Juntos podemos


Visto en los informativos de Telecinco. Parece ser que, dado el éxito de este video, ahora forma parte de una campaña de National Geographic.

David contra Goliat. La unión hace la fuerza. Y es verdad. Los abusones, los prepotentes, los depredadores, se valen de nuestra desunión, de nuestro miedo, de nuestra indecisión. Pero contra el grupo no tienen nada o muy poco que hacer. Entonces, ¿por qué nos acobardamos, por qué nos empeñamos en tirar cada uno por nuestro lado en vez de unirnos contra ellos?

¿No te gustaría poder darles una lección a quienes quieren aprovecharse de nosotros?


(Banda sonora: Time to pretend - MGMT)

¿Qué comemos hoy?

¿Cuánto vale un dolar?



Parece que, como dijo, el otro, vale sangre, sudor y lágrimas. Realmente, ¿merece la pena pagar un coste tan elevado? ¿Por qué tenemos que pagar todos las consecuencias de ese coste?


(Banda sonora: The rip - Portishead)

Para entender la crisis y las hipotecas subprime





¿El apocalipsis del capitalismo? Y aquí, un documento en el que la banca muestra sus vergüenzas subprime.

Hete aquí el Padre Nuestro adaptado a los nuevos tiempos (texto de David Trueba):

Padre mío
que estás en el cielo
santificada sea mi marca comercial;
venga a mí tu reino y todas tus posesiones;
hágase mi voluntad recalificadora así en la tierra como en el cielo.
Dame hoy mi pan y a ellos su circo de cada día:
perdona mis deudas y mis pufos,
aunque yo no perdone jamás a los deudores;
déjame caer en la tentación porque me lo he ganado,
y líbrame del mal, que son los impuestos abusivos y la interferencia estatal,
amén.

(Banda sonora: La Tour de Pise - Jean-François Coen)

El origen de la vida


Oigamos la voz de uno de los codirectores de Atapuerca. Sí, hay opiniones para todos los gustos, algunas raras, debates interesantes. Porque una cosa es la fe (muy respetable dentro del ámbito de lo privado, especialmente si se mantiene fuera de la esfera pública) y otra los hechos cientíticos. Por desgracia, en algunos países la ciencia se bate en retirada ante el empuje de los fundamentalismos.

Estoy pensando en crear una secta. Lo típico: soy el nuevo dios reencarnado, veo vuestro futuro, todas las chatis tienen que estar locas por mí, nada de diezmos porque toda vuestra pasta es mía, y tenéis la salvación garantizada si estáis dispuestos a hacer siempre lo que me dé la gana. Fácil, ¿no? Interesados, escribidme. El diluvio universal se acerca y yo vendo en exclusiva los billetes para el Arca.

¿Cómo? ¿Que en Barcelona tenemos sequía? Gracias a mis conjuros está lloviendo, malditos herejes...


(Banda sonora: I will possess your heart- Death Cab for Cutie)

El Barça como metáfora

¡Al loro, que no estamos tan mal!
Joan Laporta (mentiroso, demagogo e incompetente)


- ¿Qué es lo primero que hace un socio del Barça cuando entra en una discoteca? Saludar a Ronaldinho.
- El Barça ya no es más que un club, ¡es más que un night club!


Ya usé a Fernando Alonso como metáfora, ahora que se ha acabado la Liga le toca a mi equipo. Sí, luego dirán que, a pesar de los pesares, los hombres no sabemos ser fieles. Cada uno carga con sus cruces lo mejor que puede, aunque ya no me lo tomo tan a pecho como otros.

Imaginemos una empresa (FCBarcelona) con prestigio internacional en lo alto de la cúspide (doblete Liga y Champions). Primer error: si la cosa funciona no la cambiemos. Eso en un monopolio, oligopolio o situación dominante de mercado puede entenderse. En un mercado sumamente competitivo (el fútbol), no. Hay que reforzarse, pero en vez de eso se cayó en la soberbia, el acomodamiento y el ombliguismo. Y empezó el principio del fin.

Elenco:

  • Tenemos un presidente (Laporta) que prometía aires de renovación y trajo más de lo mismo (más enchufaos -como el cuñao franquista- , más descontrol -léase secciones-, más venta de humo -aseguró el fichaje de Beckham-, más prepotencia -bajarse los pantalones en un aeropuerto-, cero autocrítica). Un tipo que solo aspiraba al cargo como trampolín hacia su último fin: la Presidencia de la Generalitat.

  • El directivo defenestrado (Sandro Rosell) que tenía ideas propias y, casualmente, era de los pocos, sino el único, que sabía de qué iba el negocio, uno de los que contribuyeron a que el presidente ganara y fichó al empleado estrella (Ronaldinho).

  • El director general (Marc Ingla), nadie sabe qué hace ni para que está, eso sí, experto en culpar a los demás del desastre. Otro "listo". El gerente (Txiki Begiristain) a un antiguo empleado sin experiencia en el cargo, ni siquiera como encargado (entrenador), incompetente con los fichajes (caso Ezquerro) pero con buenos contactos: afín al Asesor estrella de la presidencia (Cruyff), otra vieja gloria de la empresa que sigue viviendo de éxitos pretéritos.

  • El encargado (Rijkaard) con un currículum más bien pobre, también de la cuerda del gran Asesor, porque la primera opción (Koeman) le dio calabazas. Nadie le puede negar su talante, el mismo que le llevó a la destrucción. Ser oveja entre lobos es mal negocio.

  • El empleado estrella (Ronaldinho), que lo fue -y mucho- hasta que se creyó Dios y su compromiso con el equipo desapareció con nocturnidad (discotequera) y alevosía (porque no trabaja, pero cobrar, vaya sí cobra).

  • El bocazas (Etoo), envidioso del empleado estrella largó contra este y acusó al encargado de "mala persona". ¿Paso algo? No. El bocas era el niño mimado del presidente (fue fichaje personal suyo), con lo que desautorizó al encargado y la disciplina y el buen ambiente, imprescindibles en cualquier empresa que aspire a triunfar, se fueron a la porra. ¡Hasta nunca!

  • Los cómplices (Deco y Márquez), más preocupados de su vida privada e intereses propios, que del equipo. Otros que ayudaron a cargarse al grupo con su falta de compañerismo y profesonalidad y, junto a los dos anteriores, son un pésimo ejemplo para el resto del grupo. Lo mínimo que se puede exigir a unos mercenarios es que sean profesionales, y no unos niños mimados y malcriados (esto es aplicable a la mayoría de la plantilla).

  • Los chicos de casa (cantera) quienes, a diferencia de la mayoría de los contratados a golpe de talonario, han intentando aguantar el tipo. Los únicos a los que les importa un poquito la empresa.

  • Los outsiders (Edmilson y Gudjohnsen), criticados por todos cuando denunciaron los excesos de algunos compañeros, y el escaso trabajo realizado por el grupo. La mensajeros de la verdad siempre tienen un mal final.

En fin, directivos que no dirigen, encargados que no controlan, trabajadores que no dan un palo al agua y ni se presentan al trabajo. Como suele ser habitual en este país, encontrado un cabeza de turco (Rijkaard) los demás culpables (Laporta, Txiki, media plantilla) respiran más tranquilos. Cuando el Enemigo está encantado con Laporta parece claro que no nos conviene.

¿Alguien se cree que una empresa "normal" podría funcionar sin ir directa a la quiebra con tal desorganización, falta de liderazgo y disciplina? Directivos que no dirigen. Encargados que no controlan. Trabajadores absentistas que no cumplen. No quisiera estar en la piel de Guardiola (salvo por lo que le pagan).

¿Cuánto duraríamos nosotros en nuestro trabajo si nos comportáramos de forma irresponsable, indolente, sin el menor compromiso hacia la empresa que nos paga?


El Chikibarça mola mogollón, Lo baila el ministadi, tambien en el Camp nou
Baila Chikibarça la Catalanita, que con este año ya pierden dos liguitas
Lo Baila Puyol, lo baila Zambrotta, Lo baila Valdes recogiendo la pelota
Lo baila el Etoo, lo Baila su hermano, lo baila Ronaldinho con dos copas en la mano.

Y el ChikiBarça se baila así
1 sin champion League
2 sin Copa'el Rey
3 Sin Liga España
4 El paseillo

Baila Chikibarça, baila chikibarça, lo baila Laporta y tambien el Rijkaard.
Lo bailan en las Ramblas, lo baila en Ciudadella, lo baila Oleguer y tambien su abuela
Lo baila Xavier Sala con su traje a rayas y Laporta le dice porque no te callas
En la despedida del mister Rijkaard, pusieron chikibarça y Etoo se echo a llorar
LLORAR LLORAR LLORAR.

Y el ChikiBarça se baila así
1 sin champion League
2 sin Copa'el Rey
3 Sin Liga España
4 El paseillo



(Gracias a Anna por los chistes)

(Banda sonora: Himno de la Bala - Triángulo de Amor Bizarro)

¡Canonicemos a Jiménez Losantos!

'El Follonero' recoge firmas para canonizar a Jiménez Losantos. ¿Alguien se apunta? Sí, ya, es imposible gustar a todo el mundo, a pesar de su conocido talante cristiano, su amable sentido del hunor. Tanto es así que la Iglesia le ha renovado el contrato. Por algo será, ¿no?

Pero, ¿no hay que estar muerto para que te canonicen? Nada puede detener a Fedeguico.


(Banda sonora: All things must pass - The Jesus & Mary Chain)

Personas, productos, todo por la fama

En nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser.
William Shakespeare


Cualquiera que vea la parrilla televisiva comprobará la multitud de concursos y realitys que ofrecen un pasaporte a la fama sin paradas intermedias. Así que multitud de jóvenes y otros tantos más talluditos se lanzan a la búsqueda de una (casi imposible) oportunidad. En el fondo saben que son carnaza para esos programas, donde se reirán de ellos, posiblemente los humillarán para gozo del público, y ellos intentarán aguantar el tipo con tal de luchar por un pedacito de gloria y fama. Y dinero, faltaría más. ¿Todo vale con tal de alcanzar ese éxito? ¿Y luego qué?

Una palabra de moda es "cultura". Sirve para un roto como para un descosido. Pero la cultura del esfuerzo está demodé. A casi nadie le interesa. ¿Sacrificios? Joé, si salgo en la tele tengo mis minutillos de gloria y, quién sabe, igual consigo dar el pelotazo y dedicarme a vivir del cuento (o cantar, bailar, y demás actividades lúdicas que vienen a ser prácticamente lo mismo).

Menudo país este donde tantos quieren ser cigarras y a nadie le interesa ser hormiga.


(Banda sonora: I'm a realist - The Cribs)

El chiki chiki, pelotazo de TVE en 2008


Aunque los puretas eurofans se rasguen las vestiduras; a pesar de que algunos carpetovetónicos se indignan por la mala imagen que, dicen, da de España el Chikilicuatre por esas Europas de dios (hay gente que no se ríe ni por accidente); admitiendo que hay otros frikis en Eurovisión; asumiendo que el amigo del tupé y la guitarrita no van a ganar el festival (como tampoco lo hicieron los triunfitos enviados cual tercios de Flandes a poner una pica en el concurso), ¡ya tenemos ganador!

