a su apartamento tras la comida y seguir las instrucciones que allí encontraría. Se sorprendió. Regresó cavilando al reservado. Tony ya no estaba. Tal vez tuviera prisa, pensó Darío. Le enviaría un mensaje disculpándose.
En su domicilio encontró un pasaporte californiano, una cuenta en Bahamas con un importante saldo, dos maletas preparadas y un billete de ida en el primer transbordador orbital para Sao Paulo. Una grabación se activó. Le ordenaba adoptar la nueva personalidad. Recibiría más instrucciones al llegar al destino. Un mal presentimiento le rondó. Intentó conectar con Tony, sin éxito. Cesare tampoco respondía sus llamadas.
En el aeropuerto vio la noticia: importante científico secuestrado en un local público. A Darío le temblaban las piernas. Le habían utilizado para llegar hasta Tony. Entró en un visor para contactar con Seguridad, pero se detuvo. Nadie le creería. Todo le señalaba como cómplice. Él arregló la cita y ahora abandonaba el país precipitadamente. Era un cabo suelto en el plan de Cesare. Intuyó que se desharían de él al llegar a Sao Paulo, donde nadie le conocía ni se harían preguntas por un módico precio. Tenía miedo. Pensó rápidamente. Vendió su billete y compró otro. Transfirió el dinero a un banco de Luna Bay a través de una lavandería de capitales de Singapur.
Cuando embarcó hacia su nuevo destino también era un fugitivo para ustedes. Afortunadamente no contaban con su capacidad de improvisación. Si hubieran estudiado su curriculum lo hubieran previsto.


Cesare le minusvaloró, en realidad nos menospreció a los dos, y ustedes lo pagarán con creces. Cada día actualizaba la copia de mi mapa-esquema cerebral guardada en Aztech. Ventajas de ser un asociado estratégico. Que me matara tras extraerme todo la información, o la que me pudo robar, fue un golpe bajo. ¿Era necesario?
Sí, soy Anthony Romano. Ha llegado la hora de ajustar cuentas. No les sorprenda mi asepsia al referirme antes a mí. Es algo normal entre los redencarnados. No piensen que se trata de un chantaje. Todo lo relatado es verídico. Revisen el disco adjunto con la memoria de Darío si lo desean.
Costó localizarle, pero le conozco mejor que nadie y como morador de la red dispongo de más medios de los que cualquier mortal puede soñar. Tiene gracia. Sin pretenderlo han acabado haciéndome un gran favor, el sueño de todo científico: contar con infinidad de medios y ninguna de las típicas limitaciones humanas.
Todavía no estoy libre de sentimientos. Quise vengarme de Darío hasta que descubrí cómo le manipularon. El no sabe que su caída en desgracia fue urdida por ustedes desde el principio. BioSentrax compró su contrató y lo rescindió. Impidió que empresa alguna le contratara hasta que apareció Cesare en el papel de ángel de la guarda. Y todo para llegar hasta mí, para robarme lo que sus investigadores y sus millones eran incapaces de conseguir. No lamento decirles que sus esfuerzos han sido vanos.
No queremos iniciar una guerra comercial. ¿Ustedes sí? Contamos con pruebas suficientes de violación del Tratado de Competencia Leal, entre otros delitos. Cualquier experto independiente que analice sus últimos "descubrimientos" comprobará que se fundamentan en mi trabajo. Menuda sorpresa cuando pretendieron inscribir las patentes robadas y resultó que Aztech se les había adelantado. ¿Son tan listos y no conocen nuestros protocolos de seguridad? A la hora de desaparecer mi corporación estaba en el Registro de Patentes... por si acaso.
Comprobarán en las simulaciones adjuntas las estimaciones de pérdidas causadas por los productos bastardos de BioSentrax, además del impago de los royalties correspondientes y otros perjuicios colaterales. Confío que encuentren correcta la indemnización solicitada y los contratos sobre los que se fundamentarán nuestras nuevas relaciones comerciales. No se equivoquen, estas condiciones no son negociables. Si no se avienen a razones Darío sabrá cómo le engañaron. Le conozco. Les denunciará inmediatamente, lo que nos obligará a secundar sus demandas. ¿Creen que podrán librarse de la condena del Tribunal? Lo dudo... y ustedes también, sean sinceros. De lo que seguro que no se librarían sería de la campaña de los medios de comunicación y del descrédito ante los consumidores. Los tramposos y asesinos no gustan.
Les esperamos dentro de 6 horas en el condado de nuestra subsidiaria Sauder GmbH. Cuentan con 10 salvaconductos para su delegación y podrán acceder al área con una compañía de la Guardia Suiza. Espero que la reunión sirva para disipar estas desagradables diferencias y establecer un marco común de productiva colaboración.
Por cierto, consideraré un gesto de buena voluntad por su parte que me entreguen el contrato de Cesare Fidias. Así tendremos oportunidad de recordar viejos tiempos.

2 opinantes:

filosofoenparo dijo...

Diga que sí... ¡¡¡Qué viva el cyberpunk!!!

Está hecho un gibson ;-)

Anónimo dijo...

Gracias, ¡y qué viva manque pierda!