Sí, TVE (y también sus creadores de La Sexta). Menudo negocio están haciendo con el dichoso invento. Han descubierto que el frikismo es negocio. Pero si es que ya aparece en un anuncio en La Tienda en Casa. Increíble, pero cierto. Y hasta medio en broma medio en serio, hasta propusieron cambiar la calle General Franco por Chiki Chiki. Incluso sirve de chascarrillo para la crisis del PP. ¡Y tiene comic propio!

Menuda campaña de promoción gratis les ha salido. Podemos encontrar versiones para todos los gustos: la de "Padre de Familia", El Chikilicuatre con King Africa, el Chiki Facha de Wyoming, el Chiki Cope, la de ¡los teletubbies!, el Fedeguiki, la versión de Mojinos Escozíos (el Sevilla parece el cantante de Lordi), etc., etc.

Buenafuente dirá ahora lo que quiera, le jugada le ha salido redonda. No creo que TVE pueda y quiera comprar el primer puesto, como ahora dicen que sucedió con Massiel. El día 24 se prevé una audiencia como hacía años no tenía el festival de Eurovisión. Por cierto, Chikilicuatre ya hace amigos en Serbia. ¡Ya tenemos canción del verano! Pobre música, sepultada por el negocio.

Sí, haciendo zaping, intentaré ver el Spain zero points (¿o no?). Risas garantizadas.


P.D.: Gracias a Anna por la abundante información chikichera facilitada.

(Banda sonora: Turn on platform - Jack Peñate)

Pan para hoy...

Cuando empezaron a aparecer las primeras noticias sobre biocombustibles, servidora, supongo que como la mayoría, se lo tomó como una buena noticia. Pero duró poco. Saber que la mayoría de las compañías petroleras están trabajando en biocarburantes me pareció inquietante. Sin entrar en los detalles de lo que cuestan de producir (que ya hay gente que apunta que muy ecológico no es…)


Poco después, empiezan a aparecer noticias sueltas sobre el aumento de precio del maíz en México, que si los monocultivos de soja que desequilibran América Latina… Y todo va tomando forma.

A esto se añade que la creciente demanda de alimentos en países como China o India (que resulta que ahora, en lugar de un plato de arroz por familia y por día quieren uno para cada uno, oye…) agota las reservas alimentarias del planeta y no hay arroz para todos (Por cierto, ejercicio: calculen los paquetes de arroz que hay almacenados en su hipermercado habitual.)



Pero el colmo ya es ver como llega la especulación a una cosa tan básica como la comida. Almacenar para subir precios. E invertir en fondos de inversión. Si no, lean aquí.

No sé a ustedes, pero a mi los cereales del desayuno cada día me saben más amargos…...


(Banda sonora: Dig Lazaruz dig!!! - Nick Cave & The Bad Seeds)

Más música de anuncios

Vista la siguiente selección, está claro, una vez más, que los originales publicistas miran hacia atrás mayoritariamente para elegir sus bandas sonoras. Ahora os lo vuelvo a demostrar.

Anuncio de Movistar, con "Amigos para siempre". A mí la versión que me va es la de Los Manolos. Yo soy asín.


Anuncio de Digital Plus, con "I want it all" de Queen.


Anuncio de Gucci, con el clásico "Heart of glass" de Blondie (de quien pronto, espero, volveré a hablar).


Anuncio de Toyota Yaris, que destroza un mito ochentero como "Tainted love" de Soft Cell, una de mis tres canciones megafavoritas de esa década. ¡No os perdono, herejes! Admito que la versión original de Gloria Jones también tiene su gracia.


El pesadito anuncio de Coca-Cola, que versiona el "Lola" de The Kinks. ¿Alguien prefiere la "Lola" de La Orquesta Mondragón? Un aplauso para el marketing de la cola: subvierte el principio de que solo el consumo de algo exclusivo o limitado te convierte en "especial", para vender lo mismo con una bebida de consumo masivo.


El anuncio de Heineken, con el tema "Tired" de Adele (no he encontrado videoclip original). Lo único actual de la presente selección.

Y cerramos el repaso con el anuncio de Vodafone que usa el tema "Starman" del monstruo David Bowie.


(Banda sonora: A little respect - Erasure)

Alba, 5 años


Hoy es el cumple de Alba. Para no perder las buenas costumbres ha madrugado un montón. Ay, esta chiquilla ha acabado con mi sueño desde que nació.

Querida hija, tal vez todavía no te das cuenta (afortunadamente) de la realidad. No soy el padre perfecto, posiblemente ni siquiera un buen padre. Solo soy tu padre e intento no fastidiarla demasiado. Tal vez no parezca mucho. Tal vez no lo sea. Ya te irás dando cuenta, si no has empezado a hacerlo ya, de que soy como soy. Ya entenderás lo que quiero decir.

Eso sí, cariño, no me verás en concursos como My dad is better than your dad (Mi padre es mejor que el tuyo), lo siento. Con tu hijo como testigo, te someten a pruebas a cual más ridícula para reirse de los concursantes. Te meten en un bidón con líquido verdoso para buscar letras con las que formar una palabra, debes atar los cordones a tu vástago mientras te introducen la cabeza en una caja de tarántulas. En fin, un programa familiar. No hay nada como hacer reír al público y humillarte para hacer feliz a los churumbeles. Espero que seas capaz de ser feliz de otra forma. Dejamos las payasadas para casa, ¿de acuerdo?

Hagamos un trato, como ahora le ha dado por decir a tu hermano. Nos queremos como somos. Los demás que hagan lo que quieran, que piensen lo que les dé la gana.

Gracias por llenar de calor mi pobre corazón, gracias por romper mi caparazón.

(Banda sonora: Vuelve el amor - La Unión)

El día de internet y Chuck Norris

Ayer fue el día de Internet. Pues muy bien. Exijo desde ya tener mi propio día, porque yo lo valgo.

En fin, consolémonos. Gracias a interné podemos reirnos con parodias como la que sigue de Muchachada Nui sobre Chuck Norris, ese gran actor y luchador por las libertades, uno de mis superhéroes favoritos.


"Yo no hago flexiones, empujo la Tierra hacia abajo".

(Banda sonora: Machine gun - Portishead)

La venganza de Cárdenas Mulegé

A veces las cosas no son lo que parecen. Eso lo debes saber mejor que la mayoría de la gente. Es difícil aceptar que lo que un día es bueno, seguro, incluso casi indestructible, de la noche a la mañana caiga como un castillo de naipes a­rrastrado por una ráfaga de viento. Creíste que nadie se atre­vería a bucear hasta tu nivel y emponzoñarlo, ensuciarlo con tan malévola ruindad. Pero te equivocas­te.
De por sí eso ya fue un grave problema. Peor fue que no quisieras aceptar la nueva situación. Cuando tienes cierta categoría, un estatus social, duele comprobar que tus conti­nuos esfuer­zos han sido en vano, que debes comenzar de cero. Como un ángel caído, con las alas rotas, obligado a apren­der a vo­lar nuevamente, abandonado por los demás. Una humillación difí­cil­men­te soporta­ble: unos se hunden y tardan más o menos en salir del pozo, otros se lo toman como un reto para in­ten­tar rehace­rse rápidamente. Sólo algunos deciden romper con todo y tomar un camino desvia­do y tortuoso.
Como responsable de Seguridad y Control de Onomática las cosas te marchaban bien. Todo es mejorable, pero en justicia no podías quejarte. Despacho en la vigésimoquinta planta, va­ri­as secret­ari­as a tu servicio, con el respeto de tus subor­dinados y la aprobación de tus super­io­res. Tenías perspec­ti­vas de futuro. Un día, un aciago día para ti, algu­ien con­si­guió burlar las defensas que habías dispues­to en torno a las bases de datos de la corporación. Piratearon el diseño ul­tra­secreto SensoMind. Robaron tu brillante futuro.
Millones invertidos en el futuro producto estrella de Onomática, el proyecto que sanearía la maltrecha economía de la corporación, devaluados por el robo de información. La competencia con­sig­uió sacar un material parecido antes que vosotros pudiér­ais reaccionar. Fuiste el primero en caer, no podía ser de otra manera.
Tu vida de ensueño saltó por los aires y un alud de pro­ble­mas amenazó con aplastarte. Incapaz de sopor­tar la ten­si­ón, las dudas, aquella irritante sensación de culpabili­dad, poco a poco te apartaste de los demás. Si pro­fesional­mente te con­virtieron en un fracasado, personal­men­te adopta­ste la pos­tura de un paria. Únicamente quedaba el odio: un sentimi­ento ciego e irracional que latía en tus sienes como una min­úscula mirí­ada de tambores llamando a la guer­ra, que cubría tus ojos con un velo sanguinolento, distorsionando la realidad. Una pa­labra, una idea se convirtió en la pie­dra ba­sal de tu pen­sa­mi­ento: ven­ganza. Tu agresividad personal y profes­ional la re­condu­cis­te hacia aquel nuevo obje­tivo. Tal vez yo hubie­ra reac­cion­ado de igual forma en tu caso.
Contadas personas tenían capacidad y medios suficientes para dar un golpe de tal magnitud. Traspasar el hielo defen­sivo, los programas antivirus y las rutinas de vigilancia, obviando además el cebo que habías dispuesto no estaba al alcance de cualquiera. Inicialmente pensaste en alguien del Consejo Di­recti­vo, pero lo desechaste pues sólo el Pre­sidente y tú conocíais el sistema completo de claves. Aquel era el ac­cio­nista mayo­ri­tario, y el sabotaje produjo una fue­rte caí­da en la cotización de Onomáti­ca. Cada con­seje­ro conocía una parte de las claves y, con las luchas inter­nas entre los di­ver­sos grupos de pod­er, era prácti­camen­te imposi­ble que se pusi­eran de acuerdo para con­seguir libre acceso al sistema. Entonces iniciaste la bús­que­da en el sub­mundo de los hackers, los bu­zos que se su­mer­gen sin des­canso en la Red, los contra­b­andis­tas de in­for­ma­ción que pira­tean datos, ya sea por un precio o sim­ple di­ver­sión.
Costó mucho tiempo y dinero, pero al fi­nal te situaste sobre una pista fiable. Los informes concluy­eron que tres personas po­dían haberte conducido al cen­tro del infier­no: Sacha Fermaz, Harlan Houdin y Coral Somoza. Otros candi­datos no tenían acceso a las consolas especiales ni al equipo ac­cesorio adecuado, y el resto simplemente no estaba a la altura que requería un trabajo de tal magnitud. Cual­qui­era apa­rte de esos tres hubiera fracasado gracias al sistema de­fen­si­vo de Ono­máti­ca.
Te convertiste en un tiburón que acechaba oculto tras listas estadísticas, cubos de información, bases de datos; cualquier espacio susceptible de ser visitado por tu anónimo verdugo. En tu afán por escarmentarlo te sumergiste en una vorág­ine de destrucción, como un huracán que aparece de im­pro­visto y arrasa sin piedad la costa. Quien caía en tu poder no solía volver con bien de la Red. Fue una gran in­versión a­quel pro­grama brasileño experimental. Debía contener varios cir­cui­tos pro­h­ibidos porque nadie quiso probarlo... hasta que lle­gaste tú, convirtiéndote en un experto. Posiblemente ese programa constituyó el desencadenante de tu progresiva pér­dida de cordura.
Los incautos, cegados por el ansia de capturar infor­ma­ción, no apreciaban el peligro que escondía aquella nebulosa gris­ácea de forma helicoidal bajo la que se camuflaba el soft brasileño. Con la inofensiva apariencia de una destructora de datos residuales y obsoletos, la víctima se percataba del peligro demasiado tarde. El virus entraba en acción a través del interface cerebral, impidiendo el retorno con la consola al crear un bloqueo neurológi­co. Pro­ducía la sensación de varios finos tentáculos es­car­ban­do en el cerebro de la víc­tima, bus­cando los centros ner­vio­sos y las sinapsis principales para estimularlos con men­sajes que des­pertasen en el suj­eto sus temores más ocultos, las fobias, aquello que de nin­guna mane­ra podía o quería so­por­tar.
Empezó a extenderse el rumor de que en la Red moraba un devorador de buzos, un programa mutante dispue­sto a destr­uir a los que sobrepasaban ciertos límites, un soft que fagocita­ba a los invitados no deseados. Que var­ios buzos del ciberes­pacio acabaran con el cerebro deshecho y su semblante horri­blemente desencajado dio alas a esa histo­ria, a pesar de que la mayoría de las vícti­mas fueran simples afi­cionados. Tu fama au­men­tó, aunque nadie supi­era quién era el causante de tamaña lo­cura. De to­das for­mas la Red era inmen­sa. Eras un in­signifi­cante byte en un océano de gigamegas. Aun así muchos senti­rían un escalof­río de miedo al conectarse en su consola para su­mer­girse en la Red. Incluso utiliza­ron tus hazañas como cuen­to infan­til para asustar a los niños traviesos.
Encontrar a aquel trío resultaba más complicado de lo que pensabas. Existían miles de sectores donde mover­se, y el hermetismo se convirtió en arma defensiva de los buzos. Nadie confiaba en los demás. Se entraba y salía con múl­tiples y veloces desplazamientos evasivos, activando rutinas defen­si­vas. Si se complicaba descubrirles en su terreno, cambiarías de sistema para encontrar­les.



Por un soplo supiste que Sacha Fermaz estaba trabajando en un encargo de la Ryuchi Co. En la Red se le consideraba un ge­nio, fuera era un hombre como otro cualquiera; con vir­tu­des, unas pocas, y defectos, algunos más. ­Atrapar­lo en la ex­terior ofrecía mejores posibilidades, por lo que orientaste tus planes de venganza en ese sentido.
Sacha era un tipo espigado y de mirada vidriosa, con la piel lechosa al pasar largo tiempo encerrado sin ver la luz solar. Últimamente acudía al Psycotrophik, el local de moda entre los buzos. Contento por la marcha de su trabajo actual alar­deaba ante una corte de aduladores, deseosos de apr­en­der de un maestro. Le mirabas con desprecio, con un odio ate­mpe­rado por el tiempo y que se diluía hasta convertirse en irre­frenable rabia. Pero lo disimulabas: ya llegaría tu hora.
Tu porte altanero y que no formaras parte de la caterva de admiradores que gustaban rendirle pleite­sía, hizo que aca­bara fijándose en ti, sentado en aquella mesa del fondo,­ bo­rroso entre el humo que te envolvía y la escasa iluminación del neón. Un destello fugaz iluminó tu mente. Conectaste el micromodu­lador en el interface para bu­cear mentalmente sin consola y enc­ontrar su informe per­son­al. Ha­llaste lo que bus­cabas: Fermaz era bisex.
Seguiste acudiendo al club, y él, de vez en cuando, te perseguía con una mirada llena de interés. Tras una semana de juego decidiste actuar. Sacha salió solo como cada noche, algo ebrio. Tomó el desvío del parque en vez de seguir por las aceras móviles para llegar antes al condominio en el que re­sidía. Hacía frío. Te calaste el sombrero y enfundaste los sua­ves guantes de piel sintética. Ibas por la acera con­tra­ria, a una distancia prudencial para que el ruido de tus pa­sos en la soledad nocturna no le alertara. Veías como su res­pira­ción entre­cortada formaba nubecillas de vapor en la húme­da noche. Aceleraste tu paso. Los árboles que todavía de­safi­aban la lluvia ácida, parecían espectros ame­nazadores cuyas sombras, retor­cidas por los asimétricos re­flejos luna­res, acechaban cr­uel­mente. Tomaste un estrecho sen­dero para alcan­zarle sin que te viera. Las hojas secas crujían bajo tu paso, ani­mándo­te a apresura­rlo.
El buzo empezó a mirar desconfiadamente a los lados y de­tr­ás suyo, tal vez intuyendo un invisible seguidor o una sim­ple man­ía de alguien inseguro, normal sabiendo que aquel dis­trito no estaba conectado a la vigilancia monitorizada de Seguridad. Podías ver su cara de preocu­p­ación, con un tic en su ojo derecho que le obligaba a abrir­lo y cerrarlo espasmó­dica­mente. Eso despertó tu instinto de depredador: el miedo de la presa era un cat­alizador que incrementaba tu fuerza.
Re­bus­ca­ste en los bolsillos un trozo alar­gado de tela. Lo saca­ste, tensánd­olo con ambas manos, vibrando como si afi­na­ras un delicado instru­mento de cuer­da. Sin pensarlo más atra­v­esaste la dis­tancia que os separaba. No pudi­ste evi­tar una tierna sonrisa cuando Sacha te descubrió, tan fuerte y segu­ro. Abrió la boca, pero fue incapaz de ar­ticular palab­ra. Dio un paso atrás y abrió las manos en un gesto que que­ría ser de sorpresa, o tal vez de súplica.
Seguiste sonriendo. Le enseñaste el pañuelo de seda estampado, atándoselo al cuello. Le pre­guntaste si no lo había perdido en el bar. Sacha se relajó como por ensalmo y rio, un poco excitado. Empezasteis a hab­lar y acabó in­vitándote a su casa.
Durante varios días vivisteis juntos. Cautelosamente le sonsacabas información: sus gustos, sus proyec­tos, detalles de su traba­jo actual, las historias que explicaba a los pazggua­tos del bar. Pero sin forzarle, debía pensar que real­mente le interesabas. Llego el día en que, con un nudo de excita­ción en la garganta, hiciste la pregunta clave, y en su mi­rada des­pre­ocupada intuiste que la respuesta te disgus­taría. El no ha­bía participado en el asalto a Ono­mát­ica, aunque envi­diaba al autor por el porcentaje que seguramente obtuvo.
No sentiste ninguna lástima: soportar a aquel desgraciado había sido en balde y pagaría el tiempo que te hizo per­der. Sonriendo, le acariciaste como sabías que le gus­taba. Al ins­tante os quitasteis la ropa, retozando en su cama cir­cular igual que la primera vez. Apretaste el pañuelo que llev­aba a­nudado al cuello. Te miró con sus lángui­dos ojos, pero tras un largo beso los cerró nuevamente. Lo oprimiste con mayor fuerza. Pataleó y gimió. Eras más for­nido y estabas sentado sobre su espalda, con lo que a los pocos seg­undos dejó de debatir­se.
Quedó como un muñeco de trapo tirado descuidadamente sobre la cama, con una extraña mirada de sorpresa esculpida para siempre en la cara. Durante varios minutos un rubor acalo­ró tu rostro y creíste ser capaz de todo, lleno de energía, mient­ras tu cuerpo se estremecía de un placer salvaje y sen­sual. Diste satifacción a tu sexo, pleno de vida y dispuesto, pero el clímax de la muerte te satisfizo mucho más.
Si no se trataba del pobre Sacha quedaban dos sospechosos que buscar. Más trabajo. Ahora irías por Coral Somoza.



Encontrar a la mujer supuso desplazarte a Ciu­dad Hokkaido en tubo ultrarrápido, un plato de poco gusto considerando tu cerval animadversión por los japos, pero ne­cesario sa­biendo que el contacto mediante holo sería insuficiente en este caso. Todo fuera por una buena causa: la tuya.
Coral no era una indepen­diente. Trabajaba para una compa­ñía especi­ali­zada en lo que eufemísticamente llamaban "recuperaciones". Lo co­rrec­to y exacto sería denominarlo hur­to o cap­tura ilegal de dat­os. Era un ente fantasma, bajo el sopor­te de una gig­antes­ca corporación con base en Luna Bay.
A pesar de tus esfuerzos por contactar con Somoza ninguno consiguió llegar más allá de una hipócrita mirada de sorpresa de los androides-recepcionistas que decía "no sé de quién me habla". Dispuesto a llegar al final vendiste todas tus propi­edades y los bonos del Tesoro. Adiós a una jubilac­ión tran­quila. Para descubrirla pasarías por un cliente. Y por uno de los mejor­es.
Imbuido en la nueva personalidad de potentado que quiere un trabajo especial, conseguiste ser recibido. Pen­sa­ban que eras el represen­tante de una compañía sita en un pa­raíso fis­cal, deseosa de entab­lar acuerdos comerciales con ellos. Si radicaban su domicilio social en aquel te­rrito­rio gozarían de la tapadera legal perfecta para que ninguna au­tori­dad púb­lica adscrita al Tratado de Competencia Leal pudiera det­ener­les, por muy delictivos que fueran sus actos. Cuestión de sobera­nía. Decidieron estudiar tu interesante oferta. Ade­más les comprabas el soft nece­sario para equipar ade­cua­dame­nte tu nego­cio. Algo debías darles a cam­bio.
A medida que menguaba tu cuenta corriente, aumentaba su confianza. Llegó el punto en el que accederían a tus peticio­n­es, por lo que solicitaste a Coral Somo­za como encar­gada del mate­rial que necesi­tab­as. A pesar de sus retic­encias les con­ven­ciste. De algo te sirvió la ex­perien­cia ad­quir­ida en Ono­mát­ica cuando llegaba el mome­nto de disputarse el pre­supu­esto entre sus departamentos.
Era una gran profesional, que impresionaba por su inmensa capaci­dad de trabajo, siempre a la caza de cualquier cosa que pudiera merecer la pena, o al menos parecerlo. Cuando pediste que te dejara su­mergir con ella en la Red como simple espec­tador dudó. No le hacían gracia los mir­ones. Es lógico, los maestros poseen trucos que les permiten seguir siendo los mejores. Insististe en que si fueras un buzo no habrías gas­tado tanto dinero en comprarles soft. Finalmente aceptó. Tal vez empezaras a caer­le bien.
Aquella joven menuda, de cabellos azabache y rostro de campesina azteca, se transformaba en la Red. Allí era una reina, moviéndose grácil como una bailarina en el escenario. Los datos, la información, eran sus vasallos y se rendían ante ella abriéndole sus secretos. Parecía que hubiera nacido allí, que conociera todos los recovecos como la palma de su mano.
Desde el apartamento que habías alquilado para no ser molestados ni descubiertos, se contemplaba la bahía. Los refle­jos del atardecer sobre el inquieto mar te recordaban el des­tello verdeazulado que ella desprendía al navegar por la Red. Tras volver de una incursión con resultado infructuoso, in­tuiste que Co­ral salía al mundo exterior por obligación, como aque­llos seres marinos de la antigüedad que emergían brev­e­men­te para respi­rar aire, pero cuya vida se desarrollaba den­tro del agua.
Llegó el momento de realizar la prueba definitiva: un encargo en el área de Onomática. Finalmente la corporación ha­bía comercializado el SensoMind, y compraba programas com­ple­tos de la tridi para publicidad. Pensaste que si ya había entra­do lo haría de nuevo sigui­endo un camino similar. Entonces tendrías al culpable. Sabiendo que una vez dentro se­ría impa­rable, antes de conectaros a las conso­las le pregu­n­taste si había sido la maestra que dio el golpe del SensoMi­nd. Ella te miró con una media sonrisa y denegó con la cabe­za. Dijo que le gustaría emular al artista que lo hizo, todo un reto.
Cuando entrasteis en la Red un regusto amargo tamizó tu boca, mientras una persistente acidez te abrasaba el estóma­go. Otro fracaso. La viste deslizarse con rapidez, con aque­lla suavidad que tanto admirabas, pero no la seguiste. Al menos te quedaba el consuelo de conocer el culpable. Tampoco fue tiempo perdido el pasado con Coral. Gra­cias a ella con­seguiste aumentar tu destreza en la Red.
Tecleaste para salir afuera. En agradecimiento le darías un final que apreciaría. Desconectaste su consola del inter­face cerebral de for­ma que fuera absolutamente imposible su retorno. Nadie la encontraría allí, pues pensaban que es­ta­bais en tu isla. Se quedaría en la Red para siempre. Bueno, hasta que su cuer­po acabase muriendo.
Seguramente esa sería la muerte que ella habría preferido de haber podido escoger.



Ya sólo quedaba uno: Harlan Houdin. El culpable. Al menos tu esfuerzo y sufrimiento hallarían su recompensa. No era suf­iciente para saldar la deuda que había contraído, pero ser­viría de consuelo. Estudiaste los datos dispo­nib­les acerca de Harlan. De niño padeció un acci­dente que motivó la pérdida de sus piernas. Pasaron va­rios años hasta que con­siguió los ca­ros implantes biónicos, y de aquel­la ép­oca nació un mote que llevaba aun hoy: Har­lan "medio hom­bre". El defec­to físico motivó que se cen­trara en el es­tudio, convirtiéndose en un prí­ncipe de las con­sol­as. Una historia conmo­vedora, tal vez; pero era el causante de tus desgracias y pagaría por ello.
Este buzo pertenecía a la vieja escuela. Trabajaba por libre, cuándo y para quién quería. Normalmente conseguía el producto y luego lo ofrecía a una selecta cartera de clien­tes, que pujaban al mejor postor. Tampoco formaba parte de sus hábitos reunirse con colegas, y su vida social era real­mente pobre. Parecía que la única manera de atraparle sería desde la Red. Una ardua tarea considerando la cate­goría del rival.
Pasaste largo tiempo perfeccionando tu técnica en la Red. Navega­bas entre montañas de datos. Buceabas entre cubos de información protegida intentando atrapar sus secretos. Te sumergías pro­fundamente cuando sentías la presencia de los progra­mas defensivos. Pasaban los días, y a med­ida que adquirías mayor habilidad tu físi­co sufría por la mínima atención que le de­dicabas. No te apar­tabas de la consola Hyunday, comías y dormías cuando te aco­rdabas. Una obsesión martille­aba en tu cabeza: venganza. Ese sen­timien­to te man­tenía atado a la vida, estéril hasta que culminaras tu revancha.
Tus contactos finalmente te desvelaron el escondrijo de Houdin, algo al alcance de unos pocos. Llegaba el momento de desquitarte. Pen­saste qué harías tras matarlo. Sabías que Onomática obtenía un enorme éxito con SensoMind, muy superior al producto de la competencia. Habían recuperado su posición en el mercado. Así lo testimoniaban su incremento de ventas y la cotización al alza de sus acciones. Sin embargo, el camino de vuelta estaba cerrado para ti. No importaba. Cuando hubie­ras acabado ya pensarías en el futuro. De momento sólo cabía en tu mente la revancha.
Tecleaste para entrar en la Red, con la sensación de que la paz estaba cercana. Navegaste con ansiedad hasta llegar a las coordenadas indicadas, descubriendo que el palacete del buzo era una pirámide de hielo magenta, que refulgía rítmica­mente como animada por vida propia. Contaba con una amplia entrada flanqueada por dos columnas de luz dorada. Aquel era un sec­tor casi desierto; demasiado solitario, dema­siado fá­cil. Ava­nza­ste lentamente, esperando que la sorpresa fuera tu aliada y te permitiera actuar con total impunidad. Traspasas­te el umb­ral y una tenue ilu­mi­nación pro­cedente de las pare­des bañó la estancia. Una vez dentro se cerró como un com­par­time­nto estan­co, sellada por el hielo respla­ndenciente de la pir­ámide.
El cazador encerrado, pensaste presa de la excitación. Seguiste adelan­te intentando descubrir que se guardaba allí, y si el último de la lista estaba entre aquellas par­edes pal­pitantes. La decoración era austera y basta comparada con la bel­leza salvaje del exterior. Viste extraños di­bujos de neón como tapices de dudosa cali­dad, retr­atos oníri­cos, y muchos cubos re­ple­tos de megas del mejor soft del mer­cado. A­llí se guardaba una for­tuna en progra­mas. Eso era lo de me­nos para ti. Habías ido a ac­abar un trabajo y lo que no se ciñera a esto carecía de importancia.
De pronto sentiste una muy particular sensación de déjà vu, sin saber qué era. Algo acariciaba la frontera de tu men­te con una especie de zarcillos viscosos. Un grito murió en tu garganta reseca al intuirlo. Era el programa brasi­leño, modi­ficado y más potente, por eso no lo apreciaste an­tes. A­hora entendías el terror que atenazaba a los infeli­ces que caían en tus trampas, y deseaste morir antes que ex­per­imen­tarlo.
Comenzaba con una quemazón en el interior de la cabeza, al principio ligero como el sol de la mañana y abrasador como un incendio purificador al final. Inmóvil, querías huir y chillar, pero no podías. Intentabas moverte y el cuerpo rehu­saba tus ordenes. Sentías el sudor que cubría tu cara como una húmeda caricia. Lo peor no había llegado todavía.
Progresivamente fueron asaltándote recuerdos mezclados, confusos al principio, pero con un denominador com­ún: revi­vían experiencias que, por el motivo que fue­ra, no que­rrías recordar de ninguna manera. Aquella vez que con cin­co años te perdiste un fin de semana en Colonia Marte, las pa­liz­as que te pegaba Sarabia a la salida del colegio, cuando papá murió y mamá te abandonó con los abuelos, el fra­caso de... Los recuerdos seguían batiendo sin cesar las cos­tas de tu mente, castigándolas como una tempestad brutal e inmiseri­cor­de. Es­tabas llegando al límite y apenas resis­ti­rías más.
Cre­ías que tu cab­eza estallaría como un globo hi­ncha­do al máximo cua­ndo aca­bó. Tan bruscamente como com­en­zaron, las pesadillas des­aparecieron y volviste a la nor­ma­li­dad, si es que puede llam­arse así al hecho de haber per­dido completa­men­te la razón. Afortunadamente para ti, te des­mayas­te y eso permitió que paulatinamente el dolor dis­minu­yera y se disol­viera como azú­car en agua.
Caíste en una trampa. Harlan sabía de la muerte o desaparición de los otros dos buzos, pues ambos gozaban de un gran nom­bre dentro de la profesión, averiguando que alguien había indagado muy intensamente sobre ellos tres. Lógica­mente sos­pechó que sería el siguiente de la lista. Tras descu­brirte no le costó mucho que tus contactos, sus contactos, te dieran la infor­mación de su refugio secreto.
Cegado por el instinto de predador obviaste que la presa pudiera esperar, y preparar, tu llegada. Te perdió el exceso de confianza. La limitación física de aquel no presu­ponía también una mental. Pero por suerte para tí, no to­dos llevan la ven­ganza a tus límites.



Esta es la historia de Cárdenas Mulegé, tu historia. Corresponde a la parte de la memoria que te bloquearon quirúrgicamente. ¿Que cómo sabes que es cierta? Mira la cinta, es de SensoMind. Vaya ironía, ¿verdad? Recordaras, o si no te será muy fácil verificarlo, que el SensoMind reprodu­ce las ondas cerebrales y los recuerdos tal como son, sin posib­ili­dad de modificar nada. Me he limitado a bucear en tu pasado, ig­ual que haría en la Red, para que conocieras lo principal. Sólo te cabe echarme en cara que no te guste mi forma de na­rrar tu vida.
Espero que tampoco te importe la operación que ha rea­li­zado el neurocirujano para implantarte un microchip que eli­mi­ne de raíz tus instintos asesinos. No podrás ma­tar jamás. Ya ha sufrido demasiada gente, incluido tú. Tal vez al prin­cipio sientas nauseas y algún dolor de cabeza; toma en­tonces las pastillas rojas que encontrarás sobre la mesa.
Cuando veas esta cinta querrá decir que estás recu­perado. Espero que sea pronto. No te preocupes por los de Seguridad: nadie sabrá nunca de tus crímenes... al menos por mí. ¿Que por qué no te maté? Tal vez entienda por lo que has pas­ado. A lo mejor me pillaste con los biorritmos bajos o incluso pien­se que eres un tipo valioso, y podríamos for­mar una buena pa­reja. Con mi cerebro y tu deliciosa falta de es­crúpulos quién sabe dónde podríamos llegar. El "medio hom­bre" ten­dría en ti un complemento perfecto. A los dos nos fal­ta parte de nues­tra entidad física, pero no inteligencia.
Además, por si todavía te interesa, tampoco yo intervine en el robo a Onomática. No fue fácil averiguar­lo, pero he atado los cabos sueltos de este caso. Sin duda con­oces los proble­mas de liquidez que padecía la corpo­ración, amenaz­ando con para­li­zar el proyecto Sen­soMi­nd, pre­cisamente la solución a los mismos. Ante tan gra­ve proble­má­tica el Pre­si­dente deci­dió el "robo", cobrando un seguro as­tronómico. Una jugada geni­al, pues a través de una socie­dad fantasma vendió un mate­rial defectuoso a una com­peti­dora que creía asestar un duro golpe a Ono­mática, con­si­guiendo más ingresos para lanzar el ver­dadero SensoMind. Tú podías desenmascarar­les y al hundirte e­limina­ron esa posibi­lidad, sirvié­ndoles así­mis­mo como chivo expiat­orio.
Creo que Onomática se merece una buena lección. ¿Tú no? Supongo que la compañía de seguros estafada, la corpora­ción engañada que ve como cada día el SensoMind gana cuotas de mercado a su producto bastardo, incluso los numerosos defen­sores del Tratado de Competencia Leal agradecerían cono­cer la verdad. Seguro que ellos compartirán nuestra opinión y se encargarán de escarmentarlos. Y podría ser el in­icio de una fru­ctífera colaboración.
Si estas interesado llámame al número que aparece impreso en la cinta.


Harlan Houdin

Chiki Park, la vida social infantil


No es lo mismo ser padre ahora que cuando yo era crío. De pequeño, que yo recuerde, no existía ese invento conocido como Chiqui Park, un espacio de ocio (o invento diabólico, según cómo se mire) donde los críos van a realizar sus celebraciones con todo tipo de juegos, chuches y demás parafernalia infantil que se precie, ideal para agotar tanto a niños como a sus sufridos padres.

Alba a sus 4 años, este curso ya ha ido a 10 fiestas de cumpleaños, 7 de ellas en Chiquipark. Al principio, especialmente con la primera invitación, me hizo casi tanta ilusión a mí como a ella (que la invitaran, no el ir al chiquipark de marras). Bien, tiene amiguitos, se integra en el grupo, no será una pringá como su padre. Fantástico. Pero menudo negocio hay montado con el rollo de las fiestas de cumpleaños (e imagino que no solo los aniversarios). En el de al lado del cole, de barrio, 10 euros por crío entre semana, sábados 12 por cabeza. En otras más céntricas tal vez sea incluso más caro. Lógicamente, además, hay que hacer regalo al homenajeado. Todo un tinglado.

Al principio me hacía gracia. Ahora, cuando veo que viene con una nueva invitación pues... me alegro por ella, claro. Y luego está la logística familiar. Al inicio de curso, David, con 3 años recién cumplidos veía como un drama que su hermana se fuera de farra y que él no estuviera invitado. Sí, prueba a explicar a un crío pequeño que es una fiesta de la clase y blablablá. Llorando como una magdalena. Ahora lo acepta. Me quedo con él, "los hombres juntos", a la espera de que Alba le guarde algún chuche como premio de consolación [¡David ya ha sido invitado a su primera fiesta "oficial"!].

Hoy es la fiesta de Alba, en casa (su cumple es el lunes que viene). Miedo me da. Una persona asocial como yo haciendo de anfitrión a unos 14-15 críos, nosecuantas madres, padres, abuelos, e intentando que los niños (niñas más bien, si nos atenemos a la proporción total) se lo pasen bien (y no destruyan la casa). Menuda panzada a adecentar la terraza, preparar la música infantil, dejarlo todo a punto, salir hoy del trabajo echando leches para ultimar los últimos prepararivos, etc. Ahora estoy rezando para que no lluva. No, ese curro no tiene ningún mérito. Esto forma parte del "Pack Padre de Familia". Es lo que hay, sin derecho a reclamación.

Y eso que no voy a hablar de las fiestas de final de curso de ambos, que tocan la semana que viene. Estoy estresao... y lo que me falta esta tarde.

(Banda sonora: You! Me! Dancing! - Los Campesinos) - videoclip visto en El eterno aprendiz

Hoy hace un año

Hoy hace un año empezaba este blog. En este periodo, mi Blues Brother Salva ha caído por el camino (en cuanto a lo que escribir aquí se refiere). Me niego a borrarlo del blog, tal vez no sea un caso perdido. Lo suyo no es vagancia, como lo mío, sino problemas de verdad. Y hemos ganado una Blues Sister, Anna, que anima lo suyo el blog con sus entradas. Sí, en la variedad está el gusto, y que siempre escriba yo puede llegar a ser cargante... para vosotros y también para mí.

En este tiempo, escritos 276 posts, según Google Analytics hemos recibido poco más de 14.000 visitas y hemos pasado de las 23.ooo páginas vistas. Las entradas más vistas han sido "Los amantes de la Santa Muerte (2ª parte)", a cierta distancia la primera parte de ese relato, y luego "Bimba Bosé: quien tiene un padrino tiene un tesoro". Datos, números, estadísticas. Escribir es un acto íntimo, uno escribe para sí mismo, pero suele ocultar la malsana intención de que luego le lean otros, de compartir su trabajo y someterse al veredicto del lector.

Al principio, mi oculta intención era publicar una novela por capítulos. Pero como dijo aquel, la vida es aquello que te va sucediendo mientras uno hace otros planes. Desde la universidad mi vida ha sido de plan B. Yo planeaba, deseaba unas cosas y, cual Ulises, la vida me llevaba en otra dirección, con lo que tenía que tirar de plan B, plan que -por supuesto- no existía y debía improvisar.

La novela no, pero sí he recuperado unos cuantos relatos. Nunca pensé en hablar de nada que no fuera intrascedente. Será porque soy un tipo intrascendente. Aunque por el camino he ido enseñando un poco la patita, como las cabritillas del cuento de lobo. No negaré que soy el primer sorprendido. Soy introvertido, de pocas palabras, incluso huraño (salvo con quienes tengo confianza). Carezco de facilidad de palabra. En cambio, supongo que por el anonimato virtual sí he escrito cosas que normalmente no voy explicando por ahí. Contradictorio que es uno.

Hasta aquí hemos llegado. De momento, sigo adelante.


(Banda sonora: Dead - Zoe)

Grandes frases: la belleza está en el interior

El cuerpo no es más que un medio de volverse temporalmente visible.
Amado Nervo.


Comienzo una nueva serie de posts bajo el epígrafe "Grandes frases". Tal vez la acabe con la presente entrada. Cosas del síndrome de alienación currante que padezco. Vamos, que soy vago e inconstante (y otras cosas peores que ahora no vienen al caso).

Ay, qué mejor inicio que esa frase mítica. Empieza bien: "belleza", positivo. Acaba como el rosario de la aurora: "interior", oculto, invisible, ¿inexistente? Ya se sabe que mal de muchos consuelo de tontos. Nada mejor que un poco de linimento moral para sanar las heridas de un aquejado de mal de amores despechado. Les lanzas la carnaza de la belleza y los más obnubilados o conformistas se la tragan hasta el fondo. Pero los realistas, los pragmáticos, aquellos que debemos soportar que nos llamen negativos, sabemos la verdad. Una patada en el culo duele, lo vistan como lo vistan. Lo demás es engañarse. El espejo no engaña...

La belleza está en el interior. Frase arquetípica. A veces, ni eso. Hay un caso en el que sí funciona. Cuando está en el interior de una cartera repleta de billetes. Entonces tu físico es una nimiedad, tu belleza puede andar perdida por la cochimbamba. De ser así, tu cuenta corriente maquilla tu aspecto de gnomo (fijaos en lo feos que son algunos ricos y lo bien acompañados de féminas que están). Oferta también extensible a ciertos políticos y sujetos bien situados a quienes podemos aplicar aquello tan manido de la "erótica del poder". Aunque ahora también dicen que los feos tenemos nuestras oportunidades.

¿Pero que pasa con la gente normal? Se aplican dos frases, más realistas y populares. Veámoslas:

Te quiero [solo] como amigo. Demostraría que lo de la belleza interior lo inventó una mujer. Una de cal y la de arena. "Te quiero", ergo se te ponen los dientes largos; "amigo", golpe bajo, excluyendo todo derecho a roce. Cuenta de protección y KO técnico del varón. Hay que admirar la capacidad femenina para separar placer y amistad, conceptos más difusos y no siempre excluyentes para los hombres.

Tu amiga es muy simpática. La respuesta masculina a la frase anterior. Aquí no hay dobleces, solo cabe un significado: NO. No me intentes encasquetar a tu amiga porque no me... (añádase lo que proceda, que bastante me estoy enmerdando hoy). La simplicidad masculina también tiene sus ventajas: evita los malos entendidos. Otra cosa es que ellas puedan acusarte de falta de sensibilidad. Ah, ¿hablábamos de sensibilidad? Y yo que creía que esto iba del Pensamiento Único Masculino, palurdo de mí...

En fin, la belleza está en los ojos del que mira. Aunque, a veces, la imagen que damos a los demás dificulta que alguien se interese por descubrir nuestra belleza interior. Nadie dijo que la vida fuera justa. ¿Esta no es otra "gran frase"?


(Banda sonora: Mentiroso mentiroso - Iván Ferreiro)

¡Abajo la mitomanía!


Nunca he entendido del todo la mitomanía como mitificación de alguien, real o de ficción. Posiblemente porque nunca la he padecido. Jamás he colocado a nadie en un altar (salvo en primeras fases de enamoramiento, pero esa es otra película), ni en referente ni modelo para mi vida. Ese tipo de ídolos supone tanto como mirarse en un espejo deformado, con una imagen imposible e inalcanzable y, lo que puede ser peor, que una vez imitada o alcanzada tampoco suponga la solución que buscábamos para nuestras carencias vitales.

Vamos, que ni músicos, actores/actrices, deportistas; a mí no me deslumbran (ejem, salvo en lo relativo a su cuenta corriente). He admirado las facultades de algunos, pero de ahí a idolatrarlos, tirarme una noche haciendo cola para comprar una entrada, cascarme 1.000 km. para ir a verlos, o cualquier otro sacrificio que implicara ir a adorarlos, pues como que no.

No es que yo sea la persona más segura del mundo, pero siempre he sido de la opinión que para equivocarme o hacer el ridículo me basto y me sobro, no necesito babear por nadie. Sobre todo, cuando la mayoría de esos ídolos (con pies de barro) en muchos casos fueron unos pringaos como lo soy yo. Una combinación de talento, suerte y esfuerzo les ha permitido triunfar. Para distinguirse de los que seguimos siendo tan pringaos como siempre, tratan de ser más que el común de los mortales para creerse mejores que nosotros, especiales, y empiezan a agilipollarse. Despilfarran dinero a manos llenas, tienen una lista interminable de absurdas exigencias, son groseros incluso con quienes les han encumbrado. ¿Cómo voy a admirar ciegamente a gentuza de esta calaña? ¿Cómo voy a seguir a pies juntillas su filosofía de vida? ¿Gente que predica blanco y luego hace negro? Me gustará su música, seguiré sus trabajos, aullaré con sus goles, y punto. No me voy a bajar los pantalones ante ellos ni a tomar sus palabras como un dogma de fe.

Ojo, me refería a las megaestrellas, una minoría. Luego son legión los famosillos, famosetes y estrellitas de variado pelaje. Estos son los más patéticos, porque se creen que son lo más cuando están a años luz de tal distinción. Aun así, padecen tics de grandeza y se lo tienen creído, lo que les hace todavía más ridículos. Ya me han explicado varios casos de actorcill@s de culebrón de TV3 que van por esos mundos de dios creyéndose lo más, y exigiendo que se les trate en consecuencia, cuando a la mayoría de la gente les importaba un pepino lo que hacían o dejaban de hacer.

No soñemos con las vidas de otros. Luchemos por hacer realidad nuestros sueños, vivamos nuestra vida a tope.

(Banda sonora: Don't You Wanna Be Relevant? - The Cribs)

El gracioso de turno

Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros.
Pío Cabanillas


Me tocan las narices los tontolabas (¿será esa la causa del pobre concepto que tengo de mí mismo?). Sí, la paciencia no es una de mis mayores virtudes (si es que tengo alguna, lo que dudo). Me revientan los listillos que creyéndose graciosos sueltan barbaridades que sonrojan al más pintado. Me sorprende que todavía existan zoquetes que, amparados en una interpretación errónea de la libertad de expresión, crean que el mal gusto, la falta de respeto y la descalificación son las formas normales de comportamiento. ¿Soy un intolerante? A lo mejor, sobre todo con los gilip...

Todo este desahogo viene a cuenta de un post de Juanma en el que desvelaba la intolerancia a la lactosa que tiene Cristina, su pareja. Al poco, el gracioso de turno de rigor le envió un e-mail un pelín desafortunado (dejémoslo ahí) pretendiendo hacer una gracieta a cuenta de la enfermedad crónica. ¿Qué nos pasa en este país? Pues lo de siempre. La envidia es mu mala. Los descerebrados son legión. Los falsos amigos, una plaga. La solidaridad una palabra muy bonita para las encuestas, pero una mera fachada para la mayoría. La mala educación, la triste norma.

Ese e-mail tontorrón me ha recordado un breve reportaje que vi, creo, hace poco en La Sexta. Nadie respeta las plazas de aparcamiento para minusválidos. No hace falta explicar porqué son necesarias dichas plazas, ¿verdad? Salía un hombre en silla de ruedas recriminando a todos los infractores que aparcaban en zona prohibida. ¿Se avergonzaban? ¡Qué va! Lo miraban brevemente desde arriba, murmuraban una excusa (o ni eso) y le dejaban con la palabra en la boca, obviamente sin mover el coche de sitio. Ni que decir que cuando iba con el cochecito doble de los críos (todo un mamotetro), tampoco encontrábamos sitio para aparcar en esas plazas (y no son pocas en los centros comerciales). ¿Solidaridad, respeto por las normas, urbanidad? ¿Lo cualo? Pero, eso sí, siempre se nos llena la boca con grandes intenciones... cara a la galería, por supuesto.

Admito que se me critique por mi forma de vestir, mi manera de hablar (si no es natural), mi peinado, mis gustos, mis manías, mi forma de pensar, ser algo borde, incluso por las amistades que frecuento. Todo lo anterior lo he elegido yo. Yo soy el responsable y lo asumo. Tengo las espaldas anchas para aguantar lo que me caiga. Punto. No paso por admitir la critica por ser alto o bajo, guapo o feo, blanco o negro, padecer alguna enfermedad o discapacidad. Yo no tengo la culpa de la genética, no lo he elegido. Es más, lo anterior no me convierte ni en mejor ni en peor persona, mientras que por lo que admito la crítica, tal vez sí. Aunque ya sabemos que los tontolabas siempre se ceban en los blancos más fáciles. Los pobres de espíritu carecen de imaginación para otra cosa. ¿Tanto cuesta aceptar la diferencia, a los demás tal como son, incluidos sus defectos, impuestos o elegidos, sin más?

Pena de país. Nunca llegaremos a nada. Envidiosos a tutiplén. Pandilla de amargados. En vez de ayudar al que lo necesita, le zancadilleamos, esperamos su resbalón para abalanzarnos sobre él y pisotearle el cuello. Puñaladas traperas para conseguir triunfos pírricos, o solo por el placer de hacer daño al otro. En vez de intentar ser felices nos alegramos con la desgracia del prójimo. Así nos luce el pelo. Dios, protéjeme de mis amigos, que de mis enemigos ya me encargo yo.

Como cantaba El Último de la Fila: "Al final, solo envidia y ambición". Y digo yo, ¿para qué?

(Banda sonora: Stress - Justice) - Aviso: este videoclip puede herir tu sensibilidad

Problemas con el blog

Desde el jueves pasado tengo problemas con el blog. No puedo acceder al mismo, me salen mensajes de error que no aclaran nada, sale que un widget está fastidiando el invento, pero no dice cuál de ellos. Qué bien.

Así que, cuando por fin consigo entrar, elimino buena parte del contenido de la columna derecha. Quito el en el blogroll que aparezca el último post de cada blog, pero ni por esas. Cuando más tarde vuelvo a entrar al blog, descubro que me sigue eliminando los enlaces del blogroll.

Queridos amig@s, no penséis que quieros daros el esquinazo, sucede que, a la vista de los resultados, soy un incompetente en diseño blog.

¡Socorro!

Corazones de obsidiana

Una pátina de sudor cubría mi cuerpo como una manta ceremonial, defendiéndome del calor. Después de dos lunas buscando el equilibrio para trascender hasta el Primer Espíritu, mi piel quemada parecía cuero. Ya no se quejaba, apenas aliviada por la mínima brisa que conseguía acceder a lo alto del solitario acantilado. De repente, sentí la llegada del Poder.
Extendí los brazos en cruz. Sentado en cuclillas en el borde del cerro, supe que la armonía me invadía; tan completamente, que la estructura de mi mente se tornaba maleable en manos del Alfarero del Universo. La transformación duró un segundo y el dolor me atravesó, peor que docenas de hojas de obsidiana tajando los cortes sagrados en mi corteza humana.
Era diminuto, liviano, pero en mi interior hervía la energía de cien soles. Abrí los ojos. Sólo divisaba una interminable llanura, parduzca y reseca, moteada con ocasionales manchones verdosos. Agité las alas y me lancé al vacío, flotando, remontando las cálidas corrientes. Los misterios se desvelaban. Las respuestas brotaban antes de sembrar las preguntas. Entonces entendí...
Sin la menor transición me encontré en la habitación del hotel, sumido en la penumbra. La alarma temporal que dispuse al acceder al programa lo había desconectado. Comprobé en el reloj de la mesilla que, efectivamente, restaban quince minutos para la cita. Extraje el disco de "Chamán" de mi interface craneal y lo devolví a su estuche de metacrilato. Las horas que había consumido en éstasis no superaban los treinta minutos en tiempo real.
Confiaba en que agradaría a Francisco. Siempre le habían entusiasmado las viejas tradiciones, al contrario que a mí. En los últimos meses alguien estaba introduciendo software modificado en Puerto Escondido, y me molestaría que mi primo sufriera un derrame cerebral o cualquier problema por culpa de un regalo mío. Los investigadores habían descubierto arquitecturas coreanas en varios circuitos, pero sin pruebas más concluyentes nadie se atrevería a desatar una guerra comercial. Lo importante era que el programa comprado en el duty free no parecía saboteado.
Mientras me ajustaba la corbata, me asomé al balcón. A mi derecha los fieles comenzaban a salir de la catedral, intentando superar los escasos metros que les separaban del Zócalo, repleto de gente. Una explosión me sobresaltó. La siguieron varias de mayor intensidad, fundiéndose su fulgor multicolor con las primeras estrellas vespertinas. Los fuegos artificiales señalaban el inicio del Día de la Patria. Tres años después de la Victoria, refrendada en los Nuevos Tratados de Guadalupe y La Mesilla, el pueblo la festejaba con el mismo fervor que cuando los gringos firmaron la rendición.
Mi uniforme de teniente abría estrechos senderos en la multitud, orgullosa de sus veteranos, máxime si lucían alguna condecoración como yo. Por fin alcancé los soportales del ayuntamiento, donde una guardia de honor custodiaba una muestra de banderas y enseñas capturadas al enemigo. No veía a mi primo. Aquel ambiente me sofocaba, moviéndome a impulsos del gentío, como un guijarro arrastrado por las olas.
Le descubrí apoyado en una de las columnas, tan serio como de costumbre. Seguro que sin mucho esfuerzo ya habría adquirido su primera úlcera. Grité su nombre. Durante un instante dudó, pero al reconocerme se me lanzó al cuello.
- ¡Qué alegría, Rubén! -me miró apreciativamente-. Todo este tiempo pensando qué sería de ti y vuelves hecho un héroe.
- Sólo eché una mano en los Libres de Chihuahua, no exageres.
Había sido un hermano mayor para Francisco, su apoyo durante la infancia y la difícil transición de la adolescencia. Marché de casa con la aureola de líder y diría que aún conservaba cierto ascendiente, acrecentada por el regreso triunfal.
- Ya me explicarás cómo te concedieron la Estrella de Juárez.
- Seguro. Ahora busquemos unas cubas para celebrarlo.
Las terrazas que bordeaban la zona de las calles Magón y Bustamente con el Zócalo aparecían repletas de turistas, mayoritariamente japoneses y en menor medida europeos, que no perdían detalle del jolgorio popular. Encontramos un hueco en el interior de un bar, decorado como los ranchos que jalonaban el camino a Tlacolula. El dueño se acercó a nosotros, gustoso de convidar a una botella de "Oro de Oaxaca" a un valiente local. Su hijo había muerto en el cerco de Houston, nos confesó, y así intentaba honrar la memoria del caído.
Conocía historias similares y sabía que musitar palabras de consuelo de nada serviría. Le invité a beber con nosotros. Mi abuelo decía que el mezcal adormece las penas. El preferiría ese método a los implantes actuales, no me cabía la menor duda. Yo no estaba tan chapado a la antigua.
Sin darnos cuenta, abrimos la segunda botella, con su gusano rojo buceando en el fondo, molesto ante la interrupción de su rutina. Mis relatos de combate les mantenían fascinados. Todavía no conocía a nadie al que aburrieran las historias de la Reconquista, como ahora calificaban la guerra en todos los libros de Historia. Hice un alto, cansado de evocar sucesos que sería preferible ir enterrando en la memoria colectiva.
- ¿Piensas quedarte o es un simple alto en el camino?
- El descanso del guerrero -reí. Más serio, proseguí-. Quiero aprovechar la última oportunidad de contemplar los restos de nuestros antepasados.
Me miraron, expectantes. No captaban mis insinuaciones.
- Sabéis lo que ocurre en el resto del país: en Teotihuacán, Palenque, Chichen Itzá... Veis los noticiarios, ¿verdad?
- Y eso en qué nos afecta -Cifuentes, el propietario, lo intuía, pero se empecinaba en enmascarar los hechos. Alguien le gritó desde la barra y ordenó que no le molestaran.
- En nada y en todo. La guerra ha dejado una deuda astronómica y ya nos han avisado que no nos condonarán ni un yen. Todo la nación debe pagar su cuota y no vamos a ser la excepción.
Francisco se removió, derramando la bebida de su vasito.
La noticia era especialmente dura para un tradicionalista como él. Se opondría, gritaría, pero a menos que hubiera cambiado mucho era un machetero. Mucha teoría y poca práctica.
- El gobernador no ha anunciado nada, y el pueblo se negará.
- Lo mantiene en secreto por temor a los disturbios y obedecerá a Ribera. ¿Quién se enfrentaría al victorioso presidente? Haced como yo. Visitad Monte Albán antes que los japoneses lo desmantelen y se lleven nuestra historia a su casa.
El dueño se levantó, cuchicheando con los parroquianos de otras mesas y girándose hacia mí de tanto en tanto. Francisco se excusó. No estaba acostumbrado a la bebida. Mientras agotaba la botella en busca del gusanito, aposté que la mala nueva no tardaría más de dos días en conocerse en la ciudad. En una localidad provinciana y anclada en el pasado como ésta, funcionaría mejor el boca a boca que lanzar una noticia, por espectacular que fuera, en la limitada OaxRed.


El Phantom de don Pepe roncaba asmático y se arrastraba lentamente, como un lagartija saboreando el sol. Recordaba el coche siendo estudiante de prepa; entonces rondaría las dos décadas. Tan viejo y bien cuidado como su conductor, que lo manejaba sin sobrepasar los cuarenta por hora. Eso ponía mis nervios a prueba. El salpicadero era un altar en miniatura, repleto de estampas religiosas y figuritas de santos de plástico. Los turistas preferían el servicio de cópteros que los hoteles facilitaban para las excursiones a Monte Albán y Mitla. La vista aérea añadía atractivo a los lugares arqueológicos, pero yo tenía ganas de disfrutar los detalles del paisaje, paladear los olores mezclados en el cálido viento. Además, don Pepe conocía a media Oaxaca y necesitaba ponerme al día.
La carretera que serpenteaba hasta Monte Albán continuaba estando sin asfaltar y con trampas en forma de socavones. Acostumbrado al lujo y el fasto neotech del complejo turístico de Puerto Escondido, me sorprendió que en mi patria chica, a menos de trescientos kilómetros, se empeñasen en despreciar las mejoras más evidentes. Don Pepe aparcó a la sombra de un laurel de la India y varios ociosos ancianos le saludaron, interesándose por sus respectivas familias.
Nos encaminamos hacia las moles de piedra. En el interior del Juego de Pelota, una pareja de jóvenes orientales grababa sus arrumacos mediante una cámara fija. En cuanto les descubriera el guarda montaría un escándalo. Don Pepe se detuvo en la primera escalinata, donde solía iniciar sus habituales explicaciones de guía. Sacó una bolsita de la descolorida chamarra.
- Muchacho, si quieres patear como una cabra te espero aquí. ¿Gustas de una tortita? A mi mujer le quedan deliciosas. Ya sabes, los viejos tenemos que reponer fuerzas.
Le dejé sentado en los escalones, desigual combinación olmeca, zapoteca y mixteca. Jadeante, alcancé la cima de la plataforma. El valle era un conjunto uniforme de casitas blancas y un puzle asimétrico de parcelas, cuyo espectro variaba del verde continental hasta el pardo del altiplano. Una novedad rompía el esquema de mis recuerdos: las mastodónticas estructuras de las fábricas de nuevo cuño, semejantes a fortalezas y que tomaban el relevo de las ruinas zapotecas. Distinguí los emblemas de las poderosas Initsu y Aztech. Concentré mi atención en el sitio arqueológico, una extensión polvorienta y amarronada, guardiana del espíritu primigenio de Oaxaca. Mis prismáticos encontraron lo que buscaba en un extremo de la Gran Plaza. Tres japoneses en torno a un goniómetro y otros aparatos de medición. Convencí a mi viejo amigo y atravesamos la llanura agostada por el sol. A una decena de metros de los extranjeros, un par de hombres, saliendo de las sombras, nos cerraron el paso. Serían sus escoltas.
- Tranquilos, muchachos. Este señor es de confianza, respondo de él. Oficial, así que cuidado -agregó con una apergaminada sonrisa-. Carlitos, saluda a tu mamá de mi parte.
Juraría que el aludido se ruborizó mientras se retiraba, aunque el sol coloreaba sus mejillas. Sospeché que el tiempo que pasé fuera, don Pepe lo había aprovechado para conocer a la otra mitad de la ciudad. No me equivoqué al contratar sus servicios. De todas formas, la pareja de vigilantes no nos quitaba ojo de encima.
Confirmé que el traductor japonés permanecía en off y lo conecté. Carraspeé y el oriental que no escrutaba a través de ningún aparato se volvió.
- Buenos días, caballeros. Me han enviado por si pudiera serles de ayuda en su misión. Soy Rubén Tamayo, profesor del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.
- ¿Cómo está usted? Me llamo Tifume -me tendió la mano-. No nos constaba su llegada, señor Tamayo.
- Fue una decisión repentina. Ante el cariz que toman los acontecimientos, creyeron que les iría bien un especialista local. Las labores deberían finalizarse cuanto antes.
- Tal vez tenga razón. Estamos concluyendo el cartografiado y la grabación del lugar. Sólo resta elegir qué trasladaremos.
Me explicaron el resultado de su trabajo. Con un casco, similar al de un piloto, contemplé la imagen tridimensional y cuadriculada del recinto; reproducía con gran fidelidad todo su contenido. En la parte superior izquierda brillaban las coordenadas y en la derecha un menú de opciones. Solicité la localización del Observatorio y activé "Reconstrucción". Se materializó el aspecto que tendría en su momento de máximo apogeo, hacía de eso muchos siglos. Impresionante.
Eran diseñadores de psiocio, a las órdenes de la Initsu, poseedora de la franquicia explotadora de Monte Albán. Preparaban un programa que permitiría revivir, a lo largo de dos mil quinientos años, los avatares de las culturas sitas aquí, ya fuera como príncipe, sacerdote o guerrero. Ahora faltaba decidir los monumentos que enviarían a la isla vacacional que su gobierno construía en Kansai, junto a la bahía de Osaka.
- Posiblemente lo que mejor se complementaría con las elecciones de los restantes expertos sería el Edificio de los Danzantes -indicó Maishi, señalando a su espalda; su cara apenas se veía, escondida bajo un enorme sombrero.
- Junto con varias de las Tumbas. El estudio de la trascendencia y la actitud ante la muerte y el más allá gozan de una creciente popularidad en nuestra patria -añadió Mifune.
Sacaron varios botellines de agua de una nevera portátil. Ocultos bajo una sombrilla, discutían el inicio de las obras.
- Permítanme una sugerencia -sus miradas traslucían que había acertado al emplear el programa de japonés ejecutivo-. ¿Por qué siempre han optado por las civilizaciones precolombinas? ¿No se han planteado que otros monumentos podrían conseguir igual o mejor aceptación? Porque su objetivo es que la concesión de Initsu obtenga los mayores elogios en Kansai, ¿sí?
Titubearon un instante. Dejé que la duda fertilizara.
- No existe ninguna prohibición al respecto. La costumbre...
- Entonces ¿por qué no una iglesia, por ejemplo? No la catedral, claro, pero si algo le sobra a este país son iglesias. ¿Conocen Santo Domingo? -el trío asintió-. Convendrán en valorar su majestuosa belleza... y pensar que sirvió de establo del ejército. Eso aumentaría su leyenda entre los visitantes.
El taciturno del grupo desenterró una consola de un arcón, y se resguardó tras unas losas. Los guardias, impulsados por ese gesto, se abrieron, ampliando así el campo de exclusión en torno a sus protegidos en casi cincuenta metros. Varios turistas norteuropeos protestaron, sin el menor resultado.
El japonés estaría operando en su portátil, imaginé. En nuestro estado seguía siendo delito conectarse en público, de ahí la reacción de los soldados de paisano. El Frente Guadalupano contaba con muchas simpatías en la ciudad y el gobierno no quería problemas entre el capital nipón y la ultraderecha religiosa. Don Pepe permanecía impasible, ésas fueron mis órdenes, pero en sus arrugadas muecas leía el disgusto por lo que estaba viendo. Lamentaba defraudarle, pero eso no me detendría.
El desconfiado salió del improvisado escondite. Una media sonrisa mejoraba levemente su cara de paniaguado.
- Bien, profesor Tamayo, su idea resulta muy interesante. ¿Podemos considerar que la avala su gobierno?
- Extraoficialmente goza de nuestra simpatía. Lo importante es solucionar los flecos económicos que nos separan. Eso sí, comprenderá que de forma pública... -me encogí de hombros.
- De acuerdo. Plantearemos esa posibilidad a nuestro director local. Si la aprueba, empezaremos de inmediato.
Se quedaron entusiasmados ante aquella alternativa. Para ellos significaba mucho destacarse sobre los equipos de las restantes corporaciones con franquicias culturales. Don Pepe, cerca de la salida, no pudo contenerse más y explotó.
- Así que profesor en el DF. En la universidad no os enseñan sentido común, si no sabrías lo que pasará si te hacen caso. - Seré académico hasta pasado mañana, cuando se borre cierto fichero en la base de datos de la UNAM -el anciano guía cabeceó refunfuñando, sin comprender-. No se preocupe. En Puerto Escondido diríamos que he lanzado el cebo. Y lo han mordido.


Las patrullas militares recorrían las calles, apaciguando o reprimiendo los ocasionales focos de revuelta. En las paredes, destacaban recientes pintadas. Dado que un bando del alcalde prohibía los insultos a súbditos japoneses, la imaginación popular había encontrado una manera de burlarlo. "FUERA LIMONES" o "HAZ PATRIA: MATA AMARILLOS" eran las más repetidas. La ira del pueblo, que incluso arrastraba a los agnósticos, había impedido los planes relativos a la emblemática iglesia de Santo Domingo. Los nipones, aislados en su mundo particular, se equivocaron al desconocer y desdeñar las tradiciones locales. No eran tan listos como se creían.
Vestía el uniforme, no sólo para evitar problemas de control sino también buscando impresionar a quienes me esperaban en la Fonda del Rey, detrás del Mercado. Francisco había concertado un encuentro con varios descontentos "dispuestos a pasar a la acción", según sus palabras. De no convencerles, mi misión se vería en serias dificultades. Dos enormes ruedas de carro decoraban la entrada del mesón. A su lado, un grupo de lugareños se apretujaba en un local de holosex, protegido por un voluminoso guardia privado. Una diversión desfasada en Puerto Escondido y aquí parecía ser el espectáculo en boga.
Mi primo se levantó al advertir mi llegada y procedió a presentarme a los comensales, algunos conocidos. La típica comida de amigos convertida en una conspiración de aficionados. Aquello tenía un algo de ridículo, pero reconduciéndolo me sería muy provechoso. Centré claramente la situación, pues de lo contrario se perderían en disquisiciones sin objeto.
- De nada sirve lamentar la perdida de parte de nuestro patrimonio histórico. Estaremos de acuerdo en que dicha medida del gobierno afecta a todos los estados por igual y...
- Obliguemos a los gringos al pago de compensaciones de guerra. Yo estaba en Los Angeles cuando estalló la rebelión...
- Toni, seamos serios. Sus arcas están aún más vacías que las nuestras. Ahora se trata de pagar, como sea, el préstamo que nos hicieron los japoneses para ganar la contienda. Y como apenas nos queda dinero debemos hacerlo en especie y mediante abusivos convenios comerciales. Lo demás son cuentos.
Callaron, asumiendo mi razonamiento. De fondo sonaba música popular, enmudeciendo el rumor de las conversaciones vecinas. Se imponía apostar fuerte para vencer sus reticencias.
- Nos jugamos el futuro. Me disgusta pensar que nos libramos de la asfixiante presión de la Confederación Norteamericana para caer bajo el control de las corporaciones orientales -les miré fijamente-. Tanta sangre mexicana no puede haberse derramado en vano. No pretendíamos eliminar al principal competidor de los amarillos, sino recuperar nuestros derechos.
- Disculpe, teniente Tamayo -dijo con retintín el arquitecto López, la primera vez que hablaba-. Le agradecería que nos aclarara cómo no figura en la Caja de Personal Militar.
Me estudiaba expectante, al igual que el resto de la mesa, sorprendida ante esa revelación. No anticipé que nadie se molestara en confirmar mi identidad. Era primo de Francisco, su amigo, y varios me conocían. Me mantuve imperturbable.
- Comprenderán lo absurdo de proclamar a los cuatro vientos la adscripción de nadie a los... -susurré- servicios de inteligencia nacionales. ¿Creen que la Estrella de Juárez se puede comprar en los mercadillos o la regalan con los cereales?
La máxima medalla al valor lucía en mi pechera como un talismán que les hipnotizaba. Era una suerte de salvaconducto invencible. Lancé la servilleta a la mesa y me levanté.
- Si dudan de mi persona mi presencia aquí carece de sentido. Buenos días, señores.
Un coro de voces se enmarañó, protestando y disculpándose. Francisco me agarró del brazo, empujándome a mi asiento. Una vez se calmaron los ánimos, continué, seguro de mí mismo.
- Quejarse es inútil. Las manifestaciones no arreglaran nada. Sacar en procesión la Cruz de Huatulco como pretende el Frente Guadalupano suena a ridículo -varias sonrisas asomaron en la mesa-. Los milagros no nos ayudarán. Un buen plan, sí lo hará.
- Pues será casi milagroso que un sencillo plan consiga más que la oposición de un pueblo entero -sentenció Eleuterio Sánchez, miembro del emergente sindicato local-. Digo yo.
Los camareros despejaban la vajilla usada y traían los postres, tazones de chocolate molido; la mayoría eligió el coloradito, aunque yo opté por el almendrado. Callamos, a la espera de quedarnos solos. Aproveché para descubrir que la receta del cocinero en poco se asemejaba a la de mi madre.
- ¿Estaría dispuesto a realizar una huelga en Initsu? -me miró algo incomodo-. Eso les permitiría denunciar el tratado
comercial preferente y traerían maquinaria que les sustituiría. Las exenciones fiscales por mano de obra humana no son tan sustanciosas, pero tienen un punto débil, como todos.
- Según lo expuesto, todo está a su favor -sentenció Eduardo.
- Imaginen que el producto final presente deficiencias. Inapreciables a simple vista, pero que en un momento determinado puedan causar perjuicios a sus compradores. Nada que afectase a la maquinaria doméstica, claro. Pero, ¿qué sucedería en una operación delicada, digamos de ensamblaje en órbita, de fallar un algoritmo, de producirse un error en el quinto decimal? -hice una torre de vasos y los derribé con un dedo.
- Los posibles clientes perderían confianza en su suministrador de tecnología. Y se mueven millones en ese campo -contestó López-. Anulaciones de pedidos, incluso los del gobierno.
- Muy sutil -concedió Eduardo-. Sin embargo, no me parece tan fácil de llevar a la práctica. Initsu vigila su calidad.
Saqué varios cigarrillos de opio, pero sólo aceptó el arquitecto. Tal vez no hubiera sido buena idea, pero ya estaba hecho. Me costaba adaptarme a su conservadurismo vital.
- Aquí entra nuestro compadre Eleuterio y también Toni, empleados de Initsu. Al contrataros os hicieron un implante para adaptaros un módulo técnico, necesario en vuestro trabajo en las cadenas de montaje -ambos asintieron, no muy contentos. Los mantenían ocultos por temor a las posibles iras de los antitecnológicos-. Introduciremos una mínima modificación en algunos programas, de forma que podáis realizar a satisfacción la elaboración de los nuevos...
- No me gusta -protestó Toni-. ¿Qué sucedería con nosotros en caso de averiguarse la verdad?
- Utilizaréis nuestro soft dos o tres días. Eso será bastante. Las pruebas de control son más relajadas que en Japón. Aquí los reglamentos se suavizan un tanto... sobre todo considerando que los aplicáis vosotros. Además, difícilmente se descubriría nada en una inspección rutinaria. ¿Estáis de acuerdo en que resulta la mejor opción?
Parlamentaron entre ellos. Sabían que la idea podía funcionar. La mayoría no intuía todas las implicaciones; les bastaba la presunción de que serviría para vencer la disputa.
- Me parece bien -me apoyó Francisco-. Una última cuestión, ¿nos aseguras que nadie saldrá dañado a causa del sabotaje?
- Por supuesto. Una compañía leal filtrará la noticia del error. Eso será más que suficiente, con el añadido que vuestra pericia -les sonreí- servirá para solucionar esos problemas de producción. Vuestras demandas entonces saldrán reforzadas.
Uno a uno dieron el visto bueno a mi proyecto. Se imaginaban como héroes, asestando un golpe mortal a la soberbia nipona. Toni se comprometió a entregarme un módulo al día siguiente. Tras despedirnos hice una llamada desde mi portátil. El proceso estaba en marcha. Caminé con amplias zancadas hasta el hotel. Era casi la hora de conectarme, vía satélite, con mis jefes. Les gustaría lo que iba a transmitirles.


La plazoleta bullía, repleta de tenderetes, asediada por una nube de turistas. Abundaba la artesanía popular en barro negro; los sarapes que solían utilizar los indios, al menos quienes así se definían, y mantas de complicados dibujos geométricos; alebrijes de exuberantes colores y de extrañas formas; incluso algunos puestos exponían cintas y discos varios de segunda mano, la mayoría hacia tiempo que estaban descatalogados en Puerto Escondido.
Al fondo, una gringa cuarentona enseñaba a leer a un grupito de niños indígenas. Todavía no se había marchado. Vino a disfrutar unas vacaciones de joven y se quedó a ejercer una labor social, muy apreciada por todos. Seguro que no se encontraría otro gringo en cientos de kilómetros a la redonda. Detrás de ella, junto a un parterre de tulipanes y buganvillas distinguí a mi contacto. No pude evitar preguntarme qué demonios les pasó por la cabeza de mis patrones al enviarle. Barrunté que repudiaban la más elemental geografía política, mexicana cuando menos.
Se presentó como Indene Lenoir, del Cantón Haitiano de Florida, un paraíso fiscal que solía servirnos de tapadera. Aunque en la guerra nuestro gobierno pactó con los Estados Afroamericanos del Sur, en el Gran México profundo se seguía rechazando a los negros. Sería cuestión de despachar rápido. Apostaría que cualquier patrulla que nos viera le solicitaría la documentación, y no deseaba llamar la atención.
Me lanzó una figurilla que representaba una calavera con un buho en lo alto del cráneo.
- Bonito regalo. Su... ¿cerebro?, sí, te encantará -chapurreaba el español con cerrado acento creole; que hiciera el esfuerzo, prescindiendo de un programa traductor, supuso que mi respeto por él subiera varios enteros-. Aquí tienes les programmes que esperabas -me entregó una caja similar a una de estilográficas que me regalaron en mi primera comunión.
- ¿No habéis conseguido modificar el que os proporcioné?
- ¿En dos días? Pas possible. Los japoneses muy hábiles. Trabajo muy dificile -Indene sudaba, no sé si acalorado o debido a su lucha con el idioma-. Mais no hay mal que de bien no venga, que vosotros decís.
Empezamos a pasear, contemplando las mercancías de los ambulantes. Algunos viandantes miraban con descaro a Indene, sospechando si no sería un gringo. Confiaba en que nadie se atreviera a iniciar un escándalo, aunque no estaba seguro.
- Seulement usar ces programmes. Si Initsu revisa investigando... el motivo del fallo, alors no lo encontrarán... jamais.
- Entiendo. Cuando inicien el trabajo que cambien los módulos de Initsu por los nuestros. Antes de finalizar la jornada regresan el original al interface -me reí-. Seguro que analizan el soft fuera del horario laboral, no querrán incumplir sus cuotas de producción, y así no descubrirán ninguna anomalía. Achacarán los problemas a otra fase del proceso productivo. ¡Les volveremos locos! -ambos reímos, divertidos.
- Très bien, amigo. En el estuche encontrarás vos ordres.
Subió por Alcalá. Posiblemente tomaría la Panamericana hasta alguna pista de tierra, donde le esperaría un jet. Eso si el operativo habitual no había variado. Ya no era mi problema. En cambio sí lo suponía distribuir el material. Llamé a Francisco, y le convencí de encontrarnos en diez minutos. La tranquilidad dominaba las calles, sólo rota por el bullicio de grupitos de estudiantes. Los ánimos se habían enfriado, aguardando todos el siguiente movimiento del contrario.
A la altura de la iglesia de la Virgen de la Soledad, los fieles salían del servicio religioso. Muchos, de cerrado negro y apostura severa, delataban su pertenencia al Frente Guadalupano, la nueva inquisición, los neoluditas. Recoloqué la visera de mi gorra hacia atrás, impidiendo que fuera visible el menor resquicio de mi hardware cerebral. No había llegado tan lejos para perderlo todo en un despiste infantil.
Mi primo esperaba sentado en una terraza contigua a su despacho. Daba cuenta de una selección de botanas y con la boca llena me invitó a imitar su ejemplo. Deslicé la cajita hasta su plato y la recogió, preguntando con la mirada.
- Son los módulos que utilizarán nuestros compadres en la Initsu -tragó de golpe-. Entrégaselos esta misma tarde.
Le expliqué cómo debían actuar. Le recalqué la necesidad de que me enviara, a un casilla postal de Puerto Escondido, el número de serie de los circuitos y chips modificados, así como el nombre de los compradores. Quedamos que en una semana recibiría noticias suyas.
- Eso significa que te marchas -aseveró, un poco molesto.
- No me conviene permanecer aquí más tiempo. Además, la operación debe coordinarse de otra forma a partir de ahora -le tironeé de las mejillas, como hacíamos de niños-. Pero volveré y celebraremos nuestro triunfo.
- Ni siquiera has venido a casa a conocer a mi mujer y los chicos...
- A mi regreso habrá tiempo, ¿sí? Sé que no me defraudarás.
Nos despedimos con un abrazo. De camino al hotel sentí una gran paz interior. Había empujado a unos y a otros, y todo apuntaba a que caerían en la postura adecuada. Cuando se levantaran, preocupados en lamerse las heridas, se preguntarían cómo había sucedido. Entonces estaría muy lejos, disfrutando del premio que merecía mi éxito.
Ya no sería un héroe para Francisco. Le iría bien una dosis concentrada de realismo, sobre todo si aspiraba a llegar a algo importante en la vida. En cuanto recibiera la información que le pedí, ciertas compañías instrumentales comprarían la tecnología saboteada. Anunciarían sin recato las deficiencias del material de Initsu, incluso podría plantearse como un intento de estafa o una guerra comercial encubierta.
Como intuyó el arquitecto López, los pedidos descenderían en picado. El Presidente Ribera se enfrentaría a una grave disyuntiva. Cancelar las compras gubernamentales, posiblemente renegociar los protocolos comerciales con Japón, o cerrar los ojos y aceptar las taras para evitar disputas sobre la deuda. Entonces entrarían en acción mis patrones, un pool de corporaciones alemanas. Ofrecerían material puntero y a mejor precio que los nipones, rompiendo su monopolio artificial.
El enfrentamiento comercial estaba servido y su desenlace era incierto. Tampoco me preocupaba su final; había cumplido mis objetivos y en breve varias cuentas puente transmitirían un apreciable caudal de fondos a mis bolsillos. Bolsillos figurados, claro. Depósitos en diversos sectores económicos de la EuroNet, en realidad. Me había ganado un buen premio.
Casi sin darme cuenta llegué al hotel. No guardé el falso uniforme en la maleta. Lo lancé a la destructora de basuras, incluida la estrella de Juárez, moldeada por un joyero del Nuevo Damm, en Amsterdam. No iba a dejar ninguna pista. Todavía quedaban cuatro horas hasta que saliera el reactor que me conduciría a la Satrapía de Cuba. Gozaría de unas merecidas vacaciones en el país donde todo estaba permitido.
Saqué mi consola, sentado sobre la cama. Aprovecharía la espera conectándome a mi fracción particular de la red. Siempre es agradable regresar a casa tras un duro trabajo